Pensamiento

«Cuanto más entristecidos estemos, más técnicas de disciplinamiento emocional vamos a buscar»

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03
mayo
2024

En un mundo de «dictadura felicifoide», que nos quiere siempre felices, productivos y funcionales, el filósofo Carlos Javier González Serrano defiende el pesimismo como herramienta intelectual. En su libro ‘Una filosofía de la resistencia’ (Destino, 2024), el autor propone pensar y actuar contra lo que él llama la «manipulación emocional» sostenida por la hiperestimulación, el ruido permanente, el rapto de la atención y las nuevas dinámicas de la sociedad de consumo. Hablamos con él sobre cómo reconquistar el deseo y la libertad en medio de la «emotiocracia».


¿En qué consiste la «emotiocracia»? ¿Quiénes conforman los ministerios de lo que llamas el «gobierno emocional»?

El gobierno emocional está compuesto por las instituciones económicas y las instituciones políticas que buscan extraer de nosotros el máximo beneficio. Es verdad que hay empresas e instituciones políticas que pueden no funcionar bajo este criterio. El problema es cuando lo único que está detrás de sus intenciones es dirigir lo que hoy se llama el «mercado de conductas», que tiene que ver con cómo dirigir nuestra voluntad hacia un lugar determinado. ¿En qué consiste la emotiocracia en relación con todo esto? En que se utilizan las emociones, sobre todo las consideradas negativas, como la tristeza, la desazón, la frustración, la incertidumbre, para llevarnos por el camino que ellos quieren. ¿Cómo lo consiguen? A partir de la creación de necesidades absolutamente espurias, innecesarias, y a través de la sociedad algorítmica, se mercadea con nuestras emociones de tal manera que nuestro deseo quede a expensas de los deseos de las empresas y las instituciones políticas.

«Se mercadea con nuestras emociones de tal manera que nuestro deseo quede a expensas de las empresas y las instituciones políticas»

Inmersos en lo que Shoshana Zuboff llama el «capitalismo de la vigilancia», en el que cada minuto de nuestro tiempo es potencialmente monitoreado y monetizable –incluso el ocio– , ¿cómo plantar cara ante lo que llamas la «manipulación intelectual y emocional»?

El primer paso es darnos cuenta de que esto está sucediendo. Estamos más vigilados que nunca, muchas veces con fines lucrativos, pero estamos muy a gusto porque alimenta el parque de atracciones en el que estamos sumergidos. No solo personaliza la experiencia digital, sino que también nos sentimos refugiados por toda una pléyade de empresas e incluso de partidos políticos que parece que, gracias a esa vigilancia, están velando por nuestros intereses, cuando en realidad lo que están haciendo es todo lo contrario, es diversificar sus intereses y derivarlos a la población para que parezcan nuestros. Esto es lo auténticamente preocupante. Así que primero es el momento de la conciencia y después el momento de la acción.

Dices que somos sujetos sedados, distraídos de lo importante y atentos siempre al mundo virtual. ¿Necesitamos un marco legal para proteger nuestra atención y nuestra libertad cognitiva?

Creo que se necesitan leyes sobre todo educativas. Porque aquí estamos en la fina línea entre la libertad de acción, de movimiento y ciertas maneras de hacer económicas y políticas que restringen también nuestra capacidad de atención, nuestra capacidad intelectual. Yo creo que esto debería estar blindado desde el punto de vista educativo. Si lo que estamos haciendo con las leyes educativas es justamente blindar las competencias digitales, que todo quede supeditado a la gamificación, al entretenimiento, mientras el conocimiento –que es el eje central de la educación– queda supeditado a ser buena mano de obra en el futuro, lo que estamos haciendo es supeditar todas nuestras herramientas intelectuales, que son las que pueden poner un freno frente a esa manipulación. En segundo lugar, fomentar la atención a otros estímulos que no sean la inteligencia artificial, el universo digital, porque todo esto está sometido también a la rapidez y esta lo único que hace es ahondar en nuestra crisis del deseo. Todo en la esfera digital está supeditado a un rápido recorrido entre la aparición del deseo y su rápida satisfacción. Y sabemos muy bien que en la vida no es así. Yo tengo cada vez más estudiantes a los que les cuesta aguantar los dos años de bachillerato porque les parece muchísimo y no te digo ya un grado universitario. Y luego están meses o incluso años buscando trabajo. Entonces lo que estamos creando son seres humanos frustrados. Lo que hay que hacer es reeducar nuestro deseo. El problema de la sedación es cuando tú voluntariamente quieres permanecer en esa esfera de customización de la realidad.

