Jesús G. Maestro
«El conocimiento es lo único que asegura nuestra supervivencia»
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Jesús G. Maestro (Gijón, 1967) es un ‘influencer’ muy particular. Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Vigo, su defensa a ultranza de la educación pública, de calidad y gratuita lo ha llevado a subir a YouTube clases magistrales y análisis literarios de todo tipo. Hasta el momento, están disponibles en la red más de 1.400 vídeos que lo han convertido en el profesor de Literatura más viral y querido por los internautas. Su último libro, ‘Una filosofía para sobrevivir en el siglo XXI’ (HarperCollins), se presenta como un manual de recursos para vivir con libertad y contra la ignorancia.
«Miedo, mentira y culpa son las tres fuerzas principales que gestionan el mundo»: así de tajante comienza su libro. El miedo es a lo diferente, las mentiras vienen de las redes sociales y las noticias falsas, pero ¿cómo se articula la culpa en el siglo XXI, en plena revolución digital?
La culpa en el siglo XXI se articula como se articuló toda la vida, en el primer o segundo milenio antes de nuestra era o en cualquier otra etapa. La culpa consiste en hacer creer al ser humano que es responsable de lo que no es. Determinadas religiones nos hacen creer que somos culpables de un pecado original que nosotros no cometimos nunca, y a través de un sacramento nos liberan de esta culpa. Imprimir un sentimiento de culpa en el ser humano es el primer paso hacia el dominio de ese ser humano. Ese sentimiento de culpa ha ido cambiando a lo largo de la historia dependiendo los credos religiosos, las filosofías y las ideologías, que siempre tratan de establecer lo que está bien y lo que está mal.
«Antes todo era pecado, ahora todo es delito». ¿Cuál es el pecado original de nuestra era?
Son muchos, y dependen siempre de quién detenta la potestad de codificar lo que está bien y lo que está mal. Lo que para unos es un pecado para otros es una virtud; eso depende del tipo de creencia que cada uno tenga, por ejemplo, para un materialista el pecado es ser espiritualista, y viceversa. En los tiempos de antes lo que se imponía como código para regular la conducta de la gente era la religión, y hoy día lo que se impone como código son las ideologías. Son diferentes formas de organizar las creencias colectivas.
«Si somos inteligentes y no hacemos nada con ello somos inteligentes asintomáticos»
Usted define el conocimiento como «una ofensa en tiempos de barbarie». También habla de la filosofía y la ciencia y de las falacias de la nueva universidad. ¿De qué hablamos cuando hablamos de conocimiento?
El conocimiento es aquello que permite mejorar las condiciones de la vida humana. El conocimiento de una enfermedad permite curarla, el conocimiento de la ingeniería permite al ser humano llevar a cabo obras para vencer obstáculos naturales, el conocimiento de las lenguas permite a la gente comunicarse… El conocimiento es algo que exige una libertad y que no se puede desarrollar a espaldas de la libertad; está destinado, insisto, a mejorar las condiciones de la vida humana y esto es lo más importante. Privado de conocimiento, el ser humano no puede vivir: nos matan las enfermedades, las incidencias climáticas, los animales… El ser humano está obligado a desarrollar constantemente sus posibilidades de conocimiento para no morir. El conocimiento es lo único que asegura nuestra supervivencia en un mundo saturado de adversidades.
También afirma lo siguiente: «La interpretación de la realidad no es, en sí misma, conocimiento de nada. Si no haces algo útil con lo que estudias, interpretas o sabes, te engañas a ti mismo». ¿Qué es hacer algo útil con el conocimiento? O por el contrario, ¿qué es hacer algo inútil?
Hacer algo inútil es no hacer nada con él: no vas a tener la razón teórica, es necesario tener la razón práctica. Si somos inteligentes y no hacemos nada con ello somos inteligentes asintomáticos, por decirlo cómicamente. El conocimiento que no da lugar a hechos útiles es un conocimiento inútil. Yo puedo saber mucho de música, pero si no sé interpretar al piano una sonata de Mozart, es como si no supiera nada. El movimiento se demuestra andando.
