Opinión

Certificaditis

El proyecto de ley de creación y crecimiento de empresas incluye una disposición que reconoce la figura de las Sociedades de Beneficio e Interés Común, aquellas que muestran su compromiso con la generación de impacto positivo a través de su actividad. Pero ¿acaso no ha sido siempre la suma del compromiso, el esfuerzo, la coherencia y los valores la principal obligación de cualquier empresa?

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26
agosto
2022

¿Quien dijo que en España no funcionan los lobbies políticos? Les contaré una hermosa historia que, a mi juicio, echa por tierra (por ahora) esa afirmación. Fíjense: hace unos meses, en julio 2022, el Congreso de los Diputados envió al Senado un proyecto de Ley de creación y crecimiento de empresas que espera la tramitación para su entrada en vigor. Su objetivo es, por un lado, facilitar la creación de nuevas empresas y, por otro, reducir las trabas que se encuentran en su crecimiento, como se puede leer, «sean de origen regulatorio o financiero, para lograr con ello un incremento de la competencia en beneficio de los consumidores, de la productividad de nuestro tejido productivo, de la resiliencia de nuestras empresas y de la capacidad para crear empleos de calidad».

Bien, hasta ahí todo deseable porque se trata de modernizar las normas jurídicas con rigor, ajustándolas a la realidad y eliminando burocracias, un ejercicio siempre necesario.

Lo curioso de todo esto es lo que se recoge en la disposición adicional décima del documento, incorporada a ultima hora como transaccional (acordada por la mayoría) a la enmienda presentada por Más País. En esta Disposición adicional décima (nueva). Reconocimiento de las Sociedades de Beneficio e Interés Común se reconoce la figura de las Sociedades de Beneficio e Interés Común como aquellas sociedades de capital que, voluntariamente, decidan recoger en sus estatutos lo siguiente:

-Su compromiso con la generación explícita de impacto positivo a nivel social y medioambiental a través de su actividad

-Su sometimiento a mayores niveles de transparencia y rendición de cuentas, quedando sujetas a verificación externa que garantice su desempeño en los mencionados objetivos sociales y medioambientales, además de la toma en consideración de los grupos de interés relevantes en sus decisiones

-Mediante desarrollo reglamentario, se contemplará la metodología de validación de esta nueva figura empresarial, que se someterá a estándares de máxima exigencia

Los promotores (no se si lobistas) de la incorporación de esta nueva figura legal al todavía proyecto de ley –las Sociedades de Beneficio e Interés Común (SBIC), también llamadas ‘empresas con propósito’– son B Lab Spain, una fundación de origen norteamericano asentada recientemente en España que valida, previo pago de su importe (de 1.000 a 50.000 euros la cuota anual de certificación), si una empresa cumple los requisitos para ser B Corp. Esta es una figura a la que se podrán acoger en España todas aquellas compañías que generan un beneficio social y ambiental, además de un beneficio económico.

Así, el negocio de las certificaciones-validaciones, un pastel muy jugoso, abre sus puertas de nuevo (como ya ocurriera en los albores de la RS) y los miembros de B Lab Corp se felicitan por el éxito alcanzado.

«Estamos olvidando lo que nos enseñó Baltasar Garcián: que la panacea de todas las necedades es la prudencia»

Voy a repetir algo que he dicho con frecuencia: las empresas no son buenas porque tengan ‘propósito’ o malas porque no lo incorporen a sus estatutos –o porque atesoren muchos certificados (pagados) o no tengan ninguno, aunque la certificaditis es un síndrome que ataca a todos los seres humanos y que tiene difícil remedio–. Uno no es honrado y cabal por tener un certificado que lo diga y las empresas son buenas solo si transubstancian bien, no si transubstancian mal y transforman el bien común en ambiciones personales, la fuerza en desánimo, el conocimiento en soberbia y la palabras en pura retórica.

Me preocupa mucho se haya puesto de moda hablar de propósito: lideres, empresas, proyectos, países, ciudades y hombres y mujeres con propósito. Uno no sabe exactamente qué es lo que significa, pero es lo que se lleva y lo que se escribe por sesudos articulistas y consultores que están siempre a la que salta. Como ya hemos dicho, nos estamos perdiendo el respeto, olvidando, como nos enseñó Baltasar Gracián, que «la panacea de todas las necedades es la prudencia, porque cada uno debe conocer su esfera de actividad y su condición. Así podrá ajustar la imaginación a la realidad».

«Hacer bien y con decencia su tarea, principal obligación de una empresa, solo se certifica desde los valores, el compromiso, el esfuerzo, el trabajo y la coherencia»

Eso no ocurre cuando nos ponemos a especular, como si hubiéramos descubierto la pólvora-, sobre empresas, liderazgos o lo que sea con propósito –que no se todavía lo que es, pero que parece un nuevo modelo que combina la conciencia social y el resultado económico–. Es decir, lo que hemos perseguido siempre: el maridaje entre los resultados económicos y la función social de las empresas e instituciones; en síntesis, la responsabilidad social, el compromiso. Si el compromiso es la obligación que se contrae por una persona, una empresa o una institución, el propósito es la intención de hacer algo, y no es lo mismo tener una obligación (cumpliéndola y siendo consecuente) que el deseo de hacer algo que, si no se hace, no pasa nada (aunque se atesoren certificados que avalen la condición de empresa responsable).

Muchos se aprovechan para hacer negocio de que las empresas, como las personas, seguimos empeñados en aparentar porque –lo dijo Erasmo– el espíritu humano está hecho de tal forma que se engatusa antes con la apariencia que con la realidad. Deberíamos separar el rábano de las hojas: frente a certificaciones prestigiosas, nacionales e internacionales, que velan por la excelencia de la gestión y avalan la solidez financiera y que cuestan mucho esfuerzo y mucho bien hacer conseguir, aparecen otros certificados, muy de moda, que nos venden la moto y pretenden hacernos vivir en un mundo idílico donde todo es posible y priman las apariencias, olvidando que la primera, esencial y más importante obligación de una empresa es cumplir con la ley y con su deber.

Hacer bien y con decencia su tarea, principal obligación de una empresa, solo se certifica desde los valores, el compromiso, el esfuerzo, el trabajo y la coherencia. Sin cegarnos con focos, luces, luminarias, neones, apariencias y certificados pagados.

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