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Antonella Marty

«La religión nunca dejó la política, solo cambió de forma»

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18
agosto
2025

La politóloga Antonella Marty (Rosario, Argentina, 1992) estaba acostumbraba a hablar desde el liberalismo con gran fervor hasta que el populismo de Javier Milei irrumpió en la escena de su país y se apropió de su significado. Lejos de arrinconarse, Marty viró su cruzada para alertar de los peligros que suponen las nuevas derechas que se autodenominan «liberales» pues esconden el germen del totalitarismo religioso y la vuelta a un tiempo en el que religión y Estado van de la mano. Así lo explica en ‘La nueva derecha’ (Deusto, 2025) donde disecciona los nexos entre Donald Trump, Javier Milei, Santiago Abascal, Viktor Orban y otros líderes de ultraderecha y cómo actúan guiados por una suerte de mandato divino.


Su trayectoria ha evolucionado desde posiciones neoliberales a identificarse con los movimientos woke. ¿Cómo ha sido este proceso?

Mi autoidentificación como woke es, en parte, para provocar a quienes les molesta. Siempre he planteado que el liberalismo progresista original nace rompiendo la relación entre la religión y el poder. Ese liberalismo es woke. Se trata de mirar la oscuridad, el pasado y alertar sobre las injusticias que todavía existen, dando sentido a la libertad frente al mundo místico y dogmático de la Edad Media que esta nueva derecha quiere volver a imponer. Hoy, esto simplemente toma diferentes nombres.

El libro comienza con una cita sobre Auschwitz. ¿Cree que la situación actual es similar a la Europa de los años 30 del siglo XX?

Creo que compartimos los tonos, las narrativas y la deshumanización del otro con los años 20 y 30 del siglo pasado, así como ciertos tipos de liderazgo. La cita de Auschwitz es una alerta importante. Nunca estamos vacunados contra el surgimiento de modelos que pueden destruirnos. Se están destruyendo los cordones sanitarios, los consensos democráticos y la noción de los derechos humanos. Personajes y militantes actuales atacan abiertamente conquistas históricas, como la superación de las dictaduras en España y América Latina. La pregunta es: ¿por qué se normalizan de nuevo los discursos de odio? Aunque el nazismo perdió en la Segunda Guerra Mundial, el pensamiento y la ideología nazi siguen existiendo y hoy están mucho más naturalizados, permitiendo que el racismo, la xenofobia y el machismo se expongan con comodidad. La cita alerta sobre el proceso de elaboración de una narrativa que, a través de la deshumanización, puede llevar a una sociedad a terminar muy mal. El nazismo no empezó con los campos de concentración, sino con un discurso que normalizó la destrucción del otro, legitimado desde el poder, viendo al prójimo como «parásitos mentales» o «virus» a erradicar.

«Nunca estamos vacunados contra el surgimiento de modelos que pueden destruirnos»

Las nuevas derechas parecen querer acabar con la separación Iglesia-Estado, una conquista clave de la Ilustración y el liberalismo. ¿Son estas nuevas derechas un movimiento político o religioso?

Es un movimiento político-religioso. La columna vertebral de este movimiento es la religión y la necesidad de imponer una «Edad Media» (el ministro de Culto de Javier Milei sostuvo el año pasado en una conferencia de Vox que había que regresar a los «valores de 1492»). Viven buscando un retorno a un pasado nostálgico, a esos años 50 del siglo pasado donde los privilegios eran de ellos. Ante el avance de sociedades más abiertas y libres, aparece la fuerza del dogma, el miedo y el oscurantismo: esto se repite en la historia. Estas nuevas derechas están claramente atravesadas por la religión y pretenden usar la Biblia como su guía de política pública. Por ejemplo, Javier Milei ha llegado a justificar la economía desde la Biblia. Ellos perciben una «decadencia de Occidente», refiriéndose a los valores tradicionales de la Edad Media o los años 50, no al progreso o a mayores derechos. Todo lo que no es cristiano para ellos es marxista, comunista o woke (incluyendo los derechos humanos y la libertad). Crean este «fantasma» para avanzar. Gran parte de esto se potencia en Estados Unidos, donde desde hace un siglo existe el nacionalismo cristiano, una ideología político-religiosa que fusiona identidad nacional y cristianismo. Promueve que EE.UU. se rija por valores cristianos y sea dirigido por cristianos en todos los ámbitos, viendo su destino ligado a una misión divina. Intentan instaurar un modelo teocrático.

A pesar de que tienen un estilo similar, los discursos de las nuevas derechas a menudo son contradictorios. ¿Existen valores comunes que las definan?

