¿Nos comemos a los ‘boomers’?
Ante el grave problema intergeneracional que vive España, no nos comeremos literalmente a nuestros ‘boomers’ pero viviremos aún más tensionados, enemistados en la médula de las sociedades: las familias.
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A grandes males, grandes remedios. Bajo esa premisa, Jonathan Swift, el papá de Gulliver, escribió en 1729 una excelente sátira sobre el problema del hambre y la pobreza en Irlanda. Se titula, de corrido, Una modesta propuesta para evitar que los hijos de los pobres sean una carga para sus padres o su país, y para hacerlos útiles al público.
La solución de Swift es tan sencilla como aquella otra, supuestamente apócrifa, de María Antonieta. Si la pizpireta reina de Francia aconsejaba a los hambrientos que comieran pasteles, el autor dublinés sugiere que, para acabar con la miseria, los padres pobres de Irlanda vendan a sus hijos a los terratenientes ricos para que estos se los coman.
Podríamos estar ante el primer supuesto de economía circular y quizás ante la solución al grave problema intergeneracional que vive España.
Pensando en los boomers y en quienes no somos boomers, y en un país que no ha dado un solo paso para arreglar este asunto, no se me ocurre más alternativa que la vía Swift. O bien cada joven de este país se come a un boomer o cada boomer se come a su joven más cercano. En cualquier caso, se requeriría una gran Noche de San Bartolomé de la que salga uno de ellos vencedor.
El principal escollo para aplicar la vía Swift por el momento (y recalco por el momento) es que boomers y no boomers –jubilados, jóvenes, rentistas y medio pensionistas– no somos por suerte estamentos estancos. Somos familia en lugar de abstracciones. Si además somos decentes, hemos de asumir que no es culpa de ellos haber vivido tiempos exitosos ni han propiciado malévolamente que ahora dependamos de sus rentas. Ellos, si son honestos –y no lo son todos–, entenderán y se dolerán de las quejas de sus hijos y nietos ante un contexto endiablado, renunciarán al cuñadismo fácil de considerar que cada generación fracasa por sí sola y asumirán que vivimos vampirizados por un bienestar que no nos alcanza, con una única posibilidad de hacer patrimonio: heredar.
Hay demasiados intereses en que el conflicto intergeneracional sea eso, un conflicto. Socializar un problema, trasladarlo a las calles, es la mejor manera de deshacerse de él. Lo hemos visto muchas veces en estos años en que todo ha sido bandalizado y a cada causa le corresponde un dilema: o güelfo o gibelino. Ya se está viendo. Cualquier crítica al sistema se interpreta como una agresión injustificada a los derechos de los pensionistas, al sistema mismo; por otro lado, toda opinión del boomer es tenida por ilegítima.
Los partidos han tomado posiciones para capitalizar el descontento en las familias. Vox saca rédito exacerbando pasionalmente todo lo que le escuece al joven, que es donde tiene su mayor caladero de votos. Para el PSOE el mito de las pensiones y los cuidados casa estupendamente con su ciego estatismo: le sale de lujo esconder la cabeza en toneladas de sentimentalidad barata mientras tira con pólvora del Rey. Además, ha encontrado en los jubilados el caudal de activismo que ya no tiene entre los jóvenes. Todavía puede tirar otros 20 años así mientras el país se consume de sí mismo, como los uruguayos de los Andes. El PP, por su parte, sigue a verlas venir, que es su manera tradicional de contribuir a no arreglar nada.
Y el Gobierno… ¿ha contenido el alza del alquiler? ¿Ha propiciado sueldos por encima del coste de la vida? ¿Ha incentivado la prosperidad?
Y el Gobierno, en fin… Aparte de intentar acaparar el descontento y ser «la solución» a todos los problemas que no afronta, ¿ha hecho algo el Ejecutivo de Sánchez en siete años? ¿Ha construido vivienda? ¿Ha logrado que decrezca el precio de la misma? ¿Ha contenido el alza del alquiler? ¿Ha propiciado sueldos por encima del coste de la vida? ¿Ha mitigado la vergonzosa tasa de desempleo juvenil? ¿Ha incentivado la prosperidad? ¿Ha hecho otra cosa que no sea apretar un poco más las clavijas, exprimir a la gallina de los huevos de oro y llevar la dialéctica de ricos y pobres a las casas?
La dramática verdad es que no hay nadie en España capaz de proveer de lo que España necesita: políticas que vayan más allá de una legislatura. Y ese mismo tacticismo hace que sea inimaginable que los partidos se sentaran a solucionar cualquier problema, ni siquiera esta, siendo como son ellos, además, gran parte del problema.
Así, vivimos endeudados, es decir, dopados, para sostener la España de los próximos 50 años con las sobras de los 50 anteriores. En medio, caerán una o dos generaciones, que alimentarán un rencor inevitable hacia una sociedad que no movió un dedo por actualizarse. Tras los gráficos de barras que dan cuenta del desequilibrio intergeneracional, hay mucha frustración y mucha humillación, mucha gente que se siente desplazada de su propia historia, taponada.
No hacer nada es dar pasos hacia la vía Swift, la del canibalismo. No nos comeremos literalmente a nuestros boomers pero viviremos aún más tensionados, enemistados en la médula de las sociedades: las familias. Desearemos, como personajes de Dostoyevsky, que el viejo la espiche pronto. Y otra vez habrán ganado los que gestionan los despojos de España, buhoneros y ropavejeros varios cuyo negocio es repartir lo que va quedando mientras nos explican que vivimos en el mejor de los mundos posibles.
Hace tiempo que a los problemas de España solo se les atisba una solución: que empeoren cuanto antes. Como los enfermos incipientes, aún no somos conscientes de lo mal que estamos. Se requiere algo de fiebre, un dolor muy agudo, para que nos determinemos a ir al médico y el cáncer de la cara. Y con él, si aún es posible, la cura.
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