Ante el conocimiento, la «emotiocracia», el imperio de las emociones, concepto formulado por el filósofo Carlos Javier González Serrano y desarrollado por usted en el libro: «Ya no es la libertad, sino la felicidad, el objetivo de nuestro tiempo». ¿Nos quieren alienados y felices?
Yo diría que no es que «nos quieran», sino que la gente se quiere a sí misma alienada y feliz. Uno no se convierte en alguien alienado por la felicidad a menos que uno mismo lo quiera y lo acepte. Nadie nos obliga a ser felices: cada uno escoge o rechaza los elementos que quiere. Un ejemplo son las redes sociales: hay personas que usan las redes sociales para unas cosas, otros para otras, otros para nada y otros para todo. Es como la alimentación: tenemos a nuestra disposición una serie de alimentos, y hay gente que escoge solo tomar azúcar o carne o verdura, pero nadie les obliga a ello. Nos quieren alienados o felices imperativamente, pero cada uno tiene libertad de elegir lo que quiere o lo que no quiere. En nuestra sociedad la gente parece preferir la felicidad y el dinero a la libertad, y esto es revelador, porque no siempre ocurrió así, con las características con las que hoy se produce. Hoy tenemos determinadas condiciones socioeconómicas que no se daban hace cien años, como las redes sociales o la digitalización de la experiencia humana, que han introducido cambios muy precipitados que todavía no se han asimilado. Las redes provocan en los adolescentes efectos hasta cierto punto comparables con los que pudo tener la irrupción de la droga en los años 70 u 80. Las redes causan problemas de salud física y mental a muchos adolescentes, aunque no son las únicas responsables, también hay otros factores que la educación no es capaz de resolver.
«Esta oleada que vivimos de falso puritanismo no es más que una incapacidad para asumir la realidad»
Entre los lectores de literatura, cada vez abundan más los nuevos puritanos. He leído a gente que dice que no va a leer tal o cual clásico porque muestra violencia sexual, racismo… ¿Aplicar a la literatura los actuales criterios de moralidad también es parte de esa creciente falta de comprensión lectora que padecemos?
En realidad, esto no es ninguna novedad a lo largo de la historia de la literatura. Si la libertad es lo que los demás nos dejan hacer, la literatura es lo que a lo largo de la historia la religión, la filosofía y las ideologías nos han permitido escribir. La literatura es todo aquello que no se ha podido censurar. Esta oleada que vivimos en el siglo XXI de falso puritanismo no es más que una incapacidad para asumir la realidad, pero no es la primera vez que se produce en la historia. La literatura siempre se ha enfrentado a la limitación de la libertad: es una construcción humana totalmente racional que se abre camino hacia la libertad a través del pensamiento dialéctico, y siempre ha tenido enemigos. La filosofía nació declarando la guerra a la literatura, con Platón expulsándola de su Estado. El idealismo que hay hacia la filosofía como un sistema de saberes y conocimientos es un idealismo galopante. La filosofía es una forma popular de administrar creencias religiosas.
También veo una cierta tendencia a simplificarlo todo en el nombre de la divulgación, a dotarlo de emociones. Pienso por ejemplo en eso de que «lo grecolatino está de moda», cuando en realidad no se lee a los autores grecolatinos en sí, sino a otros que hablan de estos autores y los «mastican» mezclando teoría y subjetividad. ¿Estamos condenados a perder la lectura directa en pro de interpretaciones?
La lectura directa se perdió hace mucho. Hoy el conocimiento de los autores clásicos es nulo: en primer lugar, la gente no conoce ni el latín ni el griego a nivel de lengua, y, en segundo lugar, la literatura grecolatina está ignorada. Son simplemente nombres que además se limitan a Homero, Ovidio, Horacio y poco más. Por otro lado, y dentro de la tradición de la literatura sapiencial está este libro, Una filosofía para sobrevivir en el siglo XXI, un libro que está en contra de los libros de autoayuda y que forma parte de una tradición ensayística muy grecolatina que está destinada a la autodefensa intelectual y a la educación intelectual del ser humano, lo que Gracián llamaría «un espejo de príncipes».
