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Volver de vacaciones

Solo se va de vacaciones quien necesita descansar. Pero el lenguaje, el más delator de todos los traidores, ha sabido colocar el prefijo ahí donde duele y el descanso demuestra su impertinencia por cuanto exige habernos cansado antes.

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03
septiembre
2025

Siempre temo que las vacaciones sean un error. Que de algún modo encarnen un estado de excepción que venga a reparar la colección de malas decisiones que nos llevaron a escoger una vida profesional que se parece demasiado a una cotidianidad tediosa. Estos días de descanso suponen algo así como silencio en mitad del ruido que nos recuerda que los días ordinarios son poco menos que insoportables. Las vacaciones son la prueba de que otra vida habría sido posible y que incluso existen desempeños que podrían habernos hecho definitivamente felices.

Solo se va de vacaciones quien necesita descansar. Pero el lenguaje, el más delator de todos los traidores, ha sabido colocar el prefijo ahí donde duele y el descanso demuestra su impertinencia por cuanto exige habernos cansado antes. Si no, nadie des-cansaría. El agotamiento se parece al pecado de San Agustín, que es una condición indispensable para la gracia que sigue a la penitencia.

El agotamiento es una condición indispensable para la gracia que sigue a la penitencia

Las vacaciones apenas funcionan como remedio y operan en el alma como una cirugía reparadora ineficaz. Arreglan lo que está averiado y reconstruyen el ánimo para poder volver a prepararnos para el cansancio. Aunque también es cierto que hay quien decide agotarse también en agosto, apretando la agenda de encomiendas y viajes. Del mismo modo que la antigua aristocracia no sabía distinguir entre días festivos y laborables, las vacaciones interrumpen la servidumbre de muchos a cambio de unas pocas semanas de humana normalidad. No hay nada liberador en apartarse de la servidumbre del móvil durante unos días, porque lo verdaderamente razonable sería no haber sido esclavo nunca.

La tiranía de la productividad nos ha obligado a tener que hacer cosas e incluso a desearlo con un celo libidinoso. Este afán hacedor nos ha impedido reconocer una de las misiones más íntimas de la naturaleza humana. Si forzásemos un poco la antigua doctrina aristotélica, reconoceríamos que lo contrario de la acción no es la pereza ni la pasividad, sino la contemplación.

Es posible que la vida contemplativa no sea el patrimonio exclusivo de ninguna orden religiosa y que el de Estagira tuviera razón. El ver sin hacer, el mirar sin tocar y la estricta vida teórica no exigen, dada su plenitud, descanso alguno. En vacaciones todos descubrimos un bienestar que añoramos durante el año y en estos días se nos revela una verdad secreta. Sigamos el rastro de esta revelación y hagamos todo lo posible para no volver. O si hay que volver jurémonos, al menos, no volver nunca más a la vida de antes.

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