Reducir la complejidad, fomentar la polarización
El nuevo curso político
La opinión pública mayoritariamente reclama a las autoridades y a los partidos opciones sencillas, claras, inteligibles, de una naturaleza distinta a las que emanan de la gestión de lo complejo.
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Por estas fechas abundan los análisis sobre el «nuevo curso político». Qué podemos esperar, qué dificultades aguardan a la gobernabilidad nacional e internacional en el horizonte. Ninguna sorpresa. La actualidad contiene las mismas dinámicas y preguntas sin respuesta que antes del parón vacacional.
Los problemas no se toman un respiro. Lo del «nuevo curso político» constituye un pretexto –de medios y de políticos– para recuperar la narrativa perdida durante el descanso estival. Una manera de decir, con apariencia profesional, aquello de «en el capítulo de ayer» con la esperanza de que oyentes, televidentes y lectores suban de nuevo al carro de la audiencia.
Dicho esto, ahora que estamos en septiembre –y puesto que ya sabíamos en julio cómo comenzaba–, un deseo: que las formas de contar la actualidad no nos desvíen realmente de lo sustancial. Vivimos un tiempo de gran complejidad. Y sin embargo, en lugar de construir instrumentos colectivos para interpretar más acertadamente este contexto, parece que la gestión de los asuntos públicos, en los medios, camina por el territorio contrario.
Negar la complejidad de los problemas políticos y de gran parte de los asuntos públicos es un error
Negar la complejidad de los problemas políticos y de gran parte de los asuntos públicos, en la escala española y europea, es un error. Se admite la complejidad, sin discusión, en el ámbito técnico-científico. Hay consenso en reconocer que los avances industriales, digitales o médicos exigen el liderazgo de un equipo experto al otro lado que sepa gestionarlos, diseñarlos, repararlos y perfeccionarlos. Nadie duda de que se precisan profesionales especializados, competentes y adiestrados para tomar decisiones con autonomía. Sin embargo, si se traslada este patrón al examen de la política o la gestión de los asuntos públicos, asoma una disposición colectiva muy distinta. Los años de polarización, divisiones, trincheras y batallas eternas en la política han dejado un poso del que no va a ser sencillo desprenderse en el futuro. La opinión pública mayoritariamente reclama a las autoridades y a los partidos opciones sencillas, claras, inteligibles, de una naturaleza distinta a las que emanan de la gestión de lo complejo.
La política y los medios no pueden dudar. Tienen que tener todo claro: las opiniones se utilizan para reforzar posiciones ideológicas enfrentadas y muchas de ellas no están articuladas. Profundizan una brecha cada vez más evidente entre lo que es real y lo que se dice que existe. Lo que acontece es de naturaleza tan intrincada que se debería desconfiar de quien da soluciones simplistas a problemas tan profundos, o simplemente se afana en descalificar al contrario y sus propuestas sin aportar razones a cambio. ¿Por qué la propaganda, los mensajes poco veraces y la desinformación tienen hoy una oportunidad en la opinión pública? Porque está creciendo el malestar y el desafecto. Porque, de forma creciente, se vincula la política, sus respuestas y sus desafíos con un ejercicio de convicción y autoridad. La sociedad no está vacunada ante la tentación populista. Y tampoco los medios de comunicación.
La transformación de grandes desafíos colectivos en argumentos para la combustión en las redes acota la disposición para reflexionar
Repasemos los grandes asuntos de agosto y el debate que les ha acompañado en España: la gestión de los incendios y de la inmigración, el acercamiento Trump-Putin y la respuesta de los líderes europeos que han arropado a Zelensky en el Despacho Oval. La aproximación desde la política a esta agenda estival parecía dirigirse más a una audiencia que a una sociedad. La transformación de grandes desafíos colectivos en mensajes y argumentos para la combustión en las redes y en la tertulia televisiva acota la disposición para reflexionar. Es como pararse a pensar sobre tierra quemada.
El sociólogo francés Gérald Bronner acaba de publicar un sugerente trabajo al que ha titulado Al asalto de la realidad (À l’assaut du réel), y en él precisamente reflexiona sobre un problema que vivimos franceses, españoles, el resto de europeos, y ciudadanos de democracias consolidadas, que explica, en parte, la negación de la complejidad a la que nos estamos refiriendo. Este profesor de la Sorbona se pregunta con acierto si vamos a ser capaces todavía de preservar una base común de realidad o estamos condenados a vivir una era en la que cada uno forjará su propio mundo. Para evitar la tiranía de la post-realidad en la que nada existe –ni los hechos sirven para explicar lo que ocurre y solo abundan interpretaciones con apariencia de veracidad–, conviene que los periodistas interpreten bien el humor del momento. Es el horizonte más desafiante y atractivo que ha tenido nunca la profesión. Y especialmente las radiotelevisiones públicas. Da igual que haya llegado ya septiembre y «nuevo curso político».
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