Opinión

Ideologizar lo concreto

En la actualidad, todo hecho social está siendo politizado de un modo sumamente torpe con la mayor explicitud ideológica posible. Es el fruto de una sensacionalización de la vida política –incrementada en tiempos recientes– que busca generar interés y polarizar a la sociedad con mensajes simplones y reduccionistas a costa de nuestra propia extenuación como espectadores.

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13
septiembre
2022

«Ningún dato habla por sí solo… No hay dato objetivo. El dato siempre es interpretable. La realidad es interpretable… ¿Quién va a cambiar de postura o quién va a empezar a visualizar la cosa de otra manera? El que tiene la humildad de poner en juego su propio marco, no el hecho [el dato empírico]. Porque cuando uno está convencido de su marco, al hecho lo adaptas. Entonces, a mí me parece importante el resquebrajamiento de ese marco general». Con esas palabras, el filósofo y pedagogo argentino Darío Sztajnszrajber explicaba en una entrevista televisiva algo que nos afecta a todos, pero que cuenta con una raigambre filosófica: la ideología.

También podríamos referirnos a ese marco al que hace referencia Sztajnszrajber como una cosmovisión. En ese sentido, todos nosotros compartimos una misma ideología o visión general del mundo; de lo contrario no podríamos vivir en comunidad, pues cada cual contaría con creencias radicalmente diferentes que tendrían consecuencias dispares y altamente disonantes. No obstante, esta ideología primordial se subdivide en otras menores, entre las que destacan las ideologías políticas, más superficiales que la cosmovisión fundacional.

Y es la mirada política, ya sea de izquierdas o derechas, la que trata de «interpretar el hecho» cada vez con más ahínco de acuerdo a su marco, por lo que cada día con mayor frecuencia las noticias más mediáticas –junto a las que no lo son tanto– se politizan o se interpretan políticamente para fatiga del espectador que, generalmente, solo quiere gozar de momentos de distracción, no de agitación político-sentimental.

«Hoy el objetivo primordial de medios de comunicación, tanto de derechas como de izquierdas, es crear impacto por medio de los colores políticos»

Se habla sin cesar de si la asesina del pequeño Gabriel Cruz era una inmigrante negra, de si el asesinato de una mujer a manos de un psicópata es fruto del patriarcado, de si una violación ha sido cometida por una «manada» de menas magrebíes o por maleantes nativos (como si eso tuviera la menor importancia), de si hay uno o varios incendios que son señal inequívoca de un calentamiento global, etc, etc, etc. En resumen, todo hecho social está siendo politizado con la mayor explicitud en el marco de cada ideología de modo sumamente torpe, hay que decir.

Cualquiera que haya estudiado una disciplina con aires científicos sabe que no se puede achacar una gran causa a hechos aislados y concretos. Por poner un ejemplo: el cambio climático es refrendado por numerosos científicos, pero desde que tengo uso de razón ha habido incendios en verano. El calentamiento global es muy real, según los especialistas, pero no por ello hay que achacarle fenómenos con los que llevamos lidiando desde hace muchísimos siglos; otras pruebas mejores y más científicas habrá de su existencia (y, hay que decir, que, si padeces «ansiedad ecológica», muy probablemente estés de suerte, puesto que careces de otras ansiedades mucho más apremiantes, o quizás, simplemente, seas un pijo de toda la vida de dios).

Hace no tanto, cada vez que llovía en Madrid era –a juicio de algunos– «por culpa de la alcaldesa Carmena», en referencia a los atascos que dicha meteorología provocaba entonces (como provoca hoy). Y en cuanto a los delitos de sangre –siempre politizados en la actualidad–, en su momento Marx habló de toda criminalidad como consecuencia inevitable de la sociedad burguesa, casi a modo de desecho o surplus negativo producido por toda organización social compleja. Delitos van a existir siempre, y no puede uno estar achacándolos a esta u otra causa cargada de significado político. Estamos ante un juego enervante que tan solo sirve para polarizar y que, en el fondo, obtiene enseñanzas incorrectas a partir de falsas premisas.

«Quizás sea mejor dejar de luchar por vencer y convencer: en esta lucha dialéctica (vayamos haciéndonos a la idea) no habrá nunca vencedores ni vencidos»

Se dice, por otra parte, que la presidenta de Finlandia ha sido atacada por ser mujer, cuando tan solo estaba de juerga con sus amigos. Pero lo cierto es que, en cada caso concreto, hay innumerables variables. ¿Se imagina alguien a los expresidentes Obama o Clinton de rodillas cantando canciones con sus colegas frente a una cámara de smartphone con la música a tope (de Trump puede uno ya esperar cualquier cosa)? Me da a mí que no habría caído bien tal conducta entre el público, y muchísimo menos entre la prensa enemiga y la oposición. De hecho, si la presidenta de Finlandia hubiese sido «cazada» recibiendo placer sexual en su despacho presidencial por parte de un becario (hecho por el que fue procesado Bill Clinton), algunos emplearían un marco ideológico interesado para afirmar que se trataría de una mujer empoderada que ha sido atacada por el sistema al expresar libremente su sexualidad. ¿Sería Clinton, en su caso, un hombre empoderado por mantener relaciones sexuales con una becaria en su propio despacho? Suena un poco raro, ¿no les parece?

Toda esta polarización ideológica parece fruto de una sensacionalización de la vida política que se ha visto incrementada en tiempos recientes, por medio de la cual se ha inoculado a la prensa llamada «seria» de los valores amarillistas de los tradicionales programas del corazón. Hoy el objetivo primordial de medios de comunicación, tanto de derechas como de izquierdas, es crear impacto por medio de los colores políticos. La política es una forma de identificación grupal que activa resortes primitivos de identificación comunitaria y por vía de ella se agita al ciudadano desde el ámbito más «reptiliano» de su configuración fisiológica. Por eso todo hecho se politiza: para crear efecto y generar interés. Pero ¿a costa de quién? De nuestra extenuación como receptores de tales mensajes unidimensionales, simplones y reduccionistas.

Otra causa significativa de este nuevo modelo informativo es la mayor precarización de la sociedad y la infantilización del ciudadano, que no puede ver las noticias, asistir al cine o escuchar una canción sin verse adoctrinado y «educado» a cada paso. La ciudadanía adulta, madura e, incluso, anciana, se ve tratada, cada vez con más insistencia, como meros niños a los que hay que explicar todo y regañar siempre que la situación lo requiera. Se nos manipula y crispa –unos contra otros– por medio de nuestra afiliación política, haciéndonos mirar puntos cercanos y hechos hiper concretos (que luego olvidamos aceleradamente) para confundirnos y hacernos desestimar la importancia de asuntos capitales, menos frívolos y efímeros.

Aquí cada cual está convencido de su marco y «cuando uno está convencido de su marco, al hecho lo adapta» por lo que, si no vamos a cambiar de opinión política sea cual sea el hecho, quizás sea mejor dejar de luchar por vencer –y convencer–, puesto que en esta lucha dialéctica –vayamos haciéndonos a la idea– no habrá nunca ni vencedores ni vencidos.

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