Andrés Lima
«Todo cambio social parte del deseo, aunque suene utópico»
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2025
Artículo
Andrés Lima (Madrid, 1961) ha abordado temas universales como la rabia juvenil o el duelo y realizado múltiples adaptaciones de clásicos, de Milton a Raymond Carver. Pero si algo caracteriza la trayectoria de este autor y director de teatro, premio Nacional en 2019, es su preocupación por lo social. La víspera de la pandemia adaptó ‘La doctrina del shock’, el clásico de Naomi Klein sobre capitalismo salvaje y demolición de la democracia; y el año pasado estrenó una producción de ambición equivalente: ‘1936’, sobre una cuestión que tiende a polarizar y que pocos abordan en su panoplia de matices: la memoria. La obra se representó también a finales de octubre en el Teatro Real Flamenco de Bruselas como plato fuerte del festival belga de las artes Europalia, cuya presente edición está dedicada a España. Hablamos con Lima un par de días después.
¿Qué le impulsó a trabajar en un proyecto tan extenso? La función dura casi cinco horas.
Varias razones. Primero, la importancia del suceso, el hecho de que la guerra civil la llevamos todos dentro de alguna manera. En segunda instancia, lo poco que se habla del tema: a la generación de mi hija le ha pasado como a la mía, que nunca tuvo un profesor que llegara a esa parte del temario de Historia. Y, por último, una cuestión más apremiante aún: constatar el renacimiento de los fascismos en gran parte de Europa y del mundo.
¿Había algún ángulo ciego que quedara por contar de la Guerra Civil? La literatura sobre el conflicto es amplia.
No estoy de acuerdo. Lo que es amplísimo es la historiografía, pero no la narrativa y desde luego, no la literatura dramática. Te diría que este es, quizá, el primer montaje que cubre íntegramente el periodo entre 1936 y 1939. Y más allá de si el tema se trata más o menos, la realidad es que hay gente a la que le sigue pareciendo bien que se permita hacer exaltación del nazismo y del franquismo. Es surrealista, pero el mundo es, por lo visto, así. No queda otra que asumirlo e intentar hablar sobre ello y ver qué es lo que sucede.
«La realidad es que hay gente a la que le sigue pareciendo bien que se permita hacer exaltación del nazismo y del franquismo»
¿Qué no se conoce lo suficiente sobre la Guerra Civil?
La estrategia del terror, por ejemplo. En los planes del ejército sublevado, el qué es lo que hay que hacer para insuflar el terror en el ejército enemigo y en la población fue el principal principio que guió la acción. Por eso la Guerra Civil fue uno de los primeros ejemplos de bombardeos indiscriminados sobre civiles. Paul Preston ha contado esto muy bien en su libro Los arquitectos del terror, que a mí me ha servido mucho.
¿Qué ha aprendido trabajando en esta obra? ¿Sabe ahora algo con lo que no contara al principio?
Soy mucho más consciente de las lagunas de conocimiento que todavía existen. Uno piensa que sabe, y resulta que no tanto. El franquismo impuso una manera de ver las cosas durante cuarenta años y para ello aplicó no solo la censura; también destruyó sistemáticamente documentos, haciendo que la labor de investigación que se llevó a cabo después fuera mucho más difícil. Los archivos policiales y militares no dejaron rastro de los crímenes que se cometieron en los ayuntamientos, por ejemplo. Ya ganada la guerra, se calcula que Franco asesinó a 50.000 personas, la mayoría de ellas en la posguerra. Es una barbaridad.
A propósito del debate sobre la necesidad del recuerdo, ¿a qué atribuye que el terrorismo de ETA genere un número mucho menor de productos culturales que la Guerra Civil, siendo también dramático y más reciente?
De nuevo, no estoy seguro de estar de acuerdo. Bernardo Atxaga ya escribió sobre terrorismo en los noventa, cuando ETA aún existía [El hombre solo, Alfaguara, 1993]. Yo tengo la sensación de que sobre ETA hay cada vez más ficción.
