'Las cajas españolas'
Cómo la República puso a salvo el tesoro artístico español
Durante los tres años de Guerra Civil, un puñado de republicanos integraron la Junta de Defensa del Tesoro Artístico, dirigidos por el pintor Timoteo Pérez Rubio. Obras como «Las meninas» fueron trasladadas encarando todo tipo de vicisitudes a Valencia, primero, a Cataluña, después y, por último, a Ginebra. No se perdió una sola obra. No se malogró ni una de ellas. Alberto Polan homenajea a estos hombres y mujeres en el documental ‘Las cajas españolas’.
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18 de julio. Tras la insurrección militar contra la Segunda República en el Protectorado español en Marruecos, encabezada por los generales Mola y Franco, apoyados por Hitler y Mussolini, comienza la Guerra Civil Española. Es el año 1936. Cinco días después, el Gobierno crea la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico, dirigida por el pintor extremeño Timoteo Pérez Rubio (pareja de Rosa Chacel) con el encargo de proteger el tesoro artístico de la destrucción de la contienda. El documental ‘Las cajas españolas’, de Alberto Polan, cuenta la historia de este organismo gracias al cual 1.868 obras fueron embaladas con esmero y diligencia. Entre ellas, «Las Meninas», «El Jardín de las Delicias» o «La maja desnuda». Cuadros de Velázquez, Rembrandt, Tiziano, Ribera, Goya, Rubens…
En esos momentos, Madrid ignoraba que se convertiría en una ciudad «de un millón de cadáveres». La guerra le queda lejos. Los suministros no parecen amenazados. Los voluntarios de Junta, estudiantes de Bellas Artes, conductores, secretarias, intelectuales, artistas, mozo de almacén, fotógrafos… se incautan de obras provenientes de iglesias y palacios que trasladan a la basílica de san Francisco El Grande y al convento de las Descalzas Reales. Se cataloga minuciosamente cada pieza. Procedencia, autor y materia.
En Toledo, un chivatazo advierte a la Junta de que hay cinco cuadros de El Greco escondidos en una cueva de Illescas («La Anunciación», «La Natividad», «La Virgen de la Caridad», «La Coronación de la Virgen y San Ildefonso»). Se convence al alcalde de la localidad, Emiliano Barral, para que deposite las telas en una caja fuerte del Banco de España, quedándose en prenda la llave de esta.
Mientras, hay quien propone fundir las estatuas públicas para convertirlas en munición o vender parte del tesoro, por si la guerra se prolongase. Ningún país de nuestro entorno apoya a la República. Solo la Unión Soviética. En cambio, una movilización nunca vista antes de intelectuales que se colocan del bando legítimo, desde Simone Weil a George Orwell, pasando por Hemingway o John Dos Passos.
Cae Toledo. Madrid se angustia. No tarda en llegar la primera bomba de aviación a la capital. Los republicanos se aprestan a cubrir y proteger la fuente de Neptuno, la de Apolo, la Cibeles. El alcalde toledano desaparece. El Gobierno decide abrir la caja fuerte. Por fortuna. Un río subterráneo pasaba por debajo. La humedad está a punto de echar a perder las telas. Una rápida, intensa y perita restauración las recupera.
A finales del 36, el presidente Largo Caballero traslada a Valencia la capital de la República y decreta que el Tesoro Artístico siempre acompañará al Gobierno republicano allí donde este esté instalado.
¿Dónde está Picasso?
El Museo del Prado cierra. Se nombra director a Picasso, que acepta, pero ni se traslada a Madrid ni se involucra lo más mínimo. A todos los efectos, es Sánchez Cantón quien queda al mando. Se retiran 250 obras de las salas, se bajan a los sótanos. Se cubre el tejado con sacos terreros, también las cúpulas; los andamios sostienen el peso. El general Miaja, al mando de la defensa de Madrid, se compromete a proteger el tesoro. Comienzan a embalarse las obras para desplazarlas a Valencia. El primer convoy lleva 18. Tiziano, El Greco, Tintoretto, Velázquez, Goya. Los encargados de la operación, los poetas María Teresa León y Rafael Alberti, siguen desde Madrid su desarrollo. Reciben llamadas desde cada provincia con teléfono a la que llegan. La estructura del puente de Arganda no permite el paso. Le falta altura. Los operarios cruzan a pulso las cajas. Les lleva varias horas hacerlo. Al amanecer, llegan a Valencia. León y Alberti dimiten.
Es el primero de varios viajes. Cada uno de ellos, una odisea. Las rutas se modifican en función de ataques y frentes. Nunca se sabe qué camino es el más adecuado. Tienen orden de no superar los 15 kilómetros hora.
En Valencia, dos sedes que acogen el tesoro: la Iglesia del Patriarca (o del Corpus Christi, del XVII) y las Torres de Serranos (dos torres poligonales unidas por una estructura central, parte de la muralla del siglo XIV) –que reciben lo más selecto–. Se construyen bóvedas de hormigón cubiertas por capas de arroz, capaces de amortiguar posibles impactos. Las cajas quedan confinadas en los bajos, protegidas por muretes de cemento agujereados.
El Louvre llegó a ofrecerse para conservar las obras
La directiva de la Junta Central, con Timoteo Pérez Rubio como auriga, sigue catalogando piezas y almacenándolas en el Museo Arqueológico de Madrid y en san Francisco El Grande. Siguen saliendo cajas rumbo a Valencia. El Louvre, aprovechando la Exposición Universal que alberga Francia, se ofrece para conservar las obras. En un primer momento, el Gobierno decide que vayan las 150 piezas más valiosas. Finalmente, se decide que ninguna salga de España.
