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Cuando todos le dieron la espalda a Nietzsche

Con sus críticas sobre la obra ‘El origen de la tragedia’, Ulrich von Wilamowitz-Moellendorff se convirtió en el principal antagonista intelectual de Nietzsche en sus primeros años.

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05
agosto
2025

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En 1872, un joven filólogo alemán llamado Friedrich Nietzsche (1844-1900) publicó la obra El origen de la tragedia desde el espíritu de la música. Era su primer gran trabajo tras la publicación de unos cuantos textos en los que, si bien ya se perfilaban sus tesis, todavía no habían alcanzado madurez intelectual. En El origen de la tragedia se entremezclan filosofía, arte, historia, filología e incluso una visión rayana en lo místico sobre el rol de la música en la cultura griega. A todas luces, esto no era lo que el mundo académico esperaba de un profesor de filología clásica recién nombrado en la Universidad de Basilea. El rechazo no se hizo esperar. Especialmente feroz fue la crítica de otro joven y prometedor filólogo, Ulrich von Wilamowitz-Moellendorff, quien a la sazón se convirtió en el principal antagonista intelectual de Nietzsche en sus primeros años.

Para comprender la polémica es necesario glosar cierto background. La filología clásica era considerada en la Alemania decimonónica una disciplina estrictamente científica centrada en el análisis textual, la gramática, la etimología y la crítica de las fuentes. A pesar de disponer de una vigorosa formación filológica, el joven Nietzsche sentía que ese enfoque técnico no conseguía captar el verdadero espíritu de la cultura griega. Así, en El origen de la tragedia propuso que la tragedia helena nace de la tensión entre dos fuerzas antitéticas: la apolínea (racionalidad, forma, medida, mesura…) y la dionisíaca (embriaguez, caos, placer…). Esta idea, influenciada por el filósofo Arthur Schopenhauer y por la música de Richard Wagner, friccionó con el statu quo. Para muchos, no podía siquiera ser interpretada como filológica.

Wilamowitz no tardó en responder. El mismo año de su publicación escribió un opúsculo titulado Filología del futuro, en el que arremetía con dureza contra Nietzsche. Entre otras cosas, lo acusó de cometer errores, de especular sin pruebas y de dar la espalda al método científico. Wilamowitz atacó asimismo el tono mesiánico de Nietzsche, su tendencia a escribir como si estuviera revelando verdades profundas. En suma, le reprochó haber despreciado la objetividad y el rigor de la filología en nombre de una vaga filosofía del arte.

Wilamowitz atacaba el tono mesiánico de Nietzsche, su tendencia a escribir como si estuviera revelando verdades profundas

El embiste fue un intento deliberado por desacreditar a Nietzsche en el mundo académico. Y en buena medida, lo logró. La recepción de El origen de la tragedia fue fría cuando no directamente hostil en cualquier círculo de filología. Con Wilamowitz, muchos vieron en ella un peligroso desvío del recto camino de la ciencia. El propio Nietzsche, cada vez más descontento con el ambiente universitario, terminó abandonando la filología para reorientar sus ideas hacia un plano filosófico.

Sería un error simplificar esta historia a un arquetípico caso de conservadurismo académico frente a la joven genialidad incomprendida. Es preciso reconocer que Nietzsche se apartó del canon de una forma premeditadamente provocadora. Su obra apenas contiene citas, pasa por alto críticas esenciales, mantiene un tono grandilocuente y ciertamente ambiguo y, en definitiva, se apoya en intuiciones sin mayor esfuerzo de justificación. No sin cierta dosis de razón, para sus críticos esta deriva metodológica podía llevar a la filología a convertirse en un mero vehículo oportuno para la transmisión de opiniones personales o incluso estéticas del autor.

En las ironías del destino, El origen de la tragedia ha terminado siendo un clásico no en filología, sino en filosofía. Su lectura de la tragedia griega como tensión entre las visiones apolínea y dionisíaca de la existencia ha sido retomada y discutida hasta hoy. Así, la misma obra que el establishment rechazó como fantasiosa es hoy conocida por doquier.

Por su lado, Wilamowitz tuvo una carrera brillante dentro de la filología clásica. Se convirtió en una figura medular de la disciplina, siendo admirado por su erudición. En cierto sentido, se consolidó como una suerte de némesis de Nietzsche al representar todo lo opuesto. Nietzsche fue un pensador errante, alejado del portón de la academia, pero con una proyección intelectual que despuntó –aunque él no vivió para verlo–.

Hoy, la controversia entre ambos puede ser interpretada con otros ojos. Ya no se trata de dilucidar quién tenía razón, sino de comprender que ambos representaron cosmovisiones del conocimiento dispares. Dos formas confrontadas de entender qué es, en general, la cultura y cómo debe ser abordada para su estudio. En este choque, desde luego, Nietzsche vio la espalda de la institución académica, pero en su lugar obtuvo la libertad para convertirse en uno de los pensadores más importantes del siglo XX y, para no pocos, de todos los tiempos.

 

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