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¿Es la infancia cada vez más corta?

Desde hace algunos años, expertos de distintos ámbitos de la medicina y la psicología han mostrado su preocupación ante la posibilidad de que los niños estén entrando en la pubertad a una edad más temprana que las generaciones anteriores. ¿Qué evidencias sustentan esta afirmación y qué consecuencias depara?

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Óscar Gutiérrez
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25
noviembre
2025

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Óscar Gutiérrez

La infancia. Ese territorio en el que el pensamiento mágico acampa libérrimo, la imaginación reina, el juego se hace el amo, la capacidad de sorpresa es inagotable, la responsabilidad es un concepto ajeno y la inocencia aún no conoce herida. Un periodo que abarca desde el nacimiento hasta la adolescencia, que aparece de media a los 14 años, según la Organización Mundial de la Salud.

Sin embargo, son numerosos los científicos que llevan tiempo alertando de que cada vez la infancia dura menos. Hasta hace poco, los más jóvenes se entretenían hasta los 13 años con muñecas, peonzas, coches, juegos de construcción y otros juguetes tradicionales. Hoy en día, los abandonan a una edad prematura y se decantan por las nuevas tecnologías, quieren vestirse y comportarse como adultos, consideran el móvil como un rasgo de madurez y su tolerancia a la paciencia o la frustración es casi nula. Así lo recoge el estudio Infancia y familias. Valores y estilo de educación, elaborado por el Instituto de Creatividad e Innovaciones Educativas.

Un 84% de los padres considera que sus hijos crecen más rápido y que la infancia dura cada vez menos, tal y como recoge una encuesta realizada por Ipsos en 20 países, incluidos China, Costa Rica, Francia, Venezuela, Estados Unidos y España.

«Especialmente las niñas están entrando en la pubertad a una edad más temprana de la que solían hacerlo hace años: algunas comienzan a los 9 o 10 años. Ellos tienden a ir por detrás. Esto no solo impacta en los niños, que no están preparados emocionalmente para afrontar estos cambios en su cuerpo, también afecta a los padres porque no saben cómo abordar este problema», explica Ana Roa, pedagoga y fundadora de Roaeducación.

No solo es cuestión de genética

Aunque la pubertad está directamente relacionada con la genética, hay otros muchos factores que influyen y que explicarían esta mengua de la infancia: por ejemplo, la obesidad y el sobrepeso. «Cuando hay obesidad, se concentra el estradiol, una forma de estrógeno que puede contribuir al desarrollo de las mamas y la pubertad precoz», explica Roa. La calidad de la alimentación repercute del mismo modo, en concreto si esta es pobre en frutas y verduras y rica en proteínas animales y alimentos ultraprocesados.

Por otra parte, el estrés que provocan las dificultades socioeconómicas, el aislamiento social por consumo desmedido de pantallas o el sedentarismo pueden convertirse en otros elementos que aceleran la pubertad. Esta «es el momento en el que los niños y niñas cambian no solo en la constitución física, con el popular estirón, también hormonal y sexualmente: vello en axilas y pubis, aparición de olor corporal, menstruación en ellas y mudanza en la voz de ellos…», indica Carlos Macías, especialista en medicina de la adolescencia.

A los niños hay que tratarlos por la edad que tienen, no por la que aparentan

¿Qué explica estos síntomas? El hipotálamo genera la hormona gonadotropina, que a su vez segrega otras dos: la hormona luteinizante y la fólico-estimulante. Este proceso hormonal es responsable de la producción de estrógenos en las niñas, preparando su cuerpo para un posible embarazo, y de la fabricación de esperma y testosterona en los niños.

