Opinión

Levantar la mano sobre uno mismo

El perfeccionismo social genera una gran presión de cumplir con las expectativas que, creemos, otros tienen depositadas en nosotros. El suicidio ejerce, así, de respuesta a la sensación de derrota: tal vez, se debería repensar lo que se entiende por éxito y por fracaso.

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25
octubre
2021

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Levantar la mano sobre uno mismo. Es difícil imaginar una expresión más bella para describir el pavoroso gesto del suicidio. Quizá Jean Améry tituló así su discurso sobre la muerte voluntaria para dar solemnidad al acto más misterioso de la humanidad. Su curiosidad no es sociológica, ni científica, sino humana. Por ello, no se sumerge en los datos, sino en las conciencias de los que llama ‘suicidiarios’ con el fin de conocer, desde dentro, al humano que ahuyenta la vida: «Yo no he intentado más que afrontar las contradicciones irresolubles de la condition suicidaire para dejar constancia de ellas hasta donde el lenguaje alcance».

Treinta años antes, en El mito de Sísifo, Camus hablaba del suicidio como el único problema filosófico realmente serio. Ay, la absurdidad de la vida. Pero L’absurde, dice Améry, es en realidad más banal y más estremecedor que el mito de Sísifo. Hay un momento en que la vida se convierte en un fardo inarrastrable, en que pesa tanto que un salto al vacío sabe a libertad.

¿Por qué levantar la mano sobre uno mismo? La enfermedad mental no parece la explicación: solo el 5% de los pacientes de depresión se suicidan. El suicidario no es un loco, aunque casi siempre es un hombre. Para Rory O’Connor, director del Laboratorio de Investigación de la Conducta Suicida de la Universidad de Glasgow, el suicidio es un fenómeno psicológico y, como Jean Améry, aunque con mayor vocación científica, pretende entender la mente del suicida.

«Los hombres se comparan con su mejor versión, un patrón de oro inalcanzable que puede provocar una frustración mortal»

En una conversación con Will Storr para la revista Pacific Standard, O’Connor revela el sorprendente rasgo que comparten las mentes suicidas: el perfeccionismo social, la presión de cumplir con las expectativas que consideran que otros tienen depositadas en ellos. El suicidio como respuesta a la sensación de fracaso: «Cuando una mujer se queda sin trabajo, es doloroso, pero no siente que haya perdido su sentido de identidad o feminidad. Cuando un hombre pierde su trabajo, siente que no es un hombre», dice O’Connor.

Es llamativo que una sociedad en la que existe un consenso respecto a la presión que ejercen los roles de género tradicionales sobre las mujeres haya descuidado los daños que la misma tradición ejerce en los hombres. Torr se refiere a un estudio realizado por Martin Seager en 2014 que concluye que, a pesar del progreso realizado en materia de género en las últimas décadas, las expectativas de ambos géneros sobre lo que significa ser un hombre están estancadas en los años 50. Del hombre se espera que sea luchador y ganador, protector y proveedor.

Los hombres, añade O’Connor, se comparan con su mejor versión, un patrón de oro inalcanzable que puede provocar una frustración mortal. Hemos redefinido la condición de hombre sin modificar la condición de héroe. Por eso, además de liberar a los sexos de las prescripciones tradicionales de su género, tal vez deberíamos repensar lo que entendemos por éxito y por fracaso.

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