«Cuando se habla de inteligencia emocional yo me echo a reír: ¿hay alguna inteligencia que no sea emocional?»
Afirma también que «sentir exige pensar». ¿Se puede enseñar a pensar?
Se puede enseñar a pensar mejor y a pensar peor, pero el pensamiento es el resultado de un ejercicio que, más que enseñar, se practica. Es como enseñar a enseñar, es algo que no tiene sentido. No hay receta para ser un buen profesor ni para aprender a aprender. Cuando se habla de inteligencia emocional yo me echo a reír: ¿hay alguna inteligencia que no sea emocional? A la inteligencia no llega nada que no haya pasado antes por las emociones y los sentidos, pero eso ya lo sabemos desde Aristóteles. Vivimos en un mundo dominado desde el siglo XVIII por la hegemonía cultural del mundo anglosajón, que no tiene capacidad contemporáneamente para analizar la literatura. Y como no saben qué hacer con ella, han inventado un concepto idealista y falso de «cultura» donde se trata de reemplazar la literatura por cultura, de ahí el triunfo de los estudios culturales frente a los literarios. Tratan de reducir una en la otra, como si fuera soluble. La cultura es una invención anglosajona de los pueblos que no tienen literatura.
Usted es profesor universitario desde hace más de 30 años, y en el libro es muy crítico con el profesorado que se queja de lo mal que está la educación, pero luego no hace, en su opinión, nada por ella. ¿Se han desentendido los profesores de su profesión?
Los profesores son muchos y no podemos hablar como si todos se comportaran igual. Lo que sí es cierto y resulta innegable es que todos nos quejamos de nuestro trabajo, y esto es legítimo, la queja siempre es razonable, pero las cosas no pueden terminar en una queja: hay que hacer algo para que lo que nos hace quejarnos pueda solucionarse. Ante el problema de la educación hay muchas soluciones; yo, por mi parte, he optado por dar las clases con la mayor calidad posible que puedo y ponerlas a disposición de todo el mundo. Soy partidario de una educación pública, abierta, gratuita y de calidad, pero eso hay que trabajarlo. Por esa razón quise publicar mis clases de manera abierta, que todo el mundo pudiera tener acceso al conocimiento literario. Algo se consigue, pero cada profesor es responsable de lo que hace, de su trabajo y de sus logros. Hoy tenemos a nuestra disposición unas técnicas que hace veinte años no teníamos, como la posibilidad de publicar una exposición y ponerla a disposición de todo el mundo a través de un medio audiovisual. Hay gente que no tiene dinero para pagarse una matrícula o asistir a clases universitarias, y es una manera de hacérselo llegar. Yo he puesto 1.500 vídeos de clases mías a disposición de todos aquellos que tengan conexión a internet. Utilizo la inteligencia de la que dispongo para interpretar la literatura y hago públicas estas interpretaciones. Podemos quejarnos de lo mal que está la educación, pero yo opto por ejercer educación pública de calidad y no solo solicitarla.
«Podemos quejarnos de lo mal que está la educación, pero yo opto por ejercer educación pública de calidad»
No puedo terminar esta entrevista sin preguntarle por el Quijote, una de las obras clave en su trayectoria. En el mundo de la revolución tecnológica y la emotiocracia, ¿qué lecciones para el día a día nos aporta la gran obra de Cervantes?
Sobre todo que los idealistas conducen al fracaso. El Quijote es una obra que esencialmente nos enseña que los idealistas son los recursos humanos del totalitarismo y que conducen al fracaso a cualquier sociedad. El idealismo es un miedo a la realidad, y por ello el idealista censura la realidad. En el idealismo están los principales problemas que explican el fracaso del ser humano, pues el idealista es incompatible con la realidad. Si Alemania hubiera entendido el Quijote, no se hubiera metido en empresas idealistas que llevaron a ese país a dos fracasos universales seguidos.
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