No obstante, hay expertos que niegan que esto esté sucediendo. «No me atrevería a decir que es una evidencia científica que la infancia sea cada vez más corta, y menos que hay que combatir este fenómeno, en el caso de que así fuera. Hay un cambio en el estilo de vida de la infancia, pero también en el resto de tramos de edad. La infancia no es algo estático. Hace 60 años, a los niños se los vestía como adultos, y no jugaban, trabajaban desde pequeños. No creo que la infancia esté durando menos, sino que acaso la percepción adulta es la que ha cambiado la visión de la infancia. Lo que es necesario es trabajar la sexualidad de los cuerpos infantiles y fomentar la capacidad de decisión de los más pequeños, darles voz», sostiene Begoña Leyra, antropóloga y experta en infancia de la Universidad Complutense.

Las consecuencias del fenómeno

Es fácil comprobarlo: los niños ya no sienten el placer de jugar creando sus propias reglas de juego, apenas comparten tiempo con otros niños, su aburrimiento no sirve de bujía para la imaginación, sino que causa irritación, cuando no cólera, se visten como adultos y solo quieren estar a solas con su móvil. Lo llaman tweenies o tweenagers (teenager, de adolescente, y wee, de pequeño).

Y la ley parece recoger esta realidad: el Congreso debate rebajar la edad de voto a los 16 años, la reforma de la Ley del Aborto permite a las menores interrumpir el embarazo por su cuenta y, tal y como señala la Encuesta Escolar sobre Alcohol y Drogas en España, el inicio de consumo de alcohol se sitúa en los 13,7 años.

¿Qué responsabilidad tienen los padres en este proceso? «Mucha, porque sin querer ellos mismos fomentan acabar con la infancia cuanto antes: apenas dedican tiempo a jugar con sus hijos, tampoco tienen tiempo para quedar con otros padres y facilitar la socialización de los pequeños, los cargan de responsabilidades que no les corresponden (como comer solos), al tiempo que los convierten en adolescentes inútiles, porque no son capaces de ponerles límites, resuelven todos sus problemas y les condenan cada vez más temprano a la pantalla», afirma el psicólogo experto en adolescencia Carlos Cuesta. Según el Instituto Nacional de Estadística, el 25% de los niños españoles a los 10 años tiene móvil; con 14 años, la cifra llega a nueve de cada diez.

El estrés que provocan las dificultades socioeconómicas, el aislamiento por consumo desmedido de pantallas o el sedentarismo pueden acelerar la pubertad precoz

Que se reduzca el tiempo de la infancia puede tener serias consecuencias. Es en esta etapa cuando se desarrollan nuestras bases afectivas, de aprendizaje y de conducta. Cómo salgamos de ella nos prepara para encarar la vida.

«Si la infancia es muy corta, podría tener secuelas en la salud mental de los niños, generando estrés, ansiedad o angustia, causando incluso depresión, además de dificultades para desarrollar habilidades sociales y emocionales adecuadas a su edad, alteraciones del sueño o trastornos de la conducta alimentaria. Nos encontramos ante un cambio del cuerpo cuando la mente no está preparada aún para asimilar lo que se está viviendo», explica Roa.

Los problemas derivados de una infancia abreviada se manifiestan, sobre todo, en los colegios. «No respetan autoridad alguna, crece el acoso, porque al no haber jugado con otros niños no son capaces de ponerse en el lugar del otro, las nuevas tecnologías causan un déficit emocional y social, la impaciencia les domina y no soportan un no», apunta Macías.

¿Cómo han de enfrentar los adultos esta situación? «Con independencia del momento en que comience la pubertad, es crucial normalizar la experiencia desde el ámbito familiar porque, aunque el cuerpo de un niño responda a un físico propio de 12, 13 o 14 años, si tiene 8 o 9 años hay que tratarlo como la edad que tiene, sobre todo en lo relacionado con el trato afectivo, lúdico, alimenticio y cuidar mucho sus hábitos de sueño», concluye Roa. «Se trata de recordar, una vez convertidos en adultos, que una vez fuimos niños. Si sigue acortándose la infancia, esto será muy difícil», apunta Cuesta.

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