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La paradoja de Habermas

¿Es posible el triunfo del diálogo?

El filósofo alemán Jürgen Habermas plantea el diálogo como núcleo del ejercicio democrático. Pero ¿cómo garantizar el diálogo en una sociedad desigual?

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Wolfram Huke
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22
julio
2025

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Jürgen Habermas (1929) es uno de los intelectuales más influyentes del siglo XX. Miembro de la segunda generación de la Escuela de Frankfurt, su propuesta más ambiciosa es la teoría de la acción comunicativa, un complejo proyecto que intenta explicar cómo se construye el entendimiento y el consenso en las sociedades modernas. A través de esta teoría, el filósofo alemán pone el foco en la comunicación como núcleo de la vida social y del ejercicio democrático. Empero, en el centro de su planteamiento late una suerte de paradoja: su ideal de comunicación libre de coerción se enfrenta constantemente a las limitaciones reales del lenguaje. Esto es lo que algunos han dado en llamar la paradoja de Habermas.

Habermas parte de una pregunta central: ¿cómo es posible el entendimiento entre individuos en sociedades complejas, jalonadas por el conflicto y la desigualdad? Frente a la visión instrumental de la razón dominante en la modernidad –destinada al cálculo y al control–, propone una racionalidad comunicativa, es decir, una razón orientada al entendimiento.

Cuando hablamos con los demás, no solo intercambiamos información, también estamos procurando un acuerdo

En términos simples, el de Düsseldorf asegura que cuando hablamos con los demás no solo intercambiamos información, también estamos procurando un acuerdo. Para eso, presupone que todos los participantes del diálogo se pueden expresar sin coacción y de forma razonada. Este punto es denominado la situación ideal de habla. En ella, nadie impone su punto de vista por medio del poder o de la manipulación, sino que se trata de convencer al otro con argumentos.

Aquí es donde aflora la paradoja. Habermas mantiene que el lenguaje contiene en sí mismo una orientación hacia el entendimiento. Esto es, que cuando alguien afirma algo, está dispuesto, al menos en teoría, a justificarlo racionalmente. El problema es que el mundo real está lleno de relaciones asimétricas, de estructuras de poder, de intereses económicos y políticos que distorsionan el diálogo. En otras palabras, la comunicación está contaminada por el poder.

La paradoja de Habermas, dicho en plata, se produce al construir una teoría normativa –un ideal de cómo debería funcionar la comunicación– a partir de una práctica que rara vez existe en condiciones ideales. Utiliza el lenguaje como herramienta para criticar las distorsiones del propio lenguaje. Propone una utopía comunicativa dentro de un mundo en el que esa utopía está, por definición, comprometida. Su teoría está asentada en presupuestos que casi nunca se cumplen. Este aspecto ha sido criticado por muchos. Y es que, ¿no está Habermas siendo ingenuo al suponer que es posible una comunicación libre de dominación?

Habermas utiliza el lenguaje como herramienta para criticar las distorsiones del propio lenguaje

A pesar de sus tensiones internas, la teoría de la acción comunicativa brinda una poderosa crítica a las formas en que el poder coloniza la vida cotidiana. Habermas distingue el mundo sistémico (economía, burocracia…) del mundo de la vida (interacciones cotidianas, cultura…). El problema es que, en las sociedades modernas, el sistema tiende a invadir el mundo de la vida, imponiendo lógicas instrumentales en espacios en los que debería prevalecer la comunicación auténtica.

Esto se ve, vaya por caso, cuando el discurso político se convierte en propaganda, o cuando las relaciones humanas se rigen por criterios de eficiencia y rentabilidad. La crítica habermasiana apunta a eso, es un intento por recuperar la capacidad de los ciudadanos de argumentar y construir consensos racionales.

Desde luego, Habermas no niega que su propuesta es un ideal, pero aduce que es un ideal necesario. La situación ideal de habla no existe como realidad empírica, pero opera como un horizonte normativo. No se trata de describir cómo son realmente las interacciones, sino de establecer un criterio de evaluación y mejora.

La paradoja, por ende, no invalida su teoría. Más bien, le otorga cierta fuerza crítica. Si no existiera esa tensión entre lo que debería ser y lo que es, no habría forma de cuestionar las estructuras que distorsionan la comunicación. La paradoja revela la distancia entre el ideal democrático y las prácticas sociales reales, y en esa brecha se abre la posibilidad de la crítica y el cambio.

Frente al relativismo dominante, sigue apostando, con los grandes ilustrados, por la posibilidad de una vida en común fundada en el entendimiento mutuo. Su propuesta exige, entre otras cosas, tiempo, atención, escucha, voluntad de argumentar y de dejarse convencer. No es compatible con la lógica del espectáculo ni con la polarización política, tan extendidas hoy.

Todos apreciamos la peligrosa tendencia que sigue el debate público, no solo en el contexto doméstico, sino en el internacional. Una tendencia hacia la fragmentación que emplea la desinformación como arma para imponer el punto de vista propio. Ante este estado de las cosas, el ideal habermasiano puede semejar excesivamente naíf. Pero también es un recordatorio: si abandonamos la posibilidad de un diálogo honesto y racional, solo quedan el ruido, la manipulación, el espectáculo bochornoso o, directamente, la fuerza bruta.

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