Malas interpretaciones del estoicismo
Ante el malestar y la incertidumbre, distintos ‘influencers’, empresarios y atletas han tornado una corriente de pensamiento compleja y profunda en una lista de consejos de autoayuda.
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A pesar de que varias sociedades viven hoy en un estado de opulencia, curiosamente, hallamos un creciente malestar social. La catedrática María Xesús Froxán señala que «la depresión es una forma de adaptación [involuntaria] en una sociedad del bienestar». Y este malestar ha sido caldo de cultivo para el renacimiento del estoicismo.
Hay influencers que lo citan con frases motivacionales fuera de contexto, empresarios que lo recomiendan e incluso atletas que lo utilizan como mantra. Sin embargo, en no escasas ocasiones, lo que se vende como filosofía estoica no es más que una caricatura conveniente. Un recorte frívolo que torna un pensamiento complejo y secular en una lista de consejos de autoayuda para alcanzar el fallo muscular en el gimnasio.
El estoicismo no nació en la Antigua Grecia como una diligente receta para el éxito capitalista –apréciese el anacronismo–, ni como un blindaje emocional al estilo de la masculinidad tóxica. Zenón de Citio, su fundador, propuso algo más que aguantar los golpes de la vida con cara de póker. No se trata de ocultar las emociones ni el dolor. Se trata de vivir de acuerdo con la razón y con el curso de la naturaleza, en armonía, cultivando virtudes como la sabiduría o la templanza. La insensibilidad, ocultar las pasiones y el dominio de uno mismo no deben confundirse. Y es que es el último fin, el aplomo ante los avatares del destino, la aceptación racional de lo que no depende de uno, aquello que pregonaron los estoicos.
La era digital ha reducido esta meta a un eslogan del tipo «No expreses tus afectos y tira pa’lante». Ha mutado en un manual de supervivencia emocional para hombres con miedo a parecer vulnerables. Esta versión diluida del estoicismo original es cómoda puesto que no exige un verdadero esfuerzo de transformación interna. Tampoco un compromiso ético. Únicamente una actitud distante ante los problemas que no gustan. Y es evidente: eso vende.
Zenón de Citio proponía vivir de acuerdo con la razón y con el curso de la naturaleza, cultivando virtudes como la sabiduría o la templanza
Por añadidura, el problema aflora con la confusión del estoico con alguien frío y cínico. Pero nada más alejado. Séneca, gran referente del estoicismo romano, escribió largo y tendido sobre las emociones, reconociéndolas como parte medular de la condición humana. En ningún momento abogó por su negación, sino por su comprensión y gestión.
Después de nacer esclavo, Epicteto, otro insigne faro de esta escuela, habló de la libertad interior que se consigue al discernir lo que depende de uno de lo que no. Pulida con esmero, esta es la piedra angular de su pensamiento. No hay que apretar los dientes y tragarse las lágrimas, hay que construir una vida que obvie los impulsos y las preocupaciones vacuas.
La confusión contemporánea se agrava cuando el estoicismo se mezcla en el balde de la productividad. Muchos lo interpretan como un arma para aumentar su eficiencia, para resistir al estrés, para ser invencibles en la selva capitalista. Pero el estoico no procura rendir más, lo que quiere es vivir mejor. De hecho, el cómo lograr más cosas, más dinero o más tiempo, eso es precisamente lo que rehúye. Cuando Marco Aurelio escribió sus Meditaciones, no lo hizo para alcanzar el top de ventas. Como emperador, tampoco diría que buscaba aumentar sus followers. Siguiendo sus palabras, escribió para recordarse a sí mismo el valor de actuar con serenidad y humildad.
El estoicismo genuino no vende porque no promete éxito, ni alimenta al ego, ni idolatra la fuerza bruta. Es una filosofía con un barniz determinista que pone de relieve que la única libertad posible reside en cómo reaccionamos ante lo inevitable. Lo que choca contra la obsesa cultura que todo lo quiere controlar. En esta línea, se podría decir que el estoicismo es contracultural al incidir en que no somos el centro del universo. Igualmente, por mucho que te esfuerces por guiar tu vida con la eficiencia, esta –tu vida– terminará desvaneciéndose como río en el mar.
Hay un viejo koan zen que se pregunta: «¿Qué pasa si una fuerza imparable choca contra un objeto inamovible?». La contestación es irrelevante. Lo importante está en el espíritu de la paradoja. Hay tensiones que no se resuelven ni con fuerza ni con la negación. Y así, los estoicos clásicos no ofrecieron fórmulas para ningún dilema. Solo una actitud: ante las embestidas de lo incontrolable, el cultivo de la templanza; ante las tragedias, el conocimiento del curso de las cosas; ante el caos, la virtud. En suma –es preciso reiterarlo–, esta es más una cuestión de libertad y sabiduría que de fuerza.
Una última distorsión moderna consiste en exponer el estoicismo como una postura individualista (casi parecería que liberal). Sin negar el énfasis que ponen en la responsabilidad personal, los estoicos clásicos nunca han abanderado un aislamiento egoísta. Lo que sí han hecho, en cambio, es destacar el compromiso ético con los demás. Somos parte de una comunidad racional y, por consiguiente, ser estoico supone actuar con justicia y comprensión. Escúchese a Séneca: «Dondequiera que haya un humano, hay una oportunidad para la bondad».
Lo recomendable es hacer eso. Leer a los propios estoicos. Sin anacronismos ni distorsiones interesadas. Solo así se podrán degustar, no sin cierto esfuerzo, sus verdaderos frutos.
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