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Siglo XXI

Elena Pisonero

«La digitalización ha desmaterializado nuestra realidad»

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21
noviembre
2025

La vertiginosa velocidad a la que acontecen los hechos en el siglo XXI hace que todo se vuelva más complejo. Para Elena Pisonero (Madrid, 1963), economista y experta en transformación y liderazgo, es precisamente «esa complejidad lo que vuelve diferencial» el momento disruptivo que vivimos. En su último libro, ‘El espíritu del sherpa (Almuzara, 2025), indaga cómo la digitalización ha transformado de forma radical nuestro mundo o la necesidad de dar con líderes transformadores que sepan hacer frente a un momento de cambio sin precedentes.


Poca duda cabe de que atravesamos un momento de gran disrupción. Pero a lo largo de la Historia, la humanidad ha vivido momentos de grandes cambios. ¿Cuál es la diferencia ahora?

La percepción generalizada de que eso está ocurriendo. Antes, el mundo estaba muy fragmentado; ahora, está muy globalizado. Tenemos acceso a la información de todo lo que está pasando en el mundo y el exceso de información nos abruma y hace más inmanejable la situación. Sobre todo, ha cambiado la percepción del espacio y del tiempo; es decir, la caída del imperio romano fue un hecho muy relevante, pero estaba en un espacio concreto y no tenía por qué afectar al resto del mundo. Además, ahora todo sucede con una aceleración que no habíamos visto hasta el momento, precisamente porque estamos hiperconectados. La historia se acelera, eso lo hace más complejo y esa complejidad lo vuelve diferencial.

Mencionas la hiperconectividad, una de las consecuencias del nuevo paradigma que ha creado la digitalización. ¿Cuáles son los cambios más relevantes de esta hiperconectividad?

Que está desmaterializada: se produce basándose en el dato que representa tu realidad, lo que hace que pierdas el control sobre tu propia vida y tu propio entorno: la hiperconectividad hace que la realidad de tu vida material esté gestionada por ámbitos que tú no percibes y no controlas. Hay una hiperconectividad de realidades que se convierten en datos, que se gestionan en plataformas de las que no eres consciente. Eso facilita un desarrollo exponencial de la tecnología y de progresos impensables en la humanidad, porque permite –a través de esa desmaterialización de los datos– combinar cosas que antes no se podían y procesarlas de manera que podamos, por ejemplo, descubrir una vacuna en plena crisis pandémica. Pero, al mismo tiempo, esa gestión de la información nos lleva a generar una desvinculación de la realidad muy preocupante, porque al final acabamos viviendo nuestra vida virtual en nuestras burbujas y en nuestro aislamiento.

Curioso cómo en estos tiempos de hiperconectividad es cuando más solos y aislados estamos…

Y más vulnerables y manipulables somos, precisamente porque hemos perdido el control sobre nuestra materialidad. Esta materialidad es nuestra esencia y debe vincularse a un entorno físico. Ahí está el papel de cómo nos vemos como especie, como humanidad que ya no puede entenderse sin esa realidad híbrida.

«La negación del sistema no genera un nuevo orden, sino caos»

La revolución tecnológica, el cambio climático, las disrupciones geopolíticas y la mutación del liderazgo se perfilan como las grandes transformaciones del siglo XXI. A grandes rasgos, ¿cuáles son los principales retos que plantean?

El reto transversal es que ya estamos en otro mundo. Lo expresó muy bien Stefan Zweig en El mundo de ayer con otro momento crítico como la Segunda Guerra Mundial, que rompió muchos esquemas. Para mí el reto [es esta] situación de caos propia de cuando cae un determinado orden y no se ha generado otro. Mi obsesión [con este libro] era intentar ofrecer ese campo de visión que estructurara un espacio que nos permitiera entender mejor lo que pasa. Hay una transformación radical que es la digitalización (más que la tecnología): no somos conscientes de que la digitalización ha desmaterializado nuestra realidad. Es una revolución que no alcanzamos a comprender, un cambio cuya profundidad no hemos interiorizado. La hiperconectividad cambia radicalmente la manera en que observamos el mundo, lo organizamos, lo gestionamos. Ese es el reto de sostenibilidad. Y la respuesta no puede ser el antisistema, porque la negación del sistema no genera un nuevo orden viable, sino caos, algo que solo beneficia a los que se rigen por reglas de poder. Algunos no han sabido aprovechar la globalización y prefieren romper las reglas del juego entrando en una dinámica de luchas de poder que desestabiliza el marco general, [porque] todo es susceptible de convertirse en un arma. Aquí entran en juego los liderazgos. El reto es cómo nos organizamos para prosperar en mitad de ese caos. La democracia es el mejor modelo de organización.

Respecto al liderazgo, en una época en la que la ola populista crece con fuerza y la polarización va en aumento, ¿qué perfil de líderes hace falta?

