Internacional
Guerra nuclear: cada vez menos ciencia-ficción
La amenaza de una guerra nuclear vuelve a generar temor con la radicalización verbal de Estados Unidos y Corea del Norte.
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«¿Cuál es el único motivo que puede provocar el uso de armas nucleares? Las armas nucleares. ¿Cuál es el principal objetivo al que apuntan las armas nucleares? Las armas nucleares. ¿Cuál es la única defensa posible frente a las armas nucleares? Las armas nucleares. ¿Cómo podemos prevenir el uso de armas nucleares? Con la amenaza del uso de armas nucleares. La función del arma nuclear reproducida por miles es la intransigencia. Y el motivo por el que no podemos deshacernos de nuestras armas nucleares, es la existencia de armas nucleares».
Estas son algunas de las preguntas que se hace y responde el escritor Martin Amis en su recopilación de relatos Einstein´s monsters, a las que añade una reflexión: «Las armas nucleares pueden acabar con la humanidad docenas de veces en docenas de formas distintas. Y ante la muerte, igual que las arañas, nos quedaremos paralizados».
El autor británico, novelista, ensayista y opinante habitual en prensa , tan receloso siempre de las capacidades del ser humano, publicó esta obra en 1987, justo en el ocaso de la Guerra Fría, cuando la amenaza de esa autodestrucción masiva con la que siempre había teorizado (en su tono cáustico habitual) parecía quedar atrás con el fin de la Unión Soviética y, con ella, el enquistamiento frontal de los bloques oriental y occidental.
Aquellos relatos fueron algo tardíos, pero también la conclusión de un género artístico: el de la amenaza nuclear, que en décadas anteriores había pegado con fuerza al compás de un temor generalizado en todo el mundo. Ya en 1960, con la novela Cántico por Leibowitz, Walter Miller se asomaba a una sociedad postapocalíptica fruto de sus propios miedos. Los libros surgidos de esta temática, anteriores y posteriores, se cuentan por centenas, igual que obras de otras disciplinas artísticas, como el cine o incluso la pintura: aún hoy impactan en la retina los paisajes arrasados por una bomba atómica de Eugene Von Bruenchenhein o la icónica serigrafía de un hongo nuclear de Andy Warhol. Incluso muchos de los superhéroes de la todopoderosa editorial de cómics Marvel partían de esa premisa.
El cine fue especialmente fértil entre las décadas de los 60 y los 80 a la hora de retratar una amenaza nuclear: Teléfono rojo, volamos a Moscú (Stanley Kubrick 1964), El síndrome de China (James Bridges 1979) o El día después (Nicholas Meyer, 1983) son solo algunos ejemplos de la ingente cantidad de películas que durante esos años poblaron las salas de todo el mundo apelando a un miedo habitual. Incluso en nuestro país, tan ajeno a los vaivenes geopolíticos en aquella época, tuvo algún reflejo, como en La hora incógnita (1963), en la que Mariano Ozores se atrevía con una inquietante premisa: la vida cotidiana de una serie de personas advertidas de que una bomba atómica caerá en su ciudad por un error de cálculo, pero prefieren quedarse hasta el final.
En el mundo existen ahora más de 15.000 bombas atómicas
Aquella ingente producción artística sufrió un parón a partir de la década de los noventa, hasta hoy. James Cameron, con motivo del 26º aniversario de Terminator 2, decía sobre la temática de fondo de su película (la destrucción del planeta por una guerra nuclear provocada por la inteligencia artificial): «Hoy, el planteamiento del filme es menos descabellado. Vivimos en un mundo de vigilancia constante, con iPhones que pueden ser aprovechados por agencias de inteligencia, drones no tripulados en el cielo y discusiones a altos niveles sobre la ética de las plataformas robóticas de combate que tienen la capacidad autónoma de matar».
No hay que irse a la inteligencia artificial. La inteligencia natural (o más bien la falta de ella) de quienes dirigen el escenario geopolítico actual está subiendo la temperatura con declaraciones cuyo nivel de provocación ni siquiera se vio durante la Guerra Fría: así es el intercambio de exabruptos que mantienen Donald Trump y el «amado líder» de Corea del Norte, Kim Jong-un; esta misma semana, lo dos han pugnado por ver «quién tiene el botón rojo más grande en su mesa de escritorio».
¿Tenemos motivos para considerar la amenaza de una guerra nuclear (y por tanto la potencial destrucción del planeta) como algo desfasado, ni siquiera una temática de expresión artística? Las desafiantes pruebas de misiles de largo alcance en Corea del Norte, y una Rusia cada vez más aislada de Occidente y frontalizada con Europa y Estados Unidos desde la crisis de Ucrania, han puesto en alerta a muchos expertos y analistas: lejos de desarmarse, el mundo sigue fabricando bombas atómicas. Solo hace falta un motivo para detonar una de ellas y desencadenar el efecto dominó.
Rafael Grasa, doctor en Filosofía y profesor titular de Relaciones Internacionales de la Universitat Autònoma de Barcelona, opina que los alarmismos son todavía prematuros: «Corea del Norte tiene en torno a 10 armas nucleares, pero no cómo lanzarlas. Nadie cree que tenga capacidad para mandar un misil a miles de kilómetros de distancia. Este país siempre ha hecho mucho ruido con la amenaza nuclear para presionar en las negociaciones, incluso para pedir ayuda alimentaria. Es verdad que la deriva del régimen ha provocado que hoy en día nadie tenga un rango de influencia importante en Corea del Norte. No hablo de Estados Unidos, sino de China. Eso genera incertidumbre, pero su arsenal nuclear. Pero a quien más puede amenazar por alcance, ahora mismo es a Corea del Sur».
