ENTREVISTAS

Costa-Gavras

«No veo otra solución que hacer la guerra con las ideas y las palabras»

Artículo

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
28
julio
2025

Artículo

Costa-Gavras (Lutra-Iraias, Atenas, 1933) es uno de los nombres indiscutibles del cine europeo. Su filmografía, entre las que destacan ‘Z’ (1969), ‘La confesión’ (1971), ‘Desaparecido’ (1982) o ‘Amén’ (2001), es un ejemplo del compromiso con las cuestiones sociales y la denuncia de la injusticia. Su nueva película, ‘El último suspiro’, saca a la palestra la dignidad que merece una vida cuando llega a su fin. 


El último suspiro es una adaptación del libro del filósofo Régis Debray y el médico Claude Grange. ¿Cómo llegó a él o por qué sintió la necesidad de adaptarlo al cine?

Leyéndolo conocí un universo que me era totalmente ajeno. Me fijé en los comportamientos del doctor y el personal de enfermería, realmente excepcionales si tenemos en cuenta que se está tratando el final de la vida de alguien. A mi alrededor he tenido experiencias de gente cercana que ha fallecido, amigos o colaboradores, unos en mejores condiciones que otros, algunos de manera muy penosa, traumática. Por tanto, como ya estoy en una edad próxima a esos casos, todas las reflexiones del libro de Debray y Grange me condujeron a realizar la película. Se cambiaron algunos detalles, pero no los casos médicos que aparecen, que son los mismos que en el libro, sino pequeños aspectos en los personajes del doctor y el filósofo. No ha sido una película fácil de sacar adelante porque, debido a su tema, los productores estuvieron muy en contra de mostrar su apoyo.

¿Le preocupaba presentar un acercamiento morboso o que resultase provocativo para un posible sector conservador del público?

Sí, por eso lo muestro más que evidenciarlo con palabras. Como el caso que interpreta Charlotte Rampling al inicio del filme y el de Ángela Molina al final. Pensé que no merecía la pena elaborar un discurso que derivase en polémica a propósito del suicidio asistido. Es algo que está ahí. La polémica surgiría si, desde la película, se dirigiese a los políticos la demanda de «esto es lo que hay que hacer». Pero de ningún modo quería que esa fuese la intención de El último suspiro. Sí la de contarlo, la de que hiciese reflexionar. Sin didactismos.

«Lo excepcional son el pensamiento y sus elecciones, no las ideologías»

Como ciudadano francés, griego y europeo, ¿qué opinión tiene de la polarización política actual?

¿Hay polarización política? [risas]. Terrible, verdaderamente terrible. La extrema derecha va a más, y nosotros con ella y hacia ella. Si los de mi generación miramos al pasado, sabemos y hemos visto la llegada de los extremismos y cómo hicieron de las suyas. Hitler, Stalin, Franco, Mussolini…, lo que pasó en Grecia, en Portugal, todo catástrofes. Hay algo en el ser humano bastante particular: el hombre es como es y hay que respetarlo; hay que escucharlo e intentar convencerlo de otras opciones. No veo otra solución: hacer la guerra con las ideas y las palabras, para evitar las decisiones erróneas y sabiendo las consecuencias que pueden darse, como Donald Trump actualmente, con sus «conquistas».

¿Le sigue molestando que se etiquete su obra únicamente como «cine político»?

Es la etiqueta que me ha tocado, pero es que todas las películas son políticas. Cualquier relación entre las personas es «política». La amistad o el odio son política también. Para mí, la política es la manera de vivir en una ciudad, por ejemplo, y cómo nuestros actos repercuten en los demás y viceversa. Otra cosa es pertenecer a un partido, y ya de por sí la palabra pertenecer la rechazo categóricamente. No se puede «pertenecer a un partido», porque un partido tiene su lógica interna, las ideologías tienen su lógica, hasta que cambian. Pueden hacerlo y mucho en cincuenta años. Mueren, renacen… Se ha de ser uno mismo, elegir y votar, nada más. Lo excepcional son el pensamiento y sus elecciones, no las ideologías.

Al comienzo de su carrera, ¿qué importancia tuvieron estos tres nombres: Yves Montand, Simone Signoret y Jorge Semprún?

