El parque temático del desconcierto
Su estilo, mordaz, cáustico y satírico con la sociedad de consumo, es uno de los más admirados. Lo último de Banksy es la creación un inmenso e inquietante parque temático: Dismaland.
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Responde al nombre de ‘Dismaland’, que podría ser traducido como ‘el territorio de lo deprimente’. El nombre advierte. Su creador, el grafitero Banksy, del que apenas se conocen rasgos y datos biográficos. Su estilo, mordaz, cáustico y satírico con la sociedad de consumo, es uno de los más apreciados y admirados. Comenzó su protesta en Bristol, entre el 92 y el 94. Desde entonces es uno de los referentes en su género.
En los parques temáticos al uso todo reluce. La sonrisa es impuesta. La disposición de ánimo es edulcorada y termina la jornada en éxtasis de empalago. Se pasa bien en ellos, porque es de obligado cumplimiento el disfrute. El algodón de azúcar, los niños felices, los padres interpretando correctamente su papel, los tiempos controlados, el vértigo justo, la diversión asegurada… O no. No, si entramos en el primer parque temático del mundo que abre sus puertas con fecha de caducidad. Cinco semanas recibirá visitantes. Ni un día más. Y eso que las colas para entrar son tan laberínticas como enmarañadas, pero tan concurridas como si regalasen felicidad, aunque lo que se ofrece tras las puertas del recinto es desasosiego premeditado.
Responde al nombre de ‘Dismaland’, que podría ser traducido de manera veloz y sin matices como ‘el territorio de lo deprimente’. El nombre advierte. Su creador, el grafitero Banksy, del que apenas se conocen rasgos y datos biográficos. Su estilo, mordaz, cáustico y satírico con la sociedad de consumo, es uno de los más apreciados y admirados. Comenzó su protesta en Bristol, entre el 92 y el 94. Desde entonces es uno de los referentes en su género.
‘Dismanland’. Levantado en un recinto abandonado desde hace más de quince años. Antes de cruzar su entrada, uno tiene que someterse al registro con escáner y cámaras de seguridad de cartón. Los operarios, como el resto del personal del parque, tienen cara de malas pulgas, gesto desganado y actitud poco receptiva. Mejor no preguntar. Ladran. Peor, muerden.
El castillo, una sombra del de Disney, destartalado, sombrío e inquietante, preside el espacio, franqueado por una ‘sirenita’ (Ariel, ¿recuerdan?) deformada, como si su belleza y candidez fueran, en realidad, un efecto óptico.
Si recorren el espacio, ubicado en Weston-super-Mare, una ciudad costera al suroeste de Inglaterra, pueden encontrar de todo, desde los clásicos autos de choques (eso sí, presididos por la Muerte al volante) o el carrusel (con oficiales preparados para un ataque o un escape nuclear), hasta atracciones insólitas, barcazas repletas de inmigrantes cercadas por patrullas, una recreación del efecto que el bombardero Enola Gay produjo al lanzar sobre Hiroshima la ‘Little boy’, cuyo tierno apodo enmascara la primera bomba atómica arrojada en el mundo. Ya saben, el hondo sobrecogedor. El terror en estado puro y terroríficamente estético.
Las sorpresas son muchas: una cenicienta a punto de perder la vida tras sufrir un accidente de carroza y fotografiada por paparazzis (¿acaso eco de Lady Di?), furgones de la policía que preservan la seguridad a cambio de grandes dosis de libertad mermada e intimidación, tiro con metralleta donde el premio es nada…
Para construir este inmenso y desconcertante parque temático, Banksy se ha rodeado de 58 artistas contemporáneos, entre otros el también británico Damien Hirst (adicto a conservar en formaldehído todo tipo de animales, incluido un tiburón) y la estadounidense Jenny Holze (con su querencia por los textos en lugares públicos). Además de las obras de Banksy y el resto de artistas, Dismaland albergará una suerte de festival con conciertos de artistas reivindicativos como las Pussy Riot o Massive Attack.
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