Gala Dalí, una intrusa en todas partes
Icono y musa de surrealistas, creativa y libre, odiada y amada a partes iguales: así era Gala Dalí, alguien que no dejaba a nadie indiferente.
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Gala Éluard Dalí, de nacimiento Elena Ivánovna Diákonova (Kazán, 1894-Cadaqués, 1982) fue una de las mujeres más difícilmente clasificables del siglo XX. Icono de surrealistas, diva, hedonista, indómita, arisca, distante, sacerdotisa de los hombres a los que amó, libérrima, apasionada, libertina, neurótica y religiosa –por momentos mística–. Gala Dalí era casi cualquier cosa… menos convencional.
A los 19 años se trasladó a Suiza para tratarse una tuberculosis. Allí, en el sanatorio de Clavadel, conoció a su primer marido, el poeta francés Paul Éluard, con el que se casó en París en 1917 y con quien tuvo su única hija, Cécile, que se quedó al cuidado de su suegra. Fue un matrimonio a tres, ya que formaron un triángulo amoroso junto al artista Max Ernst, amigo íntimo de Éluard. Juntos viajaron a Cadaqués, donde conocieron a Salvador Dalí, diez años más joven que ella. Gala y Dalí se casaron por lo civil en 1932, en el santuario de Els Àngles, en Gerona, y por el rito católico en 1958, tras dispensa del Papa Pío XII. «Sólo ella me salvó de la locura, de una muerte temprana», escribió en sus diarios el pintor.
Lorca sintió por Gala especial querencia, pero otros como Buñuel o Breton la detestaban: despertaba devoción y rechazo a partes iguales
Despertaba devoción y rechazo con idéntica vehemencia. Lorca sintió por ella una especial querencia, pero Buñuel o Breton la detestaban. «Gala tenía una personalidad muy fuerte, eso explica que provocase fascinación y rechazo a partes iguales. Más que belleza, era su magnetismo lo que no dejaba indiferente, como si siempre quedase algo en ella por descubrir. En cualquier situación era ella misma, no le importaba lo que pensasen los demás, no disimulaba si algo le disgustaba, no se esforzó nunca lo más mínimo por caer bien. Por eso chocó frontalmente con Buñuel, aunque siempre mantuvo que él se sintió atraído por ella, cosa que pudo ser cierta. Era altiva, inaccesible, y tenía una gran vida interior», nos explica la escritora y periodista Monika Zgustova, que acaba de presentar una biografía sobre Gala titulada La intrusa (Galaxia Gutenberg).
Una decidida desconfiada
La red de afectos de Gala era escueta y predominantemente masculina. A Éluard, Ernst y Dalí se añade otro enorme pintor –Giorgio de Chirico–, y una relación un tanto morbosa y freudianamente perversa con su hermano y su padrastro, tal y como recoge Zgustova en esta biografía. No hay constancia de que se interesase por otras mujeres de la órbita surrealista, como Remedios Varo, Maruja Mallo o Leonora Carrington. «La mayoría de la gente le aburría». A Simone, la esposa de Breton, Gala le resultaba insufrible. «Se puede entender la antipatía que despertaba entre las mujeres observando la atracción que sentían por ella los hombres», escribe. Pero hubo una excepción: la poeta Marina Tsvetáyeva, a quien se sintió muy unida. Gracias a Marina, Gala conoció la poesía, un territorio que nunca abandonó.
Su carácter arisco no le facilitó las cosas. Era la intrusa, como la denomina Zgustova en su libro. Síntesis exacta de una identidad. «Sus padres le inculcaron una desconfianza hacia todo y todos, que se acentuó a reconocerse como una intrusa allí donde estaba, y comprendió que como tal no podía fiarse de la gente, sólo de sí misma. Tuvo cierta obsesión por ser autosuficiente, sobre todo en el aspecto económico. No olvidaba que estuvo enferma de tuberculosis y que podía recaer en cualquier momento y, por otro lado, muy joven vivió cómo la Revolución Rusa arruinó a muchas personas de su entorno», continúa Zgustova.
Gala y Dalí, un amor antagónico
Pese a que se habla de la tormentosa relación entre Gala y Dalí, Zgustova asegura que fue tremendamente creativa, respetuosa e intensa. Gala carecía de don de gentes, pero ejercía una entrega absoluta en el amor. «Es cierto que eran muy distintos, casi antagónicos. Gala era muy celosa de su intimidad y le gustaba mantenerse en segundo plano. A Dalí, en cambio, le privaban los focos. Podríamos decir que ambos tenían una precaria salud mental, y se medicaban, aunque no está claro el diagnóstico de ninguno de ellos. Dalí era extremadamente tímido, al contrario que Gala, y si ésta siempre decía lo que pensaba, Dalí tendía a disfrazar su pensamiento, cuando no a mentir», asegura la autora.
«Gala necesitaba relaciones abiertas, sentirse libre y Dalí lo aceptó», escribe la periodista Monika Zgustova
«Gala y Dalí se cuidaban mucho, lo que ocurre es que su relación sentimental escapa de lo habitual. Para Gala no había nada más importante que Dalí –ni ella misma, ni su hija–, pero necesitaba sentirse libre en todo momento. Por eso él le regala el castillo de Púbol, para que lo utilizase cuando necesitara tomar distancia. Sí, ella tuvo muchos amantes, muy jóvenes algunos y conocidos por Salvador, pero eso no pone en entredicho su amor ni su entrega a él: Gala necesitaba relaciones abiertas, sentirse libre, y Dalí lo aceptó. De hecho, cuando estaba muriéndose, ella le pidió a Amanda Leir (la modelo franco-italiana protegida de Dalí) que se casara con él para cuidarlo, pero este tipo de relaciones nos resultan demasiado extrañas para entenderlas como amor verdadero», concluye Zgustova.
Obsesionada con la eterna juventud, Gala colocaba papelitos entre los arrecifes, oraciones casi telúricas a un dios al que pedía que hiciera un milagro y la rejuveneciera. Como parecía que no le hacía caso, se sometió a diez intervenciones estéticas, tras las que su rostro quedó tan terso como inexpresivo. Pese a su resistencia, murió. Antes que Salvador. Está enterrada en el castillo de Púbol, una fortificación gótico-renancentista del siglo XI, ubicada en el bajo Ampurdán. Dalí ordenó construir en él dos criptas anexas, pero, poco antes de morir, pidió ser enterrado en su tierra natal, a unos cuarenta kilómetros de su amada, en el Teatro-Museo que lleva su nombre en Figueras.
«Yo sé dónde está/ el pan de vida/ tan blanco es/ que cerrando los ojos/ lo continuo a ver por transparencia/ pan de vida/ yo sé dónde está el horno/ en las llamas del cual/ he visto prefigurada/ la imagen tan amada/ de Gala». Esos versos de Salvador Dalí retratan lo que era Gala, intrusa, musa y pan de vida.
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