Depresión estacional, falta de vitamina D...
¿Cómo nos afecta la falta de luz?
La falta de luz, tanto solar como artificial, nos puede provocar trastornos psicológicos y físicos que agravan nuestro bienestar y nuestra salud, desde alteraciones en el sueño hasta problemas físicos relacionados con la deficiencia de la vitamina D.
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Puede que en pleno verano no pensemos en los efectos que puede tener la falta de luz en nuestro organismo, pero es más dañina de lo que parece a simple vista. A pesar de que asociemos la falta de luz con días nublados, incluso en los días más soleados del año nos puede afectar una deficiencia lumínica si nuestras rutinas nos alejan de la luz natural. Aunque en general estos efectos suelen darse durante el invierno, también se pueden dar en verano si pasamos los días en una oficina o si, por las altas temperaturas, solo salimos bien entrada la tarde o directamente no salimos de un lugar cerrado con aire acondicionado.
La depresión estacional es el efecto más notorio de la falta de luz solar en nuestro organismo: provoca una disminución general de las funciones metabólicas y se conoce también como trastorno afectivo estacional. Suele durar entre 4 o 5 meses al año, y es más común que se dé en el hemisferio norte durante el otoño y el invierno, donde la luz solar se ve reducida y hace que pueda cambiar el estado de ánimo. Este trastorno puede provocar apatía, irritabilidad, pérdida de interés por actividades cotidianas e incluso alteraciones en el apetito.
La falta de luz solar provoca depresión estacional y alteraciones del sueño, lo que puede derivar en insomnio
Asimismo, la falta de luz solar nos puede alterar el sueño, cambiar nuestro ritmo circadiano y provocar insomnio, puesto que la luz es el principal factor que regula la secreción de melatonina. Cuando tomamos el sol, nuestro cuerpo genera melatonina, una hormona que regula precisamente el ciclo entre el sueño y la vigilia, a través de la influencia de los rayos UV en la producción de esta hormona. La alteración del sueño, a su vez, repercute en otras áreas del organismo, como la capacidad cognitiva, la memoria y el sistema inmunológico. Por esa razón, la luz solar es importante para dormir mejor y aumentar nuestra calidad de vida.
Durante la exposición a la luz solar, las radiaciones UVB que inciden en nuestra piel consiguen la formación de la previtamina D, que posteriormente se transforma en vitamina D; en realidad, aunque la llamemos vitamina, es una hormona más, al igual que la melatonina. El cuerpo humano la consigue en un 80% gracias a la exposición solar, y el resto a través de alimentos. La vitamina D desempeña un papel fundamental en el sistema muscoesquelético, en el inmune y en el cardiovascular, además de que se ha asociado niveles bajos de vitamina D como un factor de riesgo en el deterioro cognitivo y en la depresión. Por lo tanto, un déficit en la vitamina D debido a la falta de luz solar puede ser bastante dañino. En personas mayores, esta carencia puede provocar una propensión a caídas y fracturas de huesos, mientras que en personas jóvenes puede trasladarse a un sistema inmunológico debilitado y una menor resistencia frente a infecciones tanto víricas como bacterianas.
Los científicos recomiendan una exposición solar de unos 20 minutos diarios
Aunque los científicos recomiendan una exposición solar de unos 20 minutos cada día, es posible que no podamos pasar ese tiempo bajo el sol. Sin embargo, también podemos recibir luz solar a través de ventanas, pero a veces ni siquiera es posible. Cada vez hay más bajos reconvertidos en casas, y a veces no cuentan con luz natural. Este tipo de arquitectura hace que un derecho que afecta positivamente a nuestra salud pase a ser un privilegio, dando lugar a implicaciones preocupantes en la salud pública.
Además, la falta de luz solar hace que dependamos más de la luz artificial, pero ¿qué ocurre cuando esta también falla? La falta de luz artificial, a través de apagones o cortes eléctricos, afecta negativamente en nuestra salud. Sin luz, se da una interrupción en las actividades diarias y en el trabajo, además de que aumenta el riesgo de accidentes por falta de visibilidad. Al mismo tiempo, se aísla socialmente a las personas por no poder acceder a comunicación por cortes de internet, aumentando la sensación de desconexión o de soledad. En zonas donde los apagones y los cortes de luz son frecuentes, la población experimenta un mayor nivel de estrés, ansiedad y miedo.
Tanto la falta de luz solar como de luz artificial o eléctrica aumentan los riesgos a padecer trastornos psicológicos, desde la ansiedad hasta la depresión. Esta falta supone peligros para la salud, y puede impactar especialmente en personas con condiciones de salud mental preexistentes, acentuando los síntomas. La luz, en sus distintas formas, es más que una comodidad: es una necesidad básica. Por consiguiente, es esencial que en nuestra rutina intentemos pasar un mínimo de tiempo bajo el sol, aunque sea en intervalos breves. A nivel estructural y social, se debe garantizar el acceso equitativo a luz tanto natural como artificial para que la salud de las personas no se vea afectada por este déficit.
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