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Andrés Trapiello

«Las ideologías son las nuevas sectas»

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20
noviembre
2025

Cuenta Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) que en la vida ha tenido una enorme suerte: «Me han echado de todos aquellos sitios de los que hubiera tenido que irme». La fortuna empezó bien jovencito, cuando le expulsaron de un convento en Caleruega por descreído y por negarse a la autoflagelación, seguido de su salida de la Guardia Roja «por revisionista, drogadicto y maricón». Venturas y desventuras que narra en ‘Próspero viento’, (La esfera de los libros, 2025), un libro autobiográfico donde, además, repasa sus peripecias políticas desde la dictadura franquista hasta hoy.


Si alguien del panorama narrativo español se ha dedicado a rescatar la tercera España, has sido tú. No puedo evitar recordar algo que dice Chapu Apeolaza: «Hay dos Españas porque con tres la gente se hace un lío».

La idea de la tercera España circuló mucho antes de la guerra, en un momento en el que había gentes que veían que las dos Españas —de las que hablaba Machado— podían helarle el corazón la una a la otra. Cuando escribí Las armas y las letras, partía del principio de que había dos Españas. Pero unos días antes de entregar el libro, Abelardo Linares —librero de viejo y buen amigo— me deja A sangre y fuego, de Chaves Nogales, y me di cuenta de lo que era la tercera España, de lo que eran los representantes netos de la tercera España y de lo que las dos Españas habían hecho con la tercera: silenciarla. La tercera España es el resultado de cómo dos Españas minoritarias, muy violentas, sectarias y con una ideología revolucionaria deciden conducir a punta de pistola a millones de españoles —que en principio no eran de izquierdas ni de derechas, o que eran vagamente de derechas y de izquierdas— a dividir el país en dos mitades. Lo que más odiaban uno de izquierdas y uno de derechas era a aquellos que decían no querer pertenecer ni a un lado ni a otro. Odiaban más al neutral que al adversario o al enemigo. Ahora, cuando la idea de la tercera España ha cobrado importancia, sucede que los que más se oponen son de izquierdas, porque la tercera España son testigos directos, imparciales, solventes, fiables de los desmanes de la izquierda, que no quiere que ese relato prevalezca. Por eso, durante tanto tiempo, acallaron a gentes como Chaves Nogales, Clara Campoamor, Elena Fortún, Morla Lynch, Pío Baroja, Azorín, Ortega. Aunque los hayan admitido, en este momento la izquierda no está cómoda con los testimonios de estas personalidades.

Mencionas a Ortega, que sostenía que ser de izquierdas o de derechas es una forma de hemiplejía moral. 

Ellos son los que sufrieron en su carne el doble estigma. Ellos, que habían traído la República a España, concitaron el odio de los que no eran republicanos —buena parte de la derecha— así como de todos los republicanos e izquierdistas. Llegó un momento, muy pronto, en el que Ortega dijo: «Yo traigo la República a España, pero una República burguesa, constitucional, no esto que está entrando en una deriva revolucionaria, donde las instituciones se están poniendo al servicio del desmontaje de la República». Si en este momento hay gente que ve procesos paralelos, no les falta razón: si sirviéndote de las instituciones intentas acabar con ellas, se colapsa el sistema.

«El principal enemigo de la democracia son los populismos de izquierdas y de derechas»

En las sociedades seculares, ¿las ideologías se han convertido en las religiones modernas?

Yo no les daría ni categoría de religión; son las nuevas sectas. Está articulado como una secta de obediencia debida y le han dado una especie de envoltorio de ideología a lo que es nada más que un sentimiento, un impulso, una intuición. Una religión es una especie de sentimiento ante lo inefable, la eternidad, la finitud del hombre y estas ideologías son algo parecido, pero ante una especie de paraíso en la tierra que tratarán de conseguir con diferentes postulados —la política, la ecología, el feminismo, Gaza— y van cambiando constantemente para no romper lo más importante en la secta, que no es tanto el sentimiento como la cohesión entre los sectarios. La pertenencia a un grupo les hace fuertes.