Sí, comparten un estilo común y forman parte de una tendencia global (incluso reunidos en foros como el Foro de Madrid o la CPAC en Estados Unidos). En el fondo, también comparten gran parte de la narrativa, aunque algunos la presenten de distintas maneras. Están atravesados por una visión religiosa, especialmente en lo que respecta a la mujer, a quien quieren devolver a un rol de los años 50, como madre o esposa: siempre como objeto y nunca como sujeto. Este modelo político-religioso se presenta como la cúspide de una «masculinidad fuerte» –aunque frágil– y es abrazada por movimientos como los incels (varones que culpan a las mujeres por no poder establecer vínculos afectivos), que adoptan actitudes misóginas y están obsesionados con atacar a la mujer, como cada vez que ha avanzado el feminismo. Liderazgos como el de Javier Milei («el león») ejemplifican este intento de personificación de «machos alfa». Detrás de estos personajes hay inseguridad, ira, soledad y carencia afectiva.

«Ante el avance de sociedades más abiertas y libres, aparece la fuerza del dogma, el miedo y el oscurantismo»

Nicolás Maduro y Rafael Correa son líderes de la izquierda bolivariana, pero defienden valores tradicionales y tienen poco respeto por el colectivo LGTBI. ¿Son progresistas o conservadores?

Es interesante, porque Venezuela termina siendo la «meca de la batalla cultural» para figuras como Milei, Trump y Bolsonaro. Estos líderes solo saben vincularse desde el odio y la violencia. En Venezuela, no hay derecho al aborto ni matrimonio igualitario. Maduro ha dicho que el rol de la mujer es procrear y dedicarse a ser madre. Tarek El Aissami, una cabeza del régimen, llama a las personas trans una «aberración humana». En ese sentido, sus discursos son idénticos a los de la nueva derecha.

Un nexo común entre la izquierda bolivariana y estas nuevas derechas son sus lazos con Vladimir Putin.

Sí, Putin encarna la visión de un «alfa» que ellos admiran, y su figura está atravesada por valores religiosos. Es paradójico porque hablan de «Dios, patria, familia», pero ninguno de ellos aplica esos valores en su vida personal; muchos no tienen familia o se han casado múltiples veces. Esto es parte de la negación y represión que ejercen sobre sí mismos.

Hablando del culto al líder, ¿qué destaca sobre las personalidades de estos líderes de la nueva derecha?

Son personas rotas y narcisistas, que buscan admiración y atención. Perciben a quienes no los apoyan como resentidos o envidiosos, y ven a los demás como enemigos a destruir. Son soberbios, menosprecian a quienes consideran inferiores, dividiendo entre «ciudadanos de bien» y «de mal». Carecen de empatía y de habilidad para manejar sus propias emociones y las ajenas. Se esconden en la vergüenza y el miedo, y les falta amor. No muestran compasión, nunca piden disculpas ni asumen errores. Se rodean de aduladores y desechan a las personas cuando ya no les sirven. Fantasean con cualidades únicas y místicas y reaccionan agresivamente a las críticas, como niños caprichosos. Muchos de ellos creen que son enviados divinos. Javier Milei dice que Dios se comunicó con él y le dio el mandato de combatir la «fuerza del maligno», sintiéndose un Mesías. Donald Trump cree que Dios lo salvó para «hacer a Estados Unidos grande otra vez». Esto plantea la pregunta de qué Estados Unidos quieren restaurar: ¿el de las leyes de Jim Crow o la segregación, con el lema «America First»?

«El odio, aunque se disfrace de versículos, sigue siendo odio»

Una característica de la nueva derecha es la anulación del pensamiento crítico a través de la confusión y las mentiras. ¿Cómo se puede razonar y argumentar contra quienes adoptan este credo?

Este es un gran debate y un ciclo recurrente en la historia. Cada vez que las sociedades avanzan y la moral progresa hacia una sociedad más abierta, aparece una fuerza que se resiste, que se aferra a estructuras de poder que justifican la misoginia, el racismo y la xenofobia. Siempre construyen enemigos: el migrante que «destruye la pureza de la nación», la mujer, los estudios de género… Para contrarrestar esto es fundamental romper con la mentalidad arcaica, tribal y mística que aún existe en la sociedad, fuertemente atravesada por la moral religiosa. Los votantes, especialmente los jóvenes, deben aprender a procesar las emociones de forma consciente para romper con la masculinidad tóxica. Es clave fomentar la educación socioemocional: aprender a identificar, nombrar y liberar las emociones de forma saludable (hablando, escribiendo, en terapia), sin desquitarse con la sociedad. Debemos acompañar y defender públicamente a las personas que sufren maltrato, bullying y acoso por parte de la política institucionalizada. Es un deber ético, no solo empatía. Y yo abogo por reivindicar el ateísmo. Históricamente, las religiones han sido tratadas con guantes de seda, a pesar de usar la política y el Estado para destruir enemigos creados a través de sus textos. Cada uno puede creer en lo que quiera, pero en un mundo tan rico en conocimiento, es difícil no abrazar la duda y reconocer que muchas preguntas aún no tienen respuesta. La meta de muchos movimientos es imponer orden, disciplina y obediencia. Separar la religión de la política es hoy el gran desafío. A lo largo de la historia, la mayoría de las atrocidades se hicieron en nombre de Dios por personas convencidas de cumplir su voluntad. Hoy se sigue matando por textos antiguos de autoría incierta. El odio, aunque se disfrace de versículos, sigue siendo odio. Estos líderes buscan destruir al prójimo, justificando la perversidad como las «cárceles de los cocodrilos» que inauguró Trump en Florida. La religión nunca dejó la política; solo cambió de forma. Quien controla la fe, controla el poder. Mientras existan estos «dioses», habrá «falsos profetas» que cosechen votos y llenen sus bolsillos, usando narrativas teocráticas para imponer un pasado ideal que solo fue ideal para los que dominaban.