Una importancia esencial. Me hicieron entrar en este mundo a través de la voz del cine, donde yo no hubiera tenido ninguna razón para hacerlo, ni medio alguno tampoco. Gracias a ellos aprendí. Eran de una generación mayor que la mía, con muchísima más experiencia, tanto en el plano social como político, y gracias a ellos pude sacar mi juicio del mundo respecto a sus hechos, sin olvidarme de las experiencias negativas. El partido comunista, Jorge Semprún y la importancia que tuvo para él, etc. Gracias a ellos, insisto, descubrí un mundo que desaparecía y otro que estaba a punto de nacer.

«Las condiciones hollywoodienses son mucho más atractivas; el problema es el tipo de películas que hacen»

En relación con sus experiencias en el cine norteamericano, ¿qué recuerdos guarda? ¿Qué comparación podría hacer con el sistema cinematográfico francés?

Cuando salió Z (1969), que fue un gran éxito en Norteamérica, me pidieron, como hacen siempre los estadounidenses a los directores europeos, que fuera e hiciera lo que quisiera. La toma de contacto es ir, instalarse, tener a mano cuatro o cinco proyectos, comenzar a hablar con el guionista, y al final que salga una película, quizá dos, pero, mientras tanto, te pagan, tienes tu mansión y todo va estupendamente. Siempre rechacé eso. Es un poco exagerado cómo lo he contado, pero no me alejo de la realidad. Elia Kazan me contó una vez: usted es joven, viene a Hollywood, un coche le espera en el aeropuerto, le lleva a la mansión con piscina, se instala y todo es maravilloso; al día siguiente se dirige a la compañía y dice exactamente lo que quiere hacer y cómo; la mañana de después, se despierta, se hace unos largos en la piscina, se toma un té, se echa una siesta, se levanta y tiene 60 años [risas]. Nunca me instalé en Hollywood. Las películas que rodé allí las hice en condiciones francesas, digamos, con el equipo del que ya disponía. Con la última palabra sobre el casting, sobre el guion, sobre el montaje. Con respecto a todas, la fase de posproducción siempre la hice en Francia. Las condiciones financieras hollywoodienses son mucho más atractivas, eso no puede negarse, pero el problema es el tipo de películas que hacen.

Para usted, ¿cuál es la importancia de la colaboración que surge entre director e intérprete?

Se dice mucho eso de «dirigir a los actores». Yo prefiero «colaborar con los actores». El director colabora con el actor X o Y, y juntos crean al tercer personaje con sus características, sus fascinaciones. Así entiendo esa relación. Hay actores que necesitan más guía y que se les explique más su cometido.

«Un 30% de las películas realizadas actualmente en Francia están hechas por mujeres»

¿Qué piensa de los movimientos de denuncia y abusos dentro del sector cinematográfico? El #MeToo y sus réplicas, como el francés #Balancetonporc…

Habiendo comenzado con el #MeToo, me parece extraordinario, y que haya empezado a cambiar a la sociedad, que esté en ello. Un cambio que será profundo y duradero, porque tardará. Pero las mujeres que lo están llevando a cabo lo harán hasta el final, sin importar cómo sea. Para mí, lo que está ocurriendo es muy importante.

En el caso español, es fuertemente criticada la poca accesibilidad con la que se encuentran los jóvenes talentos y directores de cine. ¿Sucede lo mismo en Francia?

En mi opinión, el sistema que hay en Francia es muy favorable para los jóvenes. Todo tipo de ayuda, ya incluso para los guionistas, está muy avanzada y resulta muy apropiada. Ha permitido acceder a muchos jóvenes, y muchas de esas personas son mujeres. Un 30-32% de las películas realizadas actualmente en Francia están hechas por mujeres, lo que es formidable, y esperando que en unos años el porcentaje suba. Están aportando una nueva sensibilidad a la hora de contar historias, y en mi opinión, eso está haciendo que la visión masculina cambie.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

Cine nuevo hecho por viejos

Sergio del Molino

Nada me deprime más que un anciano que mide sus palabras y quiere quedar bien con todo el mundo.

Los últimos cines de pueblo

Raquel C. Pico

La crisis del cine ha cerrado salas en toda España en los últimos años. Pero, ¿qué hay de los municipios rurales?

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME