Gregorio Luri
Elogio de las familias sensatamente imperfectas
La aspiración a la perfección puede ser en ciertos momentos comprensible, pero no está a nuestro alcance realizarla. En consecuencia, habrá que optar por lo que está por debajo de la perfección… que es la imperfección sensata.
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2025
Artículo
He dado muchas vueltas a este asunto: ¿qué características, exactamente, debiera poseer una familia para poder considerarla perfecta? Finalmente he llegado a algunas conclusiones que someto a vuestra consideración y juicio analítico.
Para ser una familia perfecta, ayudaría mucho tener el segundo hijo antes que el primero. Creo que todos estaremos de acuerdo en que esto contribuiría a nuestra confianza y autoestima, a la tranquilidad en el trato familiar, a ver las cosas con una perspectiva amplia, a evitar premuras y juicios precipitados, etc. Pero no parece que los avances de las llamadas biociencias tengan este objetivo en su horizonte. En cualquier caso, mientras esto no sea posible, tendremos que asumir que, antes de tener un hijo, nadie tiene ni remota idea de qué significa exactamente, no ya qué es una familia imperfecta, sino, simplemente, qué es ser padres.
Para ser una familia perfecta sería de una gran ayuda que los niños vinieran al mundo diseñados de tal manera que tuvieran siempre más sentido común que energía, con lo cual siempre se sabría cómo controlar sus impulsos. Pero las cosas suceden exactamente al revés. Los niños —y no digamos ya los adolescentes— se caracterizan por tener mucha más energía que sentido común para controlarla. Vienen a ser como conductores novatos que aprenden a conducir con un Fórmula 1 por las calles retorcidas y en obras de una gran ciudad con mucha circulación. Es inevitable que tengan algún accidente, que acaben con la carrocería rayada, algún faro roto y un consumo excesivo de gasolina. Pero esto es lo que hay. Precisamente porque nuestros hijos tienen más energía que sentido común, si alguien tiene que estar dispuesto a poner siempre, incondicionalmente, el sentido común, han de ser los padres. Y eso cansa y, además, no siempre andamos sobrados de sensatez.
Nadie tiene ni remota idea de qué significa exactamente, no ya qué es una familia imperfecta, sino, simplemente, qué es ser padres
Igualmente facilitaría mucho las cosas poder programarse los estados de ánimo, de tal manera que pudiéramos garantizar que cuando nuestros hijos lleguen de la escuela nos encontrarán relajados, abiertos, dispuestos a acogerlos en un ambiente cordial y cálido; que en la cena estaremos ocurrentes, sabremos animarlos a que nos cuenten cómo les ha ido el día y tendremos a punto el comentario adecuado que los ayude sin intimidarlos; que se irán a la cama en cuanto se lo insinuemos sin rechistar, y que se levantarán por las mañanas sin hacer el remolón, con alegría, etc. Pero los estados de ánimo son bastante caprichosos y van y vienen un poco a su antojo, y más de una vez viene a visitarnos el que menos necesitamos.
Si pudiéramos detener el tiempo cada vez que nos surge un problema para poder así consultar la solución con un experto, también estaría bien. Podríamos contar con una aplicación en el móvil que pusiera la realidad en una dimensión de suspensión temporal hasta disponer de suficientes garantías sobre la eficacia de lo que debemos hacer. Tampoco en este caso la realidad se muestra muy misericordiosa con nuestras aspiraciones de ser unos padres perfectos. Nos enfrentamos habitualmente a todo lo contrario. Nuestra inteligencia disponible en un momento dado suele ser menor que la urgencia con la que un problema nos reclama una solución. Añadamos que nunca controlamos los efectos de nuestras acciones y, por eso mismo, no podemos estar seguros de que nuestra buena voluntad será correspondida con buenas consecuencias.
¿Y qué decir del tiempo libre? A todos nos gusta disponer de tiempo libre y de dinero para disfrutar de una vida de comodidades, pero si, además, queremos tener hijos, no tardaremos en descubrir que las tres cosas al mismo tiempo (tiempo libre, dinero e hijos) son difíciles de equilibrar, especialmente si tienes que ganarte el pan con el sudor de tu frente. Tener hijos es una muy buena cosa, pero impone más de una renuncia. Por ejemplo, ser padre significa dormir poco. Los padres de un niño sano pierden entre 400 y 700 horas de sueño, y esto no ayuda mucho a ser muy creativo imaginando el tiempo libre. Lo que se quiere es dormir de un tirón ocho horas seguidas.
Aceptemos, pues, que la aspiración a la perfección puede ser en ciertos momentos comprensible, pero que no está a nuestro alcance realizarla. En consecuencia, habrá que optar por lo que está por debajo de la perfección… que es la imperfección sensata.
Este texto es un extracto de ‘Elogio de las familias sensatamente imperfectas’ (Ariel, 2025), de Gregorio Luri.
COMENTARIOS