«Quien controla la fe, controla el poder»

En el siglo XX, la ultraderecha usaba la violencia física, pero ahora se caracteriza por la violencia verbal en redes sociales. ¿Es esto una antesala de la violencia física o la sociedad ha madurado?

Hoy, las nuevas hogueras están en las redes sociales. Se usan para fustigar a quienes no abrazan ciertas ideas, como antes se usaban las plazas públicas para dar latigazos o se quemaban mujeres en la hoguera. Hay una parte de la historia, como la destrucción que el cristianismo hizo de la época clásica (persecución de filósofos, quema de libros, Inquisición) que a menudo no se cuenta. Es importante conocerla para entender a quienes hoy dicen que las «raíces de nuestra civilización son cristianas», cuando el cristianismo eliminó otras raíces alternativas. Los avances de los años 60 y 70 fueron logrados por quienes fueron sometidos por una estructura de poder del «hombre blanco cristiano heterosexual», donde todo enemigo era oprimido o eliminado. Hoy, los violentos se presentan como «profetas de la religión del amor al prójimo». Los «falsos liberales» predican el respeto al proyecto de vida del prójimo, pero solo si el prójimo encaja en su ideal; de lo contrario, debe ser destruido o humillado. Estos líderes inauguran un «nuevo mandamiento: tira piedras y ofende al prójimo». Su idea es maltratar y golpear a través de las redes sociales. El discurso de odio es muy peligroso, porque del discurso de odio al crimen de odio hay un paso muy corto, y se está normalizando desde el poder. Un ejemplo es la normalización de la persecución de inmigrantes por parte del ICE en EE.UU. Los representantes de la nueva derecha defienden un supuesto «derecho a ofender», que disfrazan tramposamente de libertad de expresión. Se victimizan cuando no se les permite ser racistas o misóginos, y se enorgullecen de la crueldad. No entienden que las palabras tienen consecuencias y las acciones implican responsabilidad. Reducir el respeto a los derechos al plano físico habilita agresiones no corporales, pero graves, que abren la puerta a consecuencias mayores, especialmente cuando la venganza se vuelve colectiva. Su «derecho a ofender» es, en realidad, la «libertad de odiar y de destruir al otro». Nos llaman «intolerantes» por no permitir que nos discriminen. Si quieren hablar de liberalismo, deberían leer más a Karl Popper y su paradoja de la tolerancia y menos a Jordan Peterson. Su odio es la máscara de sus inseguridades. Hoy crece la victimización entre grupos que históricamente ocuparon posiciones de poder. Se quejan de que el humor ahora tiene límites (no se pueden hacer chistes racistas o xenófobos), como antes se quejaban de no poder dar latigazos o quemar a personas en la hoguera.

«Del discurso de odio al crimen de odio hay un paso muy corto, y se está normalizando desde el poder»

Usted habla de la cultura de la cancelación como una herramienta democrática para defenderse de las ofensas. ¿Puede extralimitarse en su aplicación?

Cancelar ha existido a lo largo de la historia y puede usarse para aumentar o eliminar libertades. La religión, por ejemplo, funcionó históricamente como un mecanismo de cancelación. Luego, una parte de la Ilustración «canceló» para buscar mayores derechos. Es crucial no confundir cancelación con censura. Solo el Estado tiene el poder de censurar. Uno cancela todo el tiempo en la vida personal, por ejemplo, no invitando a casa a quien no le agrada. Es paradójico que estos modelos, que tanto invocan a Jesús, sean los que más odios destilan. Hoy, a Jesús, Milei probablemente le diría «zurdo de mierda» y no lo dejarían entrar a EE.UU. por ser «súper woke» o propalestino: sería completamente cancelado. Esta instrumentalización de su Dios debería incomodar a los creyentes. Vivimos en sociedades donde muchos creen que el odio debe permitirse sin restricciones, pero no el amor. El odio se ha vuelto aceptable y naturalizado.

El ascenso de estas nuevas derechas está muy ligado al avance de las iglesias evangélicas, especialmente en EE.UU. y América Latina. ¿Cómo se relaciona esto?

Gran parte de este movimiento actual toma fuerza desde el siglo pasado en Estados Unidos. El cristianismo está profundamente impregnado en la política estadounidense (discursos presidenciales, fallos judiciales, símbolos, juramentos). Este fenómeno surge en los años 50 con el avance de telepredicadores evangélicos y luego con think tanks conservadores como la Heritage Foundation, claves en el ascenso del conservadurismo estadounidense. En España, esta fuerza se ve también con el Opus Dei.

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