Hay una pulsión social por buscar líderes que se hagan cargo de todo. La complejidad genera miedo: estás confuso, no sabes lo que pasa, no sabes cómo manejarte y lo más fácil es que alguien se encargue de esto, [por lo que] acabas buscando líderes mesiánicos. Por eso prosperan los populistas, porque no hay una narrativa común en la que podamos participar de un entendimiento mejor de la realidad. Necesitamos líderes transformadores. La solución a temas complejos no puede ser una persona. Por eso creo en la inteligencia colectiva, cuya mejor expresión es la democracia: que la democracia esté fallando no quiere decir que no sea el mejor sistema. Hay que formar equipos donde el líder sea transformador, entienda el momento que vivimos, cuáles son los desafíos y se rodee de perfiles necesarios para abordar esa transformación. Cuanto más impliques a las personas en la transformación, más sólida será.

«Cuanto más impliques a las personas en la transformación, más sólida será»

Precisamente Europa se encuentra en medio de ese enfrentamiento entre Estados Unidos y China por el liderazgo tecnológico; la tecnología se ha convertido en el principal terreno de la lucha geopolítica. ¿Cuál es el principal desafío de la Unión Europea?

En esta lógica de lucha de poder todo es susceptible de ser utilizado como un arma. La tecnología ya era un rasgo de transformación crítico. Eso lo vieron rápido Estados Unidos, porque funcionaba el mercado y han tenido a los emprendedores desarrollándola, y China, que hizo una estrategia de largo recorrido para ser un jugador esencial fuera cual fuera el escenario. Europa jugó en un mundo cooperativo, global, de reglas. La globalización –sin la cual no hubiéramos alcanzado esas cotas de progreso– es lo mejor que nos ha pasado y Europa ha sido la mayor beneficiada, porque la impulsó: hay que establecer reglas del juego para cooperar y que cada uno ofrezca lo que mejor sabe hacer. Hemos conseguido un modelo social envidiado por todo el planeta. Otra cosa es que [ahora veamos que no funciona. No hemos gastado] en defensa porque estábamos en un mundo de paz y lo que tú gastas [en eso] yo lo voy a dedicar al estado de bienestar o lo que tú inviertes en tecnología yo te lo voy a comprar. Hemos delegado la producción de todas esas cosas materiales que necesitamos para nuestro modo de vida y ahora nuestro poder de compra y nuestras reglas no son suficientes para garantizarlo.

En el libro apuestas por Europa como el líder del nuevo renacimiento. ¿Cuáles son los motivos por los que debe ser el faro?

Es una obligación moral; creo realmente que nuestro modelo es el mejor. Pero para poder demostrarlo tenemos que sofisticar un modelo que ha dejado de funcionar y eso exige ponerse las pilas, sin entrar en la dinámica de los depredadores: no podemos ir en contra del libre comercio ni de las reglas, porque son la esencia de Europa, nuestros principios. No queremos un modelo capitalista americano –que no funciona y están reconstruyendo– ni tampoco uno muy eficiente en el que el individuo ha dejado de tener capacidad de decidir sobre su vida, [como el chino]. Ahí es donde tenemos que buscar esa referencia, ese faro que permita demostrar que hemos aprendido y que podemos avanzar sobre nuestros propios principios.

«No podemos ir en contra del libre comercio ni de las reglas, porque son la esencia de Europa»

Pero es complejo cambiar las estructuras de las que depende un mundo tan interconectado. ¿Por dónde empezar?

Esa es la transformación. La revolución no es la vía. Puedes decir que se haga desde un sistema autocrático, porque crees que son muy eficaces en la implantación –es el discurso que está vendiendo China– o desde un ámbito más local e intentar negociar de qué manera convivir en un entorno tan complejo. Esos son los debates que deberíamos tener y no los baldíos y cortoplacistas que tenemos. Necesitamos un liderazgo transformador que parta de una narrativa común, de un diagnóstico serio y honesto de dónde estamos. Porque Europa, ni siquiera Occidente, está en el centro de la acción ahora. Tenemos una capacidad tremenda de negociar, pero no lo estamos haciendo como un bloque, como una civilización uniforme.

«El ser humano es una especie distinta: necesita de los demás para sentirse completo»

En este momento de cambio, me interesa la relación entre las máquinas y los humanos. ¿Qué significa hoy ser humano?

Es una buena reflexión. La humanidad no ha dejado de mutar como especie; va adaptándose a las circunstancias. Es una evolución natural. Pero es verdad que la tecnología actual en la que estamos trabajando es muy disruptiva, porque está afectando a lo que creíamos que era diferencial: el conocimiento. Ahora nos estamos encontrando con que la inteligencia artificial está mutando de algo que crees que controlas a algo que va a tener autonomía y a decidir sobre cosas que te afectan. A lo mejor nos damos demasiada importancia y debemos ser conscientes de nuestro papel en el mundo y reflexionar. Hay que volver a la filosofía, a la ética y a la religión, no tanto en un sentido literal como de trascendencia para luego ser más humildes y no creernos tan importantes. El ser humano es una especie distinta, porque necesita de los demás para sentirse completo.

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