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¿Sabemos enterrar en España?

En un país sin un consenso sobre sus héroes y heroínas en el campo de batalla, o en la lucha por las libertades, tampoco es esperable un compromiso sobre las gestas en cultura.

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17
septiembre
2025

Este verano es más final que otros. En unos días perdimos a la carismática Verónica Echegui, el magnético Eusebio Poncela y el dinámico Manolo de la Calva. En las postreras horas de estío mueren las cosas dulces, de las flores al amor, y nacen las amargas, de la nostalgia al arrepentimiento. Pero este año el dolor ha venido en ración doble, como los incendios y las olas de calor.

Y la sensación es que los ídolos de nuestra España se van genuinamente añorados, pero no propiamente despedidos. No con la suerte de homenajes y ceremonias que naciones como Francia o Reino Unido dispensan a sus héroes de la cultura. En la Cadena SER, José Luis Sastre decía, que, a diferencia de otros países de nuestro entorno, España no da la suficiente importancia a los hombres y mujeres de la cultura. Era en relación al fallecimiento de Manolo de la Calva del Dúo Dinámico –y el hecho de que tengamos que especificar la conexión entre el nombre y el grupo musical es indicativo de que en el imaginario colectivo nacional no hay una casilla dedicada a un portento de la música que rompió moldes en tantas facetas, de la composición a la interpretación—. Miguel Ríos añadía después que España es un país que no sabe enterrar.

Supongo que, en un país sin un consenso sobre sus héroes y heroínas en el campo de batalla, o en la lucha por las libertades, tampoco es esperable un compromiso sobre las gestas en cultura. Recordemos la polémica que se desata cada vez que una institución pública hace un reconocimiento a un artista (vivo o muerto). Los habitantes de toda calle dedicada a una escritora o un comediante saben que es cuestión de tiempo, y de un nuevo gobierno local, que les cambien el nombre de la dirección.

Es posible que seamos más tribales que mitómanos. Que los Unos (los de izquierdas o los nacionalistas) tengan unos referentes culturales y los Otros (los de derecha o centralistas), otros muy distintos. Pero, de la misma manera que hace dos o tres décadas era imposible que el país se uniera alrededor de la bandera para animar a los chicos y chicas de nuestras selecciones deportivas y ahora es impensable que no lo hagamos verano tras verano, también podemos esperar que, en un futuro no lejano, orquestemos unas despedidas más unánimes y más acordes para las y los genios de nuestra cultura.

Para un futuro más limpio de prejuicios necesitamos mirar al pasado con ojos más frescos. Para empezar, debemos darle el color que merece a la «España en blanco y negro». Porque el rechazo visceral, aunque muchas veces inconsciente, hacia las expresiones artísticas anteriores a 1975 es el resultado de las gafas oscuras con las que miramos el período. Una vocecita dentro nos dice que, si algo triunfó en esa época fue el producto de la acción directa, o la aquiescencia activa, de la dictadura. Esos artistas eran la «voz», el «rostro» o la «sonrisa» del franquismo. Y una cosa es el rancio y oscuro régimen franquista y otra la frutífera y colorida sociedad que empezó a despuntar entonces –por lo general, a pesar del franquismo–. Para no generar polémicas estériles podemos decir que nuestra cultura floreció tras la Transición y que la Movida de los 80, la apertura a Europa y los Juegos Olímpicos del 92 fueron infinitamente más luminosos.

El Dúo Dinámico tiene olor a música vieja, pero representa mejor que nadie la modernización del país

Pero es innegable que algunos embriones de esa España fueron concebidos antes. No por los gerifaltes del régimen desde sus despachos de mármol, sino por la gente en las calles de tierra. No a las órdenes del régimen, sino en rebeldía, explícita o implícita, contra él. Y el desdén, por no decir desprecio, con el que gran parte de las élites intelectuales contemporáneas de nuestro país han tratado al Dúo Dinámico es el resultado de ese juicio colectivo al periodo en el que surgieron.

Para mi generación, el Dúo Dinámico tiene sabor a viejo, a verbena de pueblo. No los escuchaba en las cosmopolitas Barcelona o Madrid donde cursé mis estudios superiores, sino en las fiestas de los pueblos de la comarca, donde siempre sonaban las melodías de Manolo de la Calva y Ramón Arcusa. Otras canciones del verano eran efímeras, pero las del DD eran eternas. De hecho, me cuesta reconocer las voces de Manolo y Ramón, porque lo que recuerdo son las versiones que hacían de ellas los dúos, tríos y demás orquestas populares. A veces, las gargantas estaban rasgadas y los agudos hacían chirriar los altavoces, pero el sonido era, si cabe, más fiel que las canciones originales a su vocación popular. Y es eso, la conexión con el pueblo, el secreto del éxito del Dúo Dinámico y de tantos otros artistas que comenzaron en los tiempos grises, pero nos llevaron, con su colorido, a la luz.

El Dúo Dinámico tiene olor a música vieja, pero representa mejor que nadie la modernización del país. Fueron pioneros en la música pop, en el fenómeno de los fans, en los grandes conciertos y en las actuaciones en televisión. El Dúo Dinámico es de la generación de mis padres, pero todo lo que crearon en cultura popular está más cerca de mis hijos que de mis abuelos.

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