Cultura
Raymond Carver, un cronista americano
Los cuentos del norteamericano representan una realidad poblada de las mismas personas con las que él mismo se relacionaba: son las pequeñas vidas cotidianas de personas con existencias grises y en ocasiones problemáticas.
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Según creía Raymond Carver (1938, Washington), solo podemos llevarnos a la tumba la satisfacción de haber hecho lo mejor, y si bien nadie conoce la sensación con la que él se despediría del mundo, lo cierto es que al menos su legado no ha pasado desapercibido.
Proveniente de una familia humilde, a la temprana edad de 19 años se casó con Maryann Burke. De hecho, a los pocos meses Carver ya era padre por partida doble. Habiendo constituido una familia, ambos se embarcaron en distintos trabajos para poder mantenerse: mientras él trabajaba como conserje, repartidor o asistente de bibliotecas, ella lo hacía como administrativa, maestra de inglés y vendedora comercial. Tan variados como sus empleos fueron también las ciudades en las que vivieron desde 1948: Paradise, Eureka, Palo Alto, Sunnyvale. En la vida, sin embargo, hay momentos clave que cambian –a veces sin que lo sepamos– nuestro rumbo. Esto fue lo que le sucedió a Raymond Carver cuando se inscribió en el taller de escritura creativa impartido por el novelista John Gardner. Corría el año 1958 y el autor estaba asentado entonces en Chico State College, en Paradise, California. Tan solo dos años después, en 1960, publicó su primer relato, The Furious Seasons. Sus influencias eran tan claras como variadas: Richard C. Day, Franz Kafka, Ernest Hemingway y, sobre todo, Antón Chéjov, al que le compararían –al igual que le ocurriría a John Cheever– en cuanto cronista de la realidad norteamericana.
A mediados de los años sesenta, tras haberse graduado en humanidades y mientras trabajaba como guardia nocturno en el Mercy Hopital, comenzó a asistir a las clases del poeta Dennis Schmitz. Esta sería otra de las personas determinantes en la vida literaria de Carver; gracias a él, en parte, Carver pudo publicar Near Klarnath, su primer poemario. Será tras su trabajo como editor de textos en Palo Alto, California, cuando comience a forjar su estilo personal, con esa reconocible composición que oscila entre la sofisticación más sutil y la aridez. No es casualidad que en 1967 apareciera su famoso cuento ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? en la antología anual de la escritora Martha Foley, Best American Short Stories. En 1976, ese mismo nombre daría título a su primera colección de cuentos; mientras tanto, el autor continuaba inmerso –o atrapado– en trabajos completamente precarios.
Carver fue el máximo exponente del «realismo sucio», una corriente literaria caracterizada por abordar la cotidianeidad sin florituras
También su vida era frágil: Carver fue hospitalizado tres veces durante un total de ocho meses entre 1976 y 1977. Su alcoholismo había destrozado irremediablemente su matrimonio, llegando incluso a abusar físicamente de su esposa. Su tóxica relación con el alcohol no era novedosa. Solo logró abandonarlo en 1977, con la ayuda de Alcohólicos Anónimos, aunque siguió fumando marihuana habitualmente. Ese mismo año conoció a la poeta Tess Gallagher en una conferencia de escritores, quien se convertiría en su segunda esposa. Solo 11 años después, el 2 de agosto de 1988, Carver moriría a causa de un cáncer de pulmón: tenía exactamente 50 años.
Catedral, Tres rosas amarillas o Si me necesitas, llámame fueron algunos de sus libros de relatos cortos, el género literario por el que se decantó a la hora de plasmar la realidad, algo que probablemente ayudó a convertirle en uno de los máximos exponentes del «realismo sucio», una corriente literaria caracterizada por abordar temas cotidianos de forma directa, sin apenas florituras. Los personajes de sus cuentos reflejaban a esas personas con las que él mismo se relacionaba: pequeñas vidas cotidianas, personas con vidas rutinarias, repetitivas y en ocasiones problemáticas. Sus protagonistas son las trabajadoras y los empleados de clases bajas con un futuro gris. Ironía y melancolía se entremezclan en sus relatos con sorprendente facilidad, reflejando la vida en su máximo esplendor.
Calles, casas, fábricas, bares y coches predominan en sus narraciones junto a las trayectorias de personajes a los que una vida urbana frenética les hace ir perdiendo sus raíces rurales. Precisamente antes de su muerte, Carver envió una carta al fotógrafo Bob Adelman en la que le hablaba de los paisajes, los personajes y los objetos que habían sido fundamentales para él, instándole a que compusiera un álbum fotográfico que recorriera su vida. Así lo hizo con Carver Country, en el que Tess Gallagher seleccionó los textos y poemas que acompañan a las imágenes.
Como si su esencia permaneciera incólume, sus problemas no terminaron tras su fallecimiento. En 1998, un artículo en The New York Times Magazine afirmaba que su editor Gordon Lish había reescrito parte de sus relatos. Era el caso, supuestamente, De qué hablamos cuando hablamos de amor, donde este habría reducido los textos del autor a la mitad y reescribiendo al menos diez finales. Su huella, a pesar de todo, permanece: Carver no ha dejado de ser reconocido como uno de los escritores más destacados del siglo XX.
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