«La rapidez lo único que hace es ahondar en nuestra crisis del deseo»

Hablando de la crisis del deseo, escribes que «los seres humanos somos máquinas deseantes». Entonces, ¿cómo se aprende a elegir? ¿Se puede enseñar a decidir?

Claro que se puede, pero la pregunta es: ¿estamos dispuestos como adultos a hacerlo? No debemos olvidar que somos el espejo en el que se miran los adolescentes. La tecnología no es neutral. Cuando nosotros tenemos un teléfono móvil, una tablet o un ordenador delante, tenemos las posibilidades que nos da ese dispositivo. Entonces estamos eligiendo solo aparentemente. Cuando lo primero que hago en la mañana es coger el móvil y ver las notificaciones, ahí no estoy eligiendo, lo que estoy haciendo es delegar mi capacidad de decisión en una máquina donde parece que está mi vida diluida. Hablo en el libro de María Zambrano, de ese dejarse resbalar en vez de coger la vida por las riendas y atreverte tú a querer decidir.

Para el investigador en ética de Oxford –y extrabajador de Google– James Williams, las distracciones a corto plazo nos impiden hacer lo que queremos hacer; pero, a largo plazo, nos impiden desear lo que queremos desear. Tú afirmas que hay que despertar la «auténtica libertad», es decir, la independencia de juicio, deseo y acción. ¿Cómo se despierta?

La auténtica libertad es darse cuenta de que tenemos libertad. Porque en muchas ocasiones nos sentimos tan sedados dentro de esa experiencia personalizada que no queremos tener el valor para querer decidir. Creo que está muy relacionada la incapacidad de elegir con la tristeza. La gente está cada vez más triste cuando tiene que salir de esa esfera digital en la que parece que decidir es tan fácil. Los jóvenes –y también los adultos– tienen silenciado el teléfono móvil cada vez más porque les da miedo recibir una llamada, tener que confrontar con el otro. Cuando estamos dejando de querer elegir, en lo que nos convertimos es en seres frustrados porque nos damos cuenta, como tú muy bien has dicho, que muchas veces no somos dueños de nuestro deseo, que en realidad aquello que parece que deseamos no lo es realmente. Esto nos convierte en seres tristes. Cuando nos entristecemos dejamos de compartir con la gente genuinamente, porque relacionarnos confronta nuestra mismidad con la mismidad de otras personas y nos convierte en contendientes. Cuando yo levanto la vista del teléfono móvil, me encuentro con una mirada y tengo que hacer algo con esa persona que me está confrontando. Y esto cada vez a los chavales les da más miedo, teniendo en cuenta también la pandemia.

Además, en una época de incertidumbre y precariedad, el llamado constante por «salir de nuestra zona de confort» resulta no solo paradójico, sino cruel…

Es cruel y me llama la atención que sea gente especializada la que está llamando a salir de una zona de confort que es tan difícil de construir. El peligro de esto es que está creando sujetos absolutamente desorientados. Ya no sabemos dónde tenemos que estar primero, no sabemos definir qué es nuestra zona de confort, porque ¿cuánto tengo que ganar en mi trabajo para que sea confortable? Porque me están diciendo permanentemente, por otro lado, que me tengo que estar reinventando permanentemente. No tendré un sueldo digno hasta que sea el empleado perfecto y pleno, pero si todo el rato me tengo que estar reinventando, ¿cuándo voy a ser un trabajador pleno? Yo creo que al final es un juego muy perverso que desde ese gobierno de la emotiocracia está manipulando nuestras expectativas. Algún día llegarás a ser pleno, algún día llegará tu felicidad; sin embargo, nunca llega. Y a partir de ahí es donde surge todo este mercado de las emociones y el mercado de las conductas.

¿Crees que el uso –y abuso– actual de la precariedad como concepto hace que nos desactivemos políticamente, es decir, que, a fuerza de repetición, simplemente pensemos que así son las cosas, que «eso es lo que hay»? Como si hubiera un cierto catastrofismo que nos lleva a no abogar por una salida sino más bien a optar por el «sálvese quien pueda».

