El salvaje de las letras francesas
En cada novela, el autor francés nos devuelve el reflejo de nuestro ocaso.
En cada novela, el autor francés nos devuelve el reflejo de nuestro ocaso.
En una auténtica estructura colectiva, nadie está de más.
La tecnología, con sus avanzadas representaciones, ha creado un poderoso límite a nuestras capacidades de sorpresa.
El ajetreo y la sobreinformación nos envuelven en un ruido constante. ¿Por qué no soportamos el silencio?
¿Cuántos amoríos y tertulias desaparecerán para siempre con el cierre de las salas de cine?
Seremos muy ingenuos si pensamos, desde un punto de vista simbólico, que el trigo se puede imponer al acero.
Solo saber más nos capacitará para permanecer menos avasallados por las urgencias de un ritmo vital que no cesa.
En una sociedad hiperconectada, la cultura se convierte en un lugar para la trinchera.
La fetichización de los idiomas suele ir en paralelo a su politización: no hay construcción nacional sin su imposición.
Es ahora cuando leemos como respiran las ballenas: tomando un aire que será imprescindible en la rutina del invierno.
¿Cómo funciona nuestro cerebro cada vez que queremos expresarnos y comprendernos? La ciencia aún se pregunta lo mismo.
Si la educación se convierte en esclava de la productividad y la utilidad, educaremos solo para crear sujetos serviles.
Aquello que tanto admiraba Ortega y Gasset vive en los pequeños detalles: escuchar mucho y hablar lo necesario.
Los horrores urbanísticos han dejado a España irreconocible, sepultada tras innumerables y crueles capas de hormigón.
Solo una reforma del pacto social permitirá que los jóvenes reconecten con la esencia de la democracia.
Los medios de comunicación tienen mucho que aprender a la hora de informar sobre la violencia sexual de forma ética.
No son pocos quienes hablan ya del 'lawfare' a través de toda ideología: ¿hay una guerra judicial contra la política?
Estamos siendo testigos directos de que, en muchas ocasiones, lo más moderno no es necesariamente lo que necesitamos.
Treinta años después, 'Las armas y las letras', de Andrés Trapiello, es una obra imprescindible para evitar simplezas.
Los parámetros de liberación social reflejan, en parte, algunas de nuestras relaciones: inestables, efímeras y líquidas.
Cuando hablamos tan solo en nuestro nombre logramos algo difícil: rechazar la actual y habitual pretensión de verdad.
Solo transformando la pasividad actual favorecida por el optimismo y la autoayuda podremos reconquistar el presente.
A veces tenemos la necesidad de excusarnos por la culpa que sentimos, pero ¿no es esta también un síntoma de lucidez?
El creciente individualismo de nuestra época nos ha vuelto más cautivos de las ideologías que nunca.
Creer en el mérito como base social significa rechazar la jerarquía impuesta por los apellidos y las rentas heredadas.
Los que ya tenemos una edad podemos rememorar cuán poco importaba todo antes y qué escasa gravedad tenía lo que dijeras.
Nada ciega más que lo evidente. La luz, cuando abunda, favorece el descuido y la certeza absoluta.
La llamada «literatura femenina» se ha convertido en un parque temático emocional con tres o cuatro atracciones fijas.
Buena parte de la angustia que vive Europa se debe a una sensación extendida de soledad y de amenaza.
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