Arrancas el libro dejando ver que nunca te has casado con ningún partido y que has votado a uno u otro según tus circunstancias vitales. ¿Cómo te defines hoy políticamente?

Como me definía con 25 años, cuando me echaron del Partido Comunista de España Internacional: como un amante de la libertad, por encima de todo. Quienes tienen la libertad como principio, sin concesiones ni demasiadas transacciones, son gente sin domesticar; en cierto modo, un poco inútiles para la comunidad. Por eso el libertario, en general, debe tener una parte de sensatez o de raciocinio para hacer posible esa libertad; no solamente la suya, sino la de más gente. A veces tienes que renunciar a privilegios tuyos en pos de la libertad de los demás. Me encuentro en ese mismo punto de alguien que cree en esos tres principios de la revolución: fraternidad, igualdad y libertad.

En el libro reflexionas sobre la hegemonía cultural y la superioridad moral como rasgos que, a tu juicio, son propios de la izquierda. ¿Por qué ocurre esto? ¿Cuáles son para ti las razones? 

La hegemonía cultural es la que hace que muchos de izquierdas sean supremacistas culturalmente. Alguien de izquierdas entiende que por el hecho de ser de izquierdas ama más la cultura que uno de derechas y que ha leído más. Tal supremacía viene del siglo XIX, donde las ideas progresistas estaban nítidas, porque la religión establecía una frontera que dividía el campo en dos: la superstición, que representaba la Iglesia, y la ciencia. La Iglesia era dominante a través de la educación y las escuelas y entendía como principal enemigo a los científicos, que ponían en cuestión su religión. La Institución Libre de Enseñanza fue el primer enemigo de esta supremacía cultural, porque pedía la libertad de cátedra; no que se suprimieran los colegios religiosos o las iglesias, sino que les dejara enseñar en igualdad de condiciones. Entonces surge la guerra civil y el relato fue devolver la sociedad a reaccionarios y liberales, porque pensaban que la revolución en la que creían —socialista, comunista, anarquista— era más igualitaria, fraternal y libre que la revolución nacionalsocialista. Transcurriendo el siglo XX, se ve el fracaso de los países socialistas y la hegemonía de la izquierda viene de quienes consideran que han perdido la guerra injustamente, porque sus ideas eran buenas. Una vez que estalla la guerra en España, sucede que la derecha —los fascistas— la ganan desde el primer momento; el Ejército de Franco va ocupando España siempre, nunca retrocede. En cambio la República es la historia de una pérdida constante de territorio que, al contrario, va ganando el ámbito de la cultura, de las ideas y colonizando con ese relato a todo el mundo de izquierdas. El único mérito que tiene Las armas y las letras fue poner sobre el tablero una mentira que había circulado durante demasiado tiempo: que los mejores escritores e intelectuales se habían puesto a favor de la República.

«La democracia liberal se basa en el principio de la alternancia en el poder»

¿Cómo fue recibido el libro cuando salió?

Muy discretamente. La derecha lo recibió con un cierto respiro; por fin un libro que decía que algunos escritores o artistas de derechas no eran tan malos. Por aquel entonces, la izquierda estaba bastante aturdida por el palo de haber perdido tantos diputados [era el final de la legislatura de Felipe González y el principio de la de José María Aznar, en 1996] y el libro les daba igual. Cuando lo reedité, casi 20 años después, lo amplié enormemente y ahí la izquierda empezó a reaccionar a la contra. También os digo: ese libro hoy no habría sido posible con la división de la sociedad española y con el relato de la izquierda actual que quiere ganar la guerra, porque sabe que sin ella no hay relato posible.

¿Quieres decir que hoy operarían ciertos mecanismos de censura?

