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Casas sin ventanas, la luz ausente

La luz ha marcado los ritmos biológicos y el bienestar de nuestros cuerpos y mentes. Hoy, sin embargo, en muchas ciudades vivir con ventanas se ha vuelto un privilegio.

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23
mayo
2025

Nos levantamos con el sol, trabajamos bajo su claridad y descansamos cuando cae la noche. La luz, natural o artificial, modela cómo habitamos el mundo. Allí donde escasea, la sombra no solo cubre las paredes, también puede teñir el ánimo, limitar las oportunidades y convertir el hogar en un lugar inhóspito.

Eso dice la ciencia. El doctor John Ott, pionero en el estudio de los efectos de la luz en la salud, demostró en sus investigaciones cómo la privación lumínica afecta a todo nuestro organismo. Sin la exposición regular a la luz natural, nuestro reloj biológico interno se descompensa, generando una cascada de problemas fisiológicos y psicológicos. La luz solar regula nuestros ritmos circadianos, influye en la producción de hormonas como la melatonina y la serotonina, y afecta directamente nuestro estado de ánimo. La luz solar es esencial para la síntesis de vitamina D, la salud ósea y el sistema inmunológico.

Paula García Casanova, psicóloga especialista en sueño, explica que «la falta de luz solar dificulta una adecuada sincronización de nuestro reloj biológico… [y] puede provocar problemas de conciliación y mantenimiento del sueño, despertar precoz, privación de sueño, irritabilidad, disforia, tristeza, dificultades de concentración, problemas de memoria, apatía…». En la práctica, esto significa insomnio, sueño fragmentado y mala calidad de descanso, lo cual empeora el estado de ánimo y la función cognitiva.

La privación lumínica afecta a todo nuestro organismo

Esta relación entre luz y bienestar explica por qué el ser humano necesita vivir en un espacio con ventanas. No es solo una cuestión de diseño o metros cuadrados. La luz natural y la ventilación no son caprichos arquitectónicos, cuando faltan, el hogar deja de ser refugio y puede convertirse en una trampa para el cuerpo y la mente, un lugar donde la salud se deteriora en silencio y la calidad de vida se apaga poco a poco.

Es paradójico que, sabiendo esto, las ventanas se estén convirtiendo en un privilegio en muchas viviendas contemporáneas. Este fenómeno no es casual, responde a una combinación de especulación inmobiliaria, soluciones habitacionales precarias y una alarmante normalización de espacios que violan nuestras necesidades biológicas más básicas.

Arquitectos y urbanistas advierten que la falta de luz y aire constituye un fallo grave en el diseño habitacional. Como bien advierte el profesor Juan Miró, arquitecto de la Universidad de Texas, «las ventanas deberían ser un derecho humano». Tras años estudiando los efectos de la oscuridad en espacios habitados, Miró y su equipo lograron reformar las normativas en Austin (EE.UU.), alegando que «la luz natural no es un lujo, sino un nutriente. Sin ella, el cuerpo se debilita y la mente se nubla».

Este principio es una de las bases que rigen la arquitectura sostenible, donde cada elemento busca capturar el sol por todos los medios posibles. Su correcta integración en el diseño arquitectónico, mediante estrategias como la orientación del edificio, la selección de materiales adecuados y la incorporación de ventanas y claraboyas, puede contribuir de manera significativa a la reducción del consumo energético, a la mejora del bienestar de los ocupantes y a la creación de espacios estéticamente atractivos y funcionales.

Arquitectos de la Universidad de Texas afirman que «la luz natural no es un lujo, sino un nutriente. Sin ella, el cuerpo se debilita y la mente se nubla»

También en el acceso a la luz del sol hay clases sociales. Las personas con menos recursos económicos suelen habitar viviendas con peores condiciones de iluminación y ventilación, y en algunos casos extremos no les llega ni un solo rayo de sol. Según datos de Cáritas, en 2024, solo en la ciudad de Barcelona 120.000 familias se vieron obligadas a vivir en una vivienda inadecuada, como locales, sótanos, inmuebles sin acceso a suministros o espacios sin luz natural, entre otros.

En ciudades como Nueva York o París, miles de inmigrantes y familias de bajos ingresos viven en apartamentos de sótanos ilegales y mal ventilados. Este fenómeno fue dramáticamente ilustrado tras el huracán Ida de 2021, en el que muchos fallecimientos ocurrieron en sótanos adaptados sin licencias. Los sótanos reconvertidos son quizás el ejemplo más dramático de esta problemática. Espacios que nunca fueron diseñados para ser habitados, con humedades que se cuelan por las paredes y sistemas de ventilación inexistentes. Asimismo, las casas contenedor, promocionadas como solución rápida y económica en algunos países, presentan otro tipo de problemas. Aunque algunas incorporan ventanas, su aislamiento térmico es deficiente y la calidad del aire interior suele ser pobre.

Por su parte, las casas-cueva, tradicionales en algunas zonas de Andalucía, representan un caso particular. Su diseño ancestral las hace frescas en verano y cálidas en invierno, y muchas se han rehabilitado como espacios turísticos o viviendas más económicas, pero muchas carecen de luz natural suficiente.

Frente a este panorama, arquitectos y urbanistas buscan soluciones creativas. En el mercado ya existen soluciones de fibra óptica que llevan luz solar a los rincones más oscuros. En Alemania, la normativa Bauvorschriften exige que toda habitación tenga al menos una ventana que represente el 10% de su superficie. En España, algunos proyectos innovadores muestran el camino: por ejemplo, la rehabilitación del barrio de Las Carolinas en Alicante incorporó patios de luz que mejoraron dramáticamente las condiciones de vida.

Pero las soluciones técnicas deben ir acompañadas de medidas sociales. Organizaciones como Provivienda denuncian que muchas familias no pueden permitirse viviendas dignas, y defienden que «la luz natural debería ser un derecho, no un privilegio». Proponen crear un fondo estatal para rehabilitar viviendas oscuras y endurecer las inspecciones a los alquileres ilegales.

Vivir sin ventanas es como respirar con un solo pulmón. Nos reduce, nos empobrece. Como escribió el arquitecto suizo Le Corbusier, «la luz es la primera relación del hombre con el mundo». Privarnos de ella es romper ese vínculo primordial.

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