Cuando Fernando Aramburu publicó Patria hace unos años, la recepción mayoritaria fue, sin embargo, la contraria: se entendió que las víctimas por fin comenzaban a sentir que su voz se escuchaba.
Aramburu me parece muy bueno, pero no estoy seguro de que ese libro sea el más complejo que se puede escribir. Una dificultad que tiene escribir sobre conflictos, y esto vale para la Guerra Civil y también para este tema, es que sientes que te están pidiendo que te definas, que pintes amigos y enemigos y que te coloques en uno de los lados. Y tú, sabiendo bien dónde estás, eres también consciente de que todo tiene una serie de matices que no debes rehuir.
«Asumo que la guerra tiene también sus claroscuros»
¿Pero las posiciones correctas son claras en ambos casos, no? Un golpe de Estado ilegal acaba con un sistema democrático; unos pistoleros no aceptan las reglas democráticas y matan.
Yo asumo que la guerra tiene también sus claroscuros. Pero aquí la diferencia es que Franco ejerció una represión atroz en el País Vasco durante la dictadura. Y ese matiz históricamente y políticamente lo cambia todo. Dicho esto, cualquier atentado terrorista de ETA fue una salvajada. El asunto daría para una conversación aparte, pero que conste que estamos debatiendo sobre esta base.
Usted está considerado uno de las grandes figuras del teatro social en España. ¿Cómo se convive con esa etiqueta en un momento histórico en el que pocos negarían que lo social, en un sentido amplio, está amenazado desde diversos ámbitos?
Yo trato de poner las relaciones en primer lugar. Son las personas quienes hacen política, crean leyes o hacen cultura. En el teatro esto lo sabemos muy bien, porque el teatro es siempre una actividad colectiva. En este montaje, por ejemplo, somos 37 en gira, más la gente que ha colaborado desde fuera, unas cien personas en total. A mí me resulta muy hermoso el esfuerzo colectivo, el encuentro de personas para intentar crear un cuento. De las cosas que pueden alimentar la emoción y el espíritu de la gente para poder seguir siendo fraternal, compasivo o continuar deseando el bien común el teatro es sin duda una de las más importantes.
¿Por dónde se empiezan a reconstruir los lazos comunitarios? ¿Por la movilización? ¿Por el sistema económico? ¿Por la política institucional?
Pues me imagino que una cosa se nutre de la otra. La política institucional no cambiaría nada si no hubiera movimientos ciudadanos que la reclamaran; y en cuanto a la política económica, ese ya es un tema más complejo porque nada ahí es fácil de modificar. De lo que no tengo dudas es de que todo cambio social parte del deseo, aunque suene utópico.
«Comunicar implica transmitir ideas con honestidad, sin renunciar al lado oscuro»
Ha señalado en alguna ocasión que el teatro es el arte de la comunicación. ¿A qué se refiere exactamente?
A que la comunicación no tiene que ser instantánea. A veces tendemos a identificar comunicación con propaganda, pero es un error: comunicar implica transmitir ideas con honestidad, sin renunciar al lado oscuro que las cosas siempre suelen tener, y para mí el teatro es eso. También hay un vínculo más básico: cuando haces teatro no debes olvidar que estás comunicando algo. Hay quien sencillamente quiere compartir una idea o un experimento y me parece bien, pero el teatro que yo he visto siempre ha sido extraordinariamente comunicativo y ha llegado a mucha gente. Hay un elemento más comunitario en el teatro que en otras artes, eso sin duda.
¿Cree que los cambios sociales que está viviendo el mundo van a tener un efecto sobre el teatro?
Sin duda. El teatro es un reflejo precisamente de lo que pasa en la sociedad y en el mundo. La inteligencia artificial creará nuevos efectos audiovisuales que formarán parte del espacio escénico y también podemos volver a ser censurados como consecuencia de una regresión ideológica o moral de la educación en Europa. Pero creo que mientras haya seres humanos, habrá teatro. Porque el espectáculo en directo es algo que tiene una fuerza que no tiene casi nada. Y porque hace falta muy poco. Un tío se pega un golpe contra una farola y hay gente riendo alrededor. Eso no va a cambiar nunca, espero.
COMENTARIOS