Sergio del Molino

Estamos a un paso de que los enemigos de la cultura de la cancelación se pongan ellos mismos a cancelar como locos.

Ojalá el gusto por la tertulia se tradujese en una sociedad más proclive a la conversación y menos a la consigna.

Si por descolonizar se entiende desarmar las colecciones porque hieren alguna sensibilidad, mal vamos.

El último ensayo del científico Peter Turchin no descarta el estallido de una guerra civil en Estados Unidos.

¿Cómo encajar en una sociedad que rezuma condescendencia, paternalismo y sermones por cada esquina?

Parece que el bono cultural para jóvenes ha funcionado a medias y que el precio quizá no era la barrera.

Visto desde la «despoetización», todo pierde su atractivo y emerge como una gran masa informe.

Las personas se dividen en dos grupos: las que solo ven semejanzas y las que solo ven diferencias.

Un nuevo libro sobre su exilio ha derribado el cimiento central de su figura mitológica: la imparcialidad periodística.

Para disfrutar del debate político se ha de tener algo en cuenta: los columnistas cuentan con opiniones subjetivas.

Interpretarla de este modo solo puede responder a una lectura literal (y malintencionada) del concepto.

La ofensiva contra el trabajo creativo tiene parte de razón, pero no puede devenir en un prejuicio contra la excelencia.

Uno ya no toma la palabra para declarar su inocencia, sino para asumir pecados de otros y fustigarse por ellos.

Escribir con ánimo militante es vacuo, pero ventajoso: tiene prestigio y libera al autor de las miserias de la política.

Es solo una excusa: la película trata con difícil delicadeza aspectos como la obsesión artística, el talento o el amor.

Salir del barrio no requiere usar un machete: a veces, basta con adaptarse al impulso ético de la cultura del esfuerzo.

Las cosas innecesarias son, en realidad, las más importantes: siempre luchamos por nuestro derecho a ser frívolos.

Déjenos un comentario, valore su estancia, ayúdenos a mejorar. Hasta lo más simple se convierte ahora en experiencia.

Las verbenas aspiran a ocupar todo el espacio público: quien no quiera participar en ellas, sólo puede huir.