Afortunadamente, no hay censura; estoy hablando con vosotros, pero hay muchos modos de censura. No me van a hacer una entrevista en Televisión Española, aunque es de todos. Si tú colonizas las instituciones culturales, cuando hablamos de censura, hablamos de modos sutiles de cancelación, de apartamiento. Creo que hoy la izquierda silenciaría un libro como Las armas y las letras.

«’Las armas y las letras’ desmintió que los mejores escritores e intelectuales se habían puesto a favor de la República»

Cuentas que durante muchos años apoyaste al PSOE y ningún amigo tuyo de derechas te recriminó nada, pero cuando te has posicionado contra Pedro Sánchez se te han echado encima. ¿Cuál es la diferencia?

Que la izquierda es menos tolerante que la derecha porque se considera moralmente superior y con derecho a meterse en tu vida. La derecha es mucho más respetuosa. A mí me criticaron muchísimo cuando salí en la arenga de la plaza de Colón. [Yo les animaba a] que leyeran el texto, porque eso lo firmarían don Antonio Machado y don Manuel Azaña de arriba abajo. Les decía que me manifestaba contra unos indultos que Pedro Sánchez dijo que no se producirían y que [los que me criticaban] mantenían que eran contrarios a ellos. ¿Me critican por ir a un sitio a defender lo mismo que defendían ellos hace dos días?

Vivimos un momento de exaltación populista. ¿Crees que está en riesgo la democracia liberal? 

En este momento, el principal enemigo de la democracia liberal son los populismos de izquierdas y de derechas. La democracia liberal está amenazada. El problema no está solamente en quienes pervierten los contenidos de la democracia, colonizan las instituciones o no creen en la separación de poderes, sino en los millones de personas a los que este asunto les es indiferente o que, al contrario, les parece bien con tal de que no lleguen al poder los demás. La democracia liberal se basa en el principio de la alternancia en el poder.

«Me defino como un amante de la libertad»

Además de los populismos, vivimos tiempos de alta polarización. En un contexto como este, ¿puede volver a surgir un partido de centro?

Hay que ver a quién beneficia la polarización. No es un problema simétrico. En este momento la inmensa mayoría de la izquierda —constituida por Pedro Sánchez, Sumar y todos esos que se llaman de progreso— vive de la polarización, que pasa por que no gobierne la derecha, por encima del bien común y de ese progreso que dicen es imprescindible. Que no gobierne la derecha es el principal artículo de su programa electoral. Teniendo eso en cuenta, el PP —que dobla en votos a Vox— es un partido de centro derecha. Y no hay que comprarle a la izquierda que el PP es indisoluble de Vox. Lo peor que le podría ocurrir a la derecha es comprarle al PSOE —más Sumar, los terroristas, los nacionalistas— que PP y Vox son parecidos. Hay gente que quiere la centralidad; también en el PSOE, que está perdiendo votos a cascoporro.

Mencionas a los terroristas y pienso en una frase de tu libro: «El problema de la Memoria Histórica no empieza por los hechos que se quieren contar, sino recordando hechos que nunca existieron». ¿Cómo fue el blanqueo de la historia de ETA?

Todo empezó con Zapatero. Rosa Díez lo formuló muy bien cuando dijo que Zapatero es el tumor y Sánchez es la metástasis. El primero que da la Memoria Histórica a los malos es Zapatero, que se la da a ETA, con quien pacta un final del terrorismo falso; una paz pactada como si hubiera habido dos contendientes en una guerra luchando al mismo nivel. Y no, porque uno de ellos ya estaba derrotado por la sociedad española. Pero Zapatero quería construir otro régimen, otra España plurinacional que pasa necesariamente por hacer una república de Euskadi y de Cataluña, porque, si no, la república española no sale. El reino de España significa la unidad de todas las partes. Lo que es fundamental en ese proceso es un nuevo relato, que significa inventar hechos alternativos. En el caso de ETA es que vas a empezar diciendo que los 800 asesinatos que has cometido fueron necesarios para pacificar el país 40 años después, que la paz pasa por 800 muertos. Ya teníamos la paz sin esos muertos.

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