Andrés Barba
«El líder nace de la necesidad de fascinación que tiene la comunidad»
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‘Auge y caída del conejo Bam’ (Anagrama), último título de Andrés Barba (Madrid, 1975), nos habla de cómo el miedo nos convierte en seres adocenados, de cómo se erigen las instituciones, las normas, de quién está autorizado a reírse de qué cosas y de cómo un líder está destinado a ser devorado por los mismos que lo encumbraron.
Cada vez que alguien menciona El principito, invariablemente me acuerdo de usted, porque hace un buen puñado de años me comentó que le parece un libro sobrevalorado…
No es que sea un libro sobrevalorado sino maligno, directamente, El principito es el mal. En mi libro República luminosa lo defenestro de manera explícita, todos los años quemo un ejemplar.
El libro traza el proceso (colectivo e individual) de construcción de un líder. Qué fascina más, ¿su apogeo o su desplome?
Sí, uno de los vectores estructurales del libro es cómo se construye un líder y su identidad y una de las cosas que he descubierto en este proceso es nuestra necesidad de que el líder sea devorado finalmente. El líder es una víctima propiciatoria, es necesario devorarlo, su decadencia es una parte necesaria y estructural de su constitución. No es que un líder pueda acabar en lo alto, sino que un líder siempre tiene que acabar en lo bajo, en la decadencia y en su propia versión paródica. Ese es el camino natural del líder.
«El líder es una víctima propiciatoria, es necesario devorarlo»
Pienso en Julio César, asesinado a puñaladas en los idus de marzo, o en Malcolm, abatido a tiros… es como si no soportáramos mucho tiempo al líder…
Una parte del líder recupera su condición humana en la decadencia. Hay una suprahumanización del líder en su ascenso y una recuperación de su humanidad en lo más esencial, defectos, vejez, decadencia física en la decadencia moral. Lo que es más interesante es cómo nos relacionamos con esa decadencia, con una sensación de alivio enorme, por un lado, por cómo nosotros somos los ejecutores de esa decadencia. Cómo empujamos al líder hacia su propia decadencia y cómo somos incapaces de asumir el pensamiento idealista de manera continuada, necesitamos ese giro hacia la versión paródica del líder de manera necesaria, tanto como su encumbramiento. Y, desde el punto de vista filosófico, es la única manera de cerrar el círculo histórico hegeliano: no habría forma de contar la totalidad sin contar la decadencia.
¿Es fácil distinguir a un líder de un embaucador, suponiendo que no sea lo mismo?
Durante la pandemia tuve la suerte, con mi pareja, de traducir las memorias de Obama, y en esas memorias hay algo muy bonito: durante la precampaña de las primeras elecciones de Obama, se cuestionó mucho en el marketing interno del diseño de la campaña hasta qué punto Obama tenía que asumir su negritud como una clave de su identidad o darla por descontado, y cómo durante la campaña era imposible no ver un candidato negro, por mucho que la campaña la diera por descontado y no jugase a ser un candidato negro, sino un candidato, sin más. Era muy interesante ver, cuando se convierte en presidente, cómo su negritud desaparece por completo para convertirse en el presidente de Estados Unidos que, entre otras cosas, es negro. Esa forma en la que ciertas cualidades parecen ineludibles se borran es muy interesante en los líderes.
¿Cuánto del líder es construcción de los otros, de las masas que lo encumbran?
Creo que el líder es al mismo tiempo una figura superespecífica con una especificidad muy concreta, muy violenta a veces; de Trump podría pensarse que solo él tiene las cualidades específicas de Trump, pero lo cierto es que son categorías vacías, son huecos, ninots que son rellenados por un espíritu colectivo; son, de alguna manera, canalizadores de energía. El hecho de que sean superespecíficos y personalizados es, precisamente, lo que permite que al mismo tiempo sean huecos y vaciados. Por eso su condición es maleada o manipulada por las masas, es una de las cosas que acaba ocurriendo en la conciencia de Copito, el narrador y el relator y el constructor de la narrativa del líder de mi libro. Él nos dice «hemos hecho de Bam el líder que necesitábamos», más que asumir un líder que trae un programa moral o político, lo que han hecho ha sido «agarrar» al conejo apropiado para hacer de él el conejo que necesitaban, consciente o inconscientemente, porque estas energías colectivas no están explicitadas, como se ve en el libro de Canetti, Masa y poder, un clásico del pensamiento político donde explica cómo funcionamos, donde se habla de esa energía colectiva no especificada, cómo respondemos a ella y cómo la utilizamos para manipular al líder.
