Pasivo-agresividad
No pasa nada (pero se siente todo)
La pasivo-agresividad es una forma indirecta y ambigua de expresar hostilidad. Puede surgir del miedo, la inseguridad o la falta de habilidades para afrontar conflictos abiertamente.
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«Quiero que sepas que ya me esperaba que esto ocurriera y que no pasa nada, solo me da la razón», así empieza Pesadilla en el parque de atracciones, una de las canciones más populares de Los Planetas. La pasivo-agresividad puede ser la calma antes de lanzar una bomba o puede esconderse bajo sonrisas forzadas, comentarios ambiguos y elogios envenenados. Aunque estas conductas están muy presentes en nuestras relaciones cotidianas, no siempre son fáciles de detectar.
Explica el psicoanalista Josh Cohen que la pasivo-agresividad es una forma sigilosa, indirecta y, a menudo, insidiosa de expresar antagonismo o desacuerdo mientras negamos cualquier intención hostil. Es más, a menudo puede tener forma de cumplido. Por ejemplo, cuando un compañero de trabajo nos felicita porque nuestro informe «está mejor de lo que esperaba», o el clásico «qué bien sales en la foto, no pareces tú».
Pero también se muestra de otras formas, como «olvidar» algo que nos han pedido, cometer errores de forma intencionada o murmurar quejas en lugar de decirlas de forma clara. La potencia de la pasivo-agresividad reside en la negación de su propia existencia: «El agresor puede asegurarte que no tenía la intención de causarte la irritación que ahora sientes. Esto te deja con la sensación de que, tal vez, eres tú quien tiene el problema», explica Cohen.
El comportamiento pasivo-agresivo genera malestar en quien lo sufre, pero también en quien lo ejerce
Cuando no se trata de comentarios puntuales, sino de dinámicas viciadas, puede haber más detrás de lo que parece. En muchos casos, se trata de patrones que sirven para encubrir conductas que suelen ir acompañadas de una actitud de resentimiento o miedo.
Todas las personas, en algún momento, nos comportamos de forma pasivo-agresiva. Es algo bastante frecuente y, entre otras cosas, puede ser una forma de sacar nuestras emociones cuando nos sentimos incapaces de comunicarlas o creemos que hacerlo puede ponernos en peligro. Callamos hasta que acabamos saltando o recurrimos a pequeñas estrategias hostiles. La pasivo-agresividad no está reconocida como trastorno psicológico en los manuales diagnósticos actuales, como el DSM-5 (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales), pero sí puede estar relacionada con otros problemas, como trastornos de la personalidad, depresión, ansiedad, baja autoestima, miedo al rechazo o inseguridad.
El comportamiento pasivo-agresivo genera malestar en quien lo sufre, pero también en quien lo ejerce. Según Scott Wetzler y Leslie C. Morey, la persona que muestra esta actitud de forma habitual «está atrapada entre la dependencia, que resiente, y la autonomía, a la que teme». Este conflicto la lleva a generar relaciones íntimas que luego rechaza al sentirse vulnerable o controlada. El miedo es, para estos psicólogos, una de las emociones más presentes en las personas con comportamientos pasivo-agresivos. De hecho, explican que pueden evitar los logros por temor a las consecuencias emocionales del triunfo, especialmente por su fragilidad en la autoestima. Esta evitación deliberada del éxito refleja una forma de protegerse ante la posibilidad de exponerse.
Aunque estas conductas puedan ser identificadas como problemas individuales, puede haber causas sociales o estructurales y situaciones que potencien estas actitudes. Para Cohen, estas actitudes se han agravado con la comunicación virtual y el trabajo remoto, ya que, al comunicarnos a través del correo electrónico o mensajes rápidos, no acabamos de percibir el tono de algunos comentarios. Así, se amplifican nuestras sospechas y algo que en persona podría parecer una broma o un comentario entre colegas, acaba siendo interpretado como algo irónico o con dobles intenciones.
Por otro lado, en contextos de crisis o en relaciones jerárquicas, este patrón puede intensificarse como una forma de expresar impotencia, enfado, frustración o rabia. De esta forma, se alimentan relaciones desequilibradas en las que se establecen complejas dinámicas de poder.
De la pasivo-agresividad a la asertividad
Como explica la psicóloga Olga Castanyer, ninguna persona es puramente agresiva, sumisa ni asertiva: «Las personas tenemos tendencias hacia alguna de estas conductas, más o menos acentuadas, pero no existen los ‘tipos puros’». Las personas con un estilo más sumiso tienden a no defender sus propios derechos, buscando aprobación ajena y evitando el conflicto, lo que puede llevarlas a sentirse ignoradas o manipuladas. Por el contrario, quienes adoptan una actitud agresiva imponen sus opiniones y necesidades, a menudo de forma dominante y con gestos intimidantes. Aunque parezcan personas seguras, suelen arrastrar sentimientos de frustración o baja autoestima. Esta agresividad, explica Castanyer, es muchas veces una forma ineficaz de afrontar el malestar interno.
El estilo pasivo-agresivo, que combina sumisión exterior con resentimiento interno, suele aparecer cuando no se cuentan con habilidades para afrontar los conflictos abiertamente. Frente a este patrón, cultivar la asertividad se presenta como una vía para transformar los vínculos desde el respeto y la honestidad.
La psicóloga Alba Cardalda da algunas claves para entrenar la asertividad. La primera es aprender a decir «no» sin rodeos, sin necesidad de justificaciones extensas ni excusas. La segunda consiste en establecer consecuencias proporcionales cuando se traspasan nuestros límites. Y la tercera advierte sobre la importancia de frenar a tiempo ciertas dinámicas o favores: si cedemos repetidamente, nuestro entorno puede asumir esa conducta como una norma, haciendo más difícil revertirla más adelante. Por eso, es fundamental hablar con honestidad y comunicar lo que realmente queremos o necesitamos, hablando desde el yo y con transparencia.
El comportamiento asertivo refleja una buena autoestima consciente y la convicción de que no se es ni más ni menos que nadie. Por eso, desde ahí, es posible construir relaciones satisfactorias y sanas.
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