Para este experto, la amenaza sigue estando ahí, pero mucho más controlada que en los años sesenta. «Estamos mejor que nunca en este aspecto, la problemática fundamental en la Guerra Fría era el riesgo voluntario e involuntario de un enfrentamiento. La línea caliente entre los presidentes de Estados Unidos y la Unión Soviética, o aquella iniciativa defensiva de Ronald Reagan que se llamó la Guerra de las Galaxias nos acercaron a esa situación, pero hoy no queda nada de aquello y, objetivamente, no hay un riesgo real de guerra nuclear entre Estados Unidos y Rusia».
Tampoco ve Grasa riesgo en otras potencias nucleares, ni siquiera las que están fuera del Tratado de No Proliferación que suscriben países como Estados Unidos, Rusia, Francia o Alemania. «India y Pakistán están controlados, es un problema muy local y sus relaciones han mejorado mucho en los últimos años». Y añade: «Ahora se plantea el problema la desnuclearización de Oriente Medio. Ya quedó demostrado en la guerra de Irak que no tenían armas de destrucción masiva. En Irán ya está garantizado que en los próximos años no existirá esa posibilidad, y de momento su camino es el de dejar de ser un estado paria y entrar definitivamente en la comunidad internacional. El único país que realmente tiene armamento nuclear en esa zona y está fuera del Tratado de No Proliferación es Israel. Y no parece que vaya a usarlo, por el momento».
La temática de la Destrucción Mutua Asegurada (MAD, en inglés, curiosamente, loco en ese idioma), un término definido por la doctrina militar como «estrategia que prevé que si un país con capacidad nuclear ataca a otro país con armas nucleares, el resultado final sería la aniquilación para ambas naciones, por lo que este panorama evita la utilización de este tipo de armas» (igual que lo que decía Martin Amis, pero sin ápice de ironía), ha dejado de ser caldo de cultivo de artistas.
«No creo que ya no exista una amenaza real, pero en el caso de las películas, el cine social tiene poca salida y, para la industria comercial, ahora están en alza otros temores más espectaculares como la superpoblación, el terrorismo, los desastres naturales, la dominación de la raza humana por las máquinas y la tecnología o las pandemias», dice José María Folgar, profesor de Historia del Cine en la Universidad de Santiago de Compostela.
El género apocalíptico varía su punto de partida, pero mantiene el leitmotiv: un enemigo absoluto. «Ya sea un virus, una ola gigante o un tirano que tiene un plan maestro para dominar el mundo o destruirlo. El temor es lo que mueve estas películas», opina Folgar, y considera que esto es una lacra que viene de lejos. «Algunas trataron la Guerra Fría desde la autocrítica, sin duda, como 1,2,3, de Billy Wilder, o las películas de Kubrick, aunque por ello muchos directores sufrieron la persecución del senador McCarthy en los años 50». Aquello se conoció como la ‘caza de brujas’, que marchamó a cineastas contrarios a las políticas de Estados Unidos con la etiqueta filocomunista obligándoles, en muchos casos, a dejar su profesión o a exiliarse.
«El cine tiene que ser independiente del poder, no de la sociedad», reclama Folgar, «y muchas de aquellas películas americanas que planteaban un desastre nuclear venían de productoras que no hacían otra cosa que seguir los dictados del gobierno de turno, generando temor entre la población ante el bloque oriental durante la Guerra Fría».
Hoy, la amenaza no viene de un posible enfrentamiento entre Estados Unidos y Rusia, y las tramas basadas en una guerra nuclear brillan por su ausencia. «Uno de los grandes motivos es que, desde que no existe la Unión Soviética, ha desaparecido el llamado enemigo comunista, y ha cesado la maquinaria propagandística del gobierno norteamericano en este sentido», dice Folgar.
La amenaza de una guerra nuclear vuelve a generar temor con la radicalización verbal de Estados Unidos y Corea del Norte
En su libro La doctrina del shock, Naomi Klein explica que muchos miedos colectivos son creados por el poder para justificar ciertas acciones polémicas, y que si no existieran estas amenazas la sociedad se pondría en su contra. El sociólogo Santiago Pardilla cree que «la alarma social hacia la guerra nuclear solo existe si los medios de comunicación le dan protagonismo. Así, durante la Guerra Fría este miedo existía por la continua comunicación en radio y prensa. Si haces una encuesta y preguntas por la guerra nuclear después de una serie de noticias relacionadas con ello, el temor será alto. Sin embargo, después de unos meses sin noticias de este tipo, preguntando a las mismos encuestados, dicho temor desciende significativamente. El bombardeo de películas sobre esta temática ayudaba también a crear esa alarma».
Una encuesta realizada en Rusia hace un dos años y medio por la Fundación para la Opinión Pública (FOM) concluyó que la mayoría de la población temía una guerra nuclear con Estados Unidos. Acababan de vivir el conflicto territorial de Ucrania, en el que el país americano era un rival directo.
En el mundo existen ahora mismo unas 15.000 bombas atómicas. Un claro excedente incluso para un escenario distópico como el de la Destrucción Mutua Asegurada. José María Folgar lo tiene claro: «Mientras existan estas armas, una disciplina artística masiva y social como el cine debería retomar esta problemática, sin posicionarse, sino desde la crítica del mero hecho que existan. Porque siguen ahí. En esto, nos está fallando».
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