«Es imposible en este mundo ser un líder político sin quedar personalizado»
Pero, volviendo a la pregunta de cuánto de farsante tiene un líder…
Hace poco me preguntaban si Bam es Pablo Iglesias, no sé por qué. Ni hablar, Pablo Iglesias es un líder de chichinabo, al que, por cierto, se le acusó en convertirse en personalista al llegar al poder, pero habría que ver hasta qué punto Pablo Iglesias no fue empujado a serlo precisamente por esa masa no personalista. Es imposible en este mundo ser un líder político sin quedar personalizado. Un líder es un actor que inicialmente asume un destino colectivo; el destino puede asumirse por nacimiento, por ambición y también contra la voluntad propia, o donde elementos ajenos a su voluntad se entremezclan. En Obama se ve bien: a pesar de ser una persona extremadamente ambiciosa, con un programa moral muy claro, asumió su destino de ser la gran esperanza de lo moral en la política, donde todo el mundo proyectó cosas ante de que hubieran ocurrido, como darle el Nobel de la Paz, algo por completo injustificado porque no había hecho literalmente nada. El Nobel era el empuje de un destino, tratar de otorgar un destino a alguien que todavía no lo había asumido. Un Nobel preventivo de la paz, como si con ese reconocimiento se le estuviera diciendo «para que tú no renuncies a la persona que hemos decidido que vas a ser». Esto es lo interesante: ¿Se puede no ser un farsante cuando alguien ha proyectado un destino sobre ti? Por supuesto que todo líder tiene algo de farsante, pero la pregunta sería quién es el responsable de que el líder sea un farsante, si el propio líder o las personas, instituciones, grupos que proyectan un destino sobre él.
Copito, además, de narrador, de edecán, de amigo de Bam y artífice del líder cumple ese papel del secundario sin el que el protagonista no podría ser quien es, como Watson en el caso de Sherlock Holmes, Sancho en el del Quijote o Sam, en el caso de Frodo. ¿Hay líder sin otro que sostenga?
Copito es muchas cosas: el delatario, el propiciador de la mera existencia de Bam, el personaje puente que habilita la conexión de Bam con una conciencia a la que no habría podido llegar de manera exclusiva. Todos los líderes precisan esos papeles, el asesino del líder, el habilitador, los satélites que lo orbitan… en el caso de Copito los asume todos, esencialmente la tentativa, el amor que provoca el nacimiento del líder, porque el líder nace del amor, de la necesidad que tiene la comunidad de fascinación, de tener un modelo ideal, una utopía política. Bam cree en sí mismo porque Copito cree en él, y en eso queda claro que la condición del líder es exógena, uno se convierte en líder por la fe de los demás, casi siempre; no por exceso de confianza en sí mismo, sino poque los demás habilitan una religión del líder.
Todo líder surge, como acaba de apuntar, del amor. ¿El desastre comienza cuando el amor se desplaza por la veneración?
Amor y veneración… creo que no necesitamos tanto amar al líder como venerarlo. Hay un ensayo de Barthes sobre el tacto, donde dice que es el sentido que acaba con la veneración; por eso necesitamos tocar a las personas que idolatramos, para devolverles su humanidad, porque su condición de mitos o de dioses o héroes nos es demasiado intolerable. Por eso tocamos a la estrella de rock, al santo… no tanto para apropiarnos de su santidad o de aura como para acabar con ella, para exterminarla, porque es intolerable. Sí, es una condición desplazada del amor. Por eso en la decadencia sí podemos humanizarlo tocarlo.
«Donde la conciencia genera un mundo invivible, el humor hace un mundo habitable»
Marrón, esa coneja que a pesar de su nombre es negra, es la única que pone en entredicho la figura del líder, de Bam, utilizando para ello el humor. Enlazo esto con el ensayo que escribió usted hace unos años, La risa caníbal, para preguntarle de qué depende que el humor dinamite el poder o lo entronice.
