La tiranía de la perfección
Se empeñó hace unos años Sandra, mi mujer, en que teníamos que ir a terapia de pareja. Yo, que soy mucho más simple que ella y que nunca me he fiado ni de los confesionarios ni de los divanes, no tenía ningunas ganas de ir, pero al final, por supuesto, ella se salió con la suya y acabamos contándole nuestras glorias y miserias a una desconocida en una habitación con olor a 'tupperware' y gotelé.