Totalmente. Yo aquí soy pesimista en términos antropológicos, pero no en términos metafísicos. Quiero decir: no creo que todo esté perdido. Creo que el ser humano es como es y que hasta cierto punto somos enemigos, que todos luchamos por un mejor trabajo, por una posición social. Pero llega un momento en que tú miras a la cara de la otra persona y te tienes que preguntar: ¿yo quiero sumar más sufrimiento a la vida de la otra persona o quiero hacer del mundo un lugar más habitable? Evidentemente, cuando hablamos de esta frustración que tenemos por la precariedad, por condiciones económicas y sociales complicadas, yo creo que tenemos que utilizarlo no como un filón pesimista en términos de catastrofismo, de «mira cómo estamos, no podemos solucionar nada», sino todo lo contrario: «mira cómo estamos, nos tenemos que unir en comunidad para hablar de las cosas que nos preocupan y después actuar». Lo que reivindico permanentemente es un pensamiento alegre que justamente luche contra esa tristeza en la que buscan tenernos. Cuanto más entristecidos estemos, más técnicas de disciplinamiento emocional vamos a buscar para poder habituarnos a lo que no deberíamos habituarnos. Entonces, aunque sepamos que el ser humano va a seguir haciendo guerras, que van a seguir unos luchando contra otros, yo me haría la pregunta: ¿tú quieres estar en esa cadena? ¿Quieres ser hobbesiano o quieres crear un mundo mejor a partir de la concordia, a partir de cierto optimismo pesimista? Me gusta mucho este juego paradójico. Tenemos que ver con esperanza el futuro, pero nunca dejando de lado lo que somos, animales que en términos biológicos buscan su supervivencia.

«El conocimiento sirve para al menos saber en qué tipos de servidumbres estás cayendo»

Al final del libro citas a Friedrich Schiller cuando dice que las humanidades nos ayudan a pasar de ser esclavos a ser legisladores de nuestra libertad. Y tu postura es tajante: «Una educación sin una carga lectiva considerable en humanidades nos entrega al vasallaje intelectual y emocional». ¿Por qué?

Cuando hablo de las humanidades, sobre todo me refiero al enfoque humanístico: se pueden dar matemáticas, biología, desde un enfoque humanístico. Aquí el problema es olvidar la pregunta por el porqué. Cuando tengo que enseñar también tengo que educar, o más bien en gerundio: mientras estoy enseñando también estoy educando. El problema es que el conocimiento está quedando a un lado y lo importante es el famoso know how, saber cómo hacer las cosas sin saber necesariamente qué se está haciendo ni el conocimiento que está debajo. Entonces, cuando en la educación el conocimiento queda al servicio de crear buena mano de obra futura, siempre nos situará en el futuro. Y esto lo sienten y lo ven los estudiantes; cuando están estudiando una asignatura lo único que ven es la aplicabilidad: «¿Y para qué me va a servir esto?». El enriquecimiento en el presente se ve como algo mucho más innecesario, algo de lo que se puede prescindir: «Yo no necesito aprender, no necesito conocer, yo lo que necesito es saber hacer cosas para poder enfrentarme a una vida futura lo más plenamente posible y a poder ser ganando mucho dinero». Yo me plantearía por qué las nuevas generaciones tienen tanta obsesión por el dinero. Cada vez hay más adicción a juegos, a apuestas, en adolescentes y jóvenes. Cada vez hay más frustración por no poder llegar a los estándares económicos que se cree que tiene gran parte de la población. Y yo creo que las humanidades aquí pueden hacer mucho para plantearnos qué tenemos que hacer en la sociedad y dejar de ser seres beligerantes que están unos enfrentados a los otros y empezar a ver en términos de de comunidad.

¿Qué les respondes a tus estudiantes cuando preguntan «para qué me va a servir aprender sobre Kant, sobre Sócrates, etc.»?

Yo siempre les digo que la pregunta es errada, que el conocimiento justamente sirve para no servir. Yo creo que es la lección más enriquecedora que se pueden llevar: no tenemos que preguntar para qué me sirve este conocimiento o aquel otro, sino que me tengo que preguntar en qué medida me puedo dar cuenta de aquello que estoy haciendo sin querer hacerlo. Para darme cuenta justamente de si estoy ejerciendo mi libertad o estoy delegando mi libertad en otros, en otras instituciones políticas, económicas e incluso educativas. Lo más importante es salir de esa «indolencia natural» que nos pide, como a los bueyes o a las cabras, estar tumbados. El ser humano es el ser que constitutivamente se atreve a decir no a la indolencia natural y a acoger su libertad con responsabilidad. El conocimiento sirve para al menos saber en qué tipos de servidumbres estás cayendo.

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