Eso es un temazo… Falstaff, para mí el personaje más maravilloso del Shakespeare, que aparece en Enrique IV, explica muy bien esto. Wilde decía que Hamlet era el motivo por el que mundo se había hecho triste y Faltstaff, el motivo por el que el mundo se hacía vivible, habitable. Donde la conciencia genera un mundo invivible, el humor hace un mundo habitable. Lo interesante de esta obra es que Falstaff es el compañero de juergas del príncipe, cuando es un cachorro de rey; Falstaff es quien hace la educación sentimental del príncipe, basada en el humor, pero cuando el príncipe se hace rey, lo primero que hace es expulsar a Falstaff del reino, renunciar al pensamiento irónico, y se convierte así en un pobre hombre, porque no puede ser tocado. Cuando Bam se convierte en Bam, con conciencia de ser un líder, la única persona que hace respirable su mundo es quien se ríe de él, pero no todo el mundo puede reírse del rey, ni del líder, ni de Bam, siempre hay ciertas personas habilitadas, de manera que el tabú persiste porque solo puede ser transgredido bajo ciertas circunstancias. Žižek decía que Stalin tenía un Comité del Chiste, destinado a generar chistes sobre Stalin y hacerlos circular entre la población. Es tan loco que es verosímil. Poder reír bajo ciertas circunstancias hace que no se pueda reír en absoluto. El hecho de que Marrón haga un chiste sobre Bam significa que nadie más puede hacerlo. Refuerza más el tabú. Marrón es una herramienta política esencial en la construcción de Bam. En la etapa de la Gran Madriguera queda cancelada.
Cuanto más sencilla sea una historia, ¿menos posibilidades tiene de haber sucedido realmente?
Sí, claro, es así, vivimos en un mundo informativamente simplificado a todos los niveles y en eso el periodismo se está convirtiendo en una herramienta política cada vez más perniciosa; estamos acostumbrados a derivar el mundo informativo al de opinión, cuando la realidad es mucho más compleja de lo que tratamos de presentarla, simplificada a veces hasta el ridículo y con un aditivo moral. La labor de la literatura es al revés, agarra una realidad sencilla y la complejiza al máximo. Además, el sentido de la narración es no ser juzgada moralmente.
Bueno… desde luego estoy de acuerdo, pero siempre se ha juzgado moralmente algunas obras, desde Madame Bovary, de Flaubert, al El odio, de Luisgé Martín…
Lo moral y lo moralista son condiciones distintas, la condición moralista es ejemplarizante, el equivalente en la fábula derivada de la Ilustración de la moraleja, que muchos autores retoman las fábulas clásicas, como las de Esopo. Desde la Ilustración se asienta el consenso de que a fábula es el género perfecto para educar. Auge y caída del conejo Bam es la antifábula, se parece más a los relatos de Kafka con animales; más que utilizar la fábula para ejemplificar me interesa la fábula que desactiva nuestra sentimentalidad sobre lo humano y la pone en un punto más crítico y pensable, como lo que hace Spiegelman en Maus. Como es incapaz de hacer un relato no impregnado de sentimiento, escoge gatos y ratones para anular el sentimentalismo.
A mí recuerdan sus conejos a las historias de Leonora Carrington.
Gracias por la comparación. Es muy interesante, Leonora; lo que me parece fascinante de su escritura es su capacidad de hacernos descansar de nuestra condición de humanos y hacernos mirar y pensar el mundo desde una perspectiva no humana, desde punto de vista animal. Me encantaría haber anulado la mirada jerarquizante de lo humano sobre el resto de las cosas y que el lector, cuando lleve treinta páginas de la novela, se sienta un poco conejo.
Dice Copito: «Tal vez hubiéramos podido convivir de haber sido un poco más infelices». La felicidad ¿conduce irremediablemente al tedio, como sucede en Gran Madriguera?