Periódicos con el peso de The Times comienzan a poner en duda la capacidad de conservación del tesoro español. Sir Frederic Kenyon, director del British Museum, y James G. Mann, responsable de la Wallace Collection, viajan a Valencia, invitados por Pérez Rubio, para comprobar el estado de las obras. Eligen al azar varias cajas. El tesoro de España es también el del mundo entero. The Times detalla los pormenores. Quedan asombrados de las diligencias, precauciones y cuidados tomados por la Junta.
Mientras, Madrid se desangra. La Junta del Tesoro resuelve desalojar san Francisco el Grande, a marchas forzadas. Contiene más de cincuenta mil objetos, entre relojes, carruajes, esmaltes, esculturas… Todo se deriva al Arqueológico. O al Prado. Esta resolución provoca la dimisión de doce miembros de la Junta.
«La carga de los mamelucos»
Valencia comienza a ser cercada por las tropas sublevadas. El Gobierno decide trasladarse a Barcelona. Y con él, el tesoro. 350 kilómetros. A 15 kilómetros por hora. En un mes, salen siete expediciones con 36 camiones que discurren por carreteras y caminos bombardeados. En uno de los traslados, en Benicarló, se desploma un balcón sobre uno de los camiones que llevaba, curiosa ironía, un cuadro de tema bélico, «La carga de los mamelucos», de Goya. Se restaura sin sufrir daño alguno. El último de los cargamentos atraviesa Vinaroz horas antes de ser tomada. Los madrileños remueven los escombros en busca de comida. La Junta tiene que recurrir al mercado negro para conseguir neumáticos, clavos, madera que garanticen la preservación del tesoro. Hablamos de 21.737 cuadros de 1255 pintores distintos.
El tesoro estaba formado por 21.737 cuadros de 1255 pintores distintos
En Cataluña, las sedes que custodiarán las obras son el castillo de Perelada y el de Figueras. Se utilizan unas antiguas minas de talco –conocidas como minas de Negrín–, en las laderas pirenaicas, para llevar joyas, oro, plata y alrededor de dos mil obras de arte. Allí se traslada el ministro de Hacienda.
Franco comienza a acariciar la victoria.
Entra en liza el artista catalán José María Sert, cuyas obras se podían disfrutar en la residencia de los príncipes de Polignac, el pabellón de caza del barón Rothschild en Chantilly, la catedral de Vic o el rascacielos Rockefeller Center. Por ejemplo. Fue el pintor decorador más cotizado del mundo en la primera mitad del XX. Íntimo amigo del secretario general de la Sociedad de Naciones, Avenol, actúa como agente de Franco en el exterior.
Un indulto a cambio de claudicar
Se crea el Comité Internacional para el Salvamento de los Tesoros de Arte Españoles, impulsado por el gobierno republicano con la participación de diversas instituciones, como el Louvre o la National Gallery, sin entidad jurídica ni reconocimiento internacional. El propósito: trasladar las obras a Ginebra, a la Sociedad de Naciones, con la prohibición de que los sublevados no puedan vender ni una pieza para pagar sus deudas con Italia y Alemania.
29 camiones cruzan la frontera francesa. Más tarde otros 26. Por último, 16. Los franquistas toman Cataluña. Casi dos mil cajas se han salvado (1846). Los miembros de la Junta están exhaustos. Descansan en Perpiñán. Sert trata de incautarse de las obras, en nombre del Franco. En vano.
Azaña: «La salvación de El Prado es más importante que la salvación de la República»
Camino de Ginebra, la Junta conoce la noticia de que Suiza reconoce el gobierno franquista. Franco designa a Eugenio d’Ors para que ayude a Sert a recuperar el tesoro. La Sociedad de Naciones tarda tres semanas en realizarse el inventario. Todo está en perfecto estado. Todo. En perfecto estado. El Comité Internacional se disuelve. El Gobierno franquista ofrece a los miembros de la Junta el indulto total y el mantenimiento de sus funciones si firman un reconocimiento de los vencedores. Timoteo Pérez Rubio, el historiador José María Giner, la periodista Elena Gómez de la Serna (sobrina de Ramón) y Blanca Chacel (hermana de Rosa), los más activos y comprometidos, escogieron el exilio.
El bando franquista encontró en el Museo Arqueológico, san Francisco El Grande y el Prado cada objeto catalogado escrupulosamente. Por su parte, Ginebra demanda, antes de devolver el tesoro, exponerlo durante los tres meses de verano. Una vez transcurridos, a punto de emprender el regreso, estalla la II Guerra Mundial. El traslado se paraliza. Sert interviene de nuevo, y consigue la prioridad de las obras sobre el tráfico militar. Los vagones viajan a oscuras, para evitar ataques. A pesar de su ambivalente actitud, el desvelo de Sert para con las obras es indiscutible. Sin embargo, el gobierno franquista no le expide el pasaporte. Los trenes llegan a la Estación del Norte. No falta ni una sola pieza.
El ímprobo esfuerzo de la Junta fue silenciado durante décadas. En junio de 2003, se colocó una modesta plaza conmemorativa en el museo. Rezaba, escueta: «A todos los que hicieron posible la protección del Museo Nacional del Prado durante la Guerra Civil». Desapareció en 2007. La institución adujo las obras de ampliación para justificar que se retirase la placa. Volvió a lucir en 2016.
Decenas de hombres y mujeres se jugaron la vida para proteger su patrimonio. Al fin y al cabo, como aseguró Azaña, «la salvación de El Prado es más importante que la salvación de la República».
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