La personalidad en la crianza
¿Cuánto influyen los padres en la personalidad?
La teoría del apego asegura que el vínculo que un bebé establece con su cuidador principal servirá de modelo para todas sus relaciones posteriores. Pero a pesar de su popularidad, esta teoría no cuenta con tanto respaldo científico como creemos.
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¿Eres frío? Quizá es porque tu padre de pequeño no te dejaba dormir en su cama. ¿Ansiosa? Tal vez tu madre te gritaba cada mañana para no llegar tarde al cole. ¿Tienes dependencia emocional? Igual es porque cuando llorabas, la reacción de tus progenitores era impredecible… Solo hay que acudir a las redes sociales para encontrar multitud de contenidos en los que se otorga a cualquier rasgo de personalidad una causa originada en la crianza. Y la idea de que la psicología le echa la «culpa» de todo a los padres es un lugar común que se repite en libros, películas, chistes o conversaciones entre amigos. Como hijos, puede ser tentador que la responsabilidad de nuestro carácter recaiga en otras personas; como progenitores, resulta aterrador. No es de extrañar que en los últimos años se haya disparado la presencia de gurús de la crianza que nos enseñan cómo hacerlo todo bien para crear futuros adultos estables y felices.
Pero ¿avala la ciencia este pensamiento? A priori el sentido común nos dice que así debería de ser. Si miramos a nuestro alrededor, es muy posible que tengamos la sensación de que la gente más inestable procede de hogares conflictivos, mientras que las personas cariñosas vengan de familias donde las muestras de amor son habituales. Y más allá de la herencia biológica, esto podría explicarse porque el ambiente familiar es el primer entorno susceptible de influir en nosotros.
Además todos hemos oído hablar de teorías como la del apego, que asegura que los vínculos emocionales que establece un bebé con su cuidador principal durante el primer año de vida serán el modelo para las relaciones que establecerá posteriormente y en su vida adulta. Esta teoría fue desarrollada por el psicoanalista John Bowly, quien, en los años 50, sugirió que la seguridad de la relación de un bebé con su adulto de referencia (normalmente su madre) dependía de la sensibilidad con la que era atendido cuando estaba molesto. En función de esto, se establecería entre ambos un tipo de apego que influiría en los patrones comportamentales de la persona de forma relativamente estable a lo largo de su vida. Además, el cuidado atento de una madre durante ese primer año de vida resultaba esencial para el desarrollo psicológico normal de un individuo.
Esta teoría fue complementada posteriormente por la psicóloga Mary Ainsworth, quien describió cuatro tipos de apego: seguro, ansioso, evitativo y desorganizado. Para comprobar cuál tenía un determinado bebé, inventó el procedimiento llamado «situación extraña»: la madre acudía con su hijo a una habitación de laboratorio y después se marchaba dejándolo con un extraño. Según cómo reaccionase, se podría determinar el tipo de apego que le unía a su madre.
Aunque estas teorías se han vuelto parte de la cultura popular, lo cierto es que no cuentan con demasiado aval científico y las críticas fueron habituales desde el principio. Como explica el psiquiatra Michael Fitzgerald en su artículo «Críticas a la teoría del apego», ya en 1952 la doctora Hilda Lewis, tras estudiar el caso de 500 niños de un centro de acogida, no pudo demostrar una conexión entre la separación de un niño de su madre y un patrón particular de comportamiento del niño. Posteriormente, se han sucedido los estudios que demuestran que el comportamiento y los vínculos emocionales que una persona construye varían en función del contexto: ya sea en la familia, con los amigos, en el trabajo o en el amor, lo que contradice la idea de que la forma de vincularnos a nuestra madre será el molde de toda relación futura.
Un crítico acérrimo de la idea de que los padres marcan inevitablemente el futuro de los hijos es el psicólogo y divulgador Ramón Nogueras, quien en el artículo de su newsletter «Sobre la teoría del apego» recoge diversas críticas a dicha teoría. Cita por ejemplo a Jerome Kagan quien, en su libro The Human Spark, explica que la respuesta de los bebés a la «situación extraña» se explica mejor por variables temperamentales del niño que por la relación con su madre. También se hace eco de cómo Alan Sroufe, inicialmente defensor de la teoría del apego, tras recoger evidencias durante 30 años acabó reconociendo que el comportamiento de los padres en el primer año de vida no tiene influencia en el futuro, y lo que cuenta es el temperamento del niño.
Hace referencia igualmente a Eleanor Maccoby, una psicóloga que en los años 50 inició un estudio tratando de encontrar una relación entre la conducta de los padres y la personalidad de los niños y finalmente concluyó que «en un estudio sobre 400 familias se encontraron muy pocas relaciones entre los métodos de crianza de los padres (detallados por estos en las entrevistas) y las valoraciones independientes de las personalidades características de los niños. Tan pocas, en efecto, que apenas se publicó nada relativo a esos dos conjuntos de datos».
Entonces, si cómo te tratan tus padres no influye (tanto) en tu carácter, ¿qué lo hace? Hay un acuerdo bastante unánime en que el desarrollo de la personalidad depende de la genética, del entorno, y de la interacción entre esos dos aspectos. En el entorno, por supuesto, se encuentran los padres, pero también el resto de la familia, los cuidadores, los profesores, los compañeros y amigos y otras muchas personas con las que el niño habrá de relacionarse de forma directa e indirecta. No es que los padres no tengan ninguna influencia en la forma de ser de sus hijos, pero lo que parece probable es que haya cierta tendencia a magnificar dicha influencia.
Es seguro que crecer en una familia feliz le supondrá al niño innumerables beneficios a lo largo de su vida. Lo bueno es que hacerlo en una menos amorosa no lo condena a ser un adulto incompleto. Más allá de su popularidad, los tipos de apego, las constelaciones familiares o incluso los beneficios de la disciplina positiva no dejan de ser una historia con la que intentamos dar sentido a nuestra crianza o maternidad y paternidad. Pero, por el momento, no se trata de un hecho objetivo indiscutible.
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