Mar Fisher acuñó la expresión «el pesimismo hedonista», esa forma en la que sentimos placer de una forma deprimente, consumimos el placer, lo fagocitamos, por eso nos cuesta tanto ser felices, porque estamos demasiados preocupados en el placer. Placer y felicidad no son coincidentes en absoluto, pero los hemos alineado. Eso es La Gran Madriguera. El líder cumple, los lleva a un paraíso, de verdad, un lugar donde nada mejor puede pensarse: no hay depredadores, hay comida… pero son incapaces de asumir su propia felicidad porque eso implica un inmovilismo y estatismo y una responsabilidad, por eso se inventan la guerra. Algo así dijo Pascal, que todas las tragedias del hombre derivan de su incapacidad de estar sentado en una habitación. No nos responsabilizamos de nuestra incapacidad de ser felices, sino que inventamos que hay otro agente exógeno responsable, esa retórica perversa que hace que echemos fuera siempre la responsabilidad de lo que somos. Tal vez el regreso a cierta fórmula existencialista, tan exigente con la responsabilidad privada de los sentimientos, aunque pareciera anacrónica sería una buena receta para nuestros tiempos, hacernos responsable de nuestra desdicha, frustración…
«La única forma de poder pensar lo que nos está pasando es inhibir las frecuencias sentimentales, tomar distancia»
Frente a la enfermedad, los conejos se convierten en sumisos, como leemos en La teoría de shock, de Klein. ¿El miedo es la mejor arma del poder?
El miedo es la herramienta perfecta, sobre todo en el mundo contemporáneo; el miedo es una estructura ficcional, que hace proyectar sentimentalmente hacia un lugar que todavía no se ha producido un escenario catastrófico. Si piensas cómo nos relacionamos con la inteligencia artificial de manera colectiva, se entiende mejor; algo parecido sucedió con la llegada de internet, al dejarnos apresar por el temor, solo actúa lo sentimental, que impide por completo lo racional del pensamiento; el miedo tiene esa habilidad, como la violencia, de anular todo, es un inhibidor de frecuencia del pensamiento. El miedo es la herramienta perfecta, tanto si es miedo instalado como semilla para que lo desarrollemos nosotros (que usa tu propia energía para destruirte), o si procede de las políticas de terror estatal. Generar miedo al otro sobre instancia futuras que no podrán controlarse… como esa obsesión con la seguridad, tan contemporánea, un deseo extremo de seguridad para el que no existe seguro. Así funciona el miedo. Y la única forma de poder pensar lo que nos está pasando es inhibir las frecuencias sentimentales, tomar distancia.
¿Andrés Barba no tiene a la situación mundial?
Hay circunstancias particulares en las que uno siente más miedo, por ejemplo, por el hecho de ser padre, donde se genera un miedo natural, proyectado en otro, por lo que es difícil de calibrar; la crianza desplaza el eje de importancia hacia otro individuo y el miedo es derivado, no frontal, sino proyectado en un espejo, por lo que es mucho más difícil de manejar. Una cosa es el miedo a que te asesinen, a quedarte en el paro, son miedos más fáciles de desactivar. Vivo en Argentina, donde hay una situación muy inestable a todos los niveles. Está el miedo al fin del mundo, sobre todo desde que Mark Fisher dijo aquello de que es más fácil imaginar el fin del mundo que el final del capitalismo. Eso hace que uno caiga en el vacío de pesimismo, es inevitable, hay un contexto mundial delirante, y si a eso unimos que nos está vetado imaginar un mundo alternativo la mezcla es terrible.
¿Por qué somos incapaces de imaginarlo?
Creo que tiene que ver con el gran colapso que se intuía con la pandemia, que era su momento natural para producirse. Que «la computadora» no se apagara por completo fue una tragedia. Se quedó en «error, error, error», siendo funcional en algún punto, pero bloqueada en su credibilidad por completo. Eso es lo peor que hubiera podido pasar, peor que un colapso, que no hayamos podido «reiniciar la compu». Por eso nuestro tiempo es tan particular, es un momento histórico emocionante, en el que asistimos a un cambio de paradigma en todo, pero el colapso no se ha producido. ¿Qué es, entonces, lo que lo puede producir? Solo un contexto palpable, con tiros, que sea real, que sintamos lo que nos jugamos, solo eso puede cambiar esto y conducirnos al colapso total, porque hasta ahora hemos asistido al colapso detrás de un cristal, no hemos podido tocarlo, no hemos acabado con esa aura insoportable del sistema.
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