Sociedad
Personas Altamente Sensibles, la ciencia tras la etiqueta
Con sus luces y sus sombras, este término se ha popularizado en los últimos años. Sin embargo, empíricamente hablando, todavía está en pañales. ¿Qué sabemos a ciencia cierta sobre la alta sensibilidad y qué nos queda por descubrir?
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«¿Es usted una Persona Altamente Sensible?». En los últimos meses, la pregunta se ha multiplicado en los medios de comunicación, redes sociales e incluso en las conversaciones de sobremesa. Este término está a la orden del día y, aunque surgió en 1996 de la mano de Elaine Aron, doctora en psicología y autora de la novela The Highly Sensitive Person: How to Thrive When the World Overwhelms You, no ha sido hasta la década actual cuando se ha popularizado. Y es que, detrás de su gancho mediático, la alta sensibilidad alberga valiosas luces, pero también vastas sombras.
La importancia del constructo radica en su incidencia: según las investigaciones de Elaine Aron, el 20% de la población es altamente sensible. Pero ¿qué pasaría si convenciésemos a todas esas personas de que tienen un problema? Cundiría el pánico e, inmediatamente después, aparecerían expertos en el arte del embauque dispuestos a curar algo que ni tiene cura, ni tiene por qué ser curado.
La alta sensibilidad no es ni un diagnóstico de quita y pon ni tampoco un trastorno psicológico, sino que se trata de un rasgo de personalidad, es decir, un patrón que guía nuestra forma de pensar, de sentir y de actuar. Por lo tanto, presenta gran estabilidad temporal –el paso del tiempo puede modular un rasgo, pero no eliminarlo de nuestra personalidad– y consistencia transituacional –el rasgo se manifiesta en la mayoría de contextos, aunque lo mostremos o inhibamos más en algunos–. Esta puntualización puede parecer irrelevante, pero tira por tierra el desconocimiento y el miedo (y a quienes se aprovechan de ambos).
La etiqueta puede dar pie al llamado ‘efecto Forer’: sentirnos identificados con descripciones tan generales que resultan aplicables a una amplia población
Dentro de la propia definición de la alta sensibilidad nos encontramos con cuatro factores clave. El primero es un procesamiento profundo, la tendencia a evaluar con minuciosidad una situación antes de pasar a la acción. Destaca también la emocionalidad o capacidad de identificar, vivenciar y/o expresar las emociones con gran intensidad. Así, las personas con alta sensibilidad parecen gozar de una elevada susceptibilidad ante las sutilezas detectando estímulos que para otros pasan inadvertidos, por ejemplo, estados anímicos en la gente que les rodea y cambios en el ambiente. Finalmente, el cuarto rasgo se relaciona con la reactividad estimular que se manifiesta en una baja tolerancia al dolor, a las propias emociones, a sonidos, olores o luces intensas y a situaciones sociales demandantes, impredecibles e incontrolables.
Aunque para Aron estas cuatro características únicamente se manifiestan en Personas Altamente Sensibles o, como coloquialmente se les refiere, PAS, lo cierto es que pueden dar pie al llamado ‘efecto Forer’. Se trata de un fenómeno psicológico que nos lleva a sentirnos identificados con descripciones tan vagas y generales que resultan aplicables a un amplio abanico de la población. Este es precisamente el principal argumento crítico hacia el concepto PAS, que se solapa con los defectos psicométricos de su test homónimo: apenas hay análisis que sustenten su validez y fiabilidad más allá de los que realizó la propia autora del mismo en la década de los noventa.
Los defensores del término argumentan que el PAS es mucho más completo que sus predecesores, pero los detractores lo consideran un constructo sin validez
Por otro lado, el test oficial de personalidad altamente sensible es una prueba autoaplicada, lo que da lugar a sesgos metodológicos, especialmente el de la complacencia social: tendemos a desviarnos hacia la dirección que consideramos socialmente deseable y, como a día de hoy la alta sensibilidad está de moda, alteramos nuestras respuestas para identificarnos con dicho rasgo de la personalidad. Estas carencias pueden solventarse si se realiza un metaanálisis más exhaustivo y, sobre todo, si el test pasa a ser heteroaplicado.
Lo que la ciencia sí ha encontrado es una relación entre la alta sensibilidad y dos teorías de la personalidad empíricamente consolidadas. En primer lugar, la de los ‘Cinco Grandes’ de Paul Costa y Robert McCrae, un modelo que divide la personalidad en cinco rasgos: extraversión, amabilidad, responsabilidad, apertura a la experiencia y neuroticismo. En segundo lugar, la teoría de Jeffrey Gray, pionera al analizar la base biológica de la ansiedad o inhibición conductual y de la impulsividad o activación conductual. Según las investigaciones de la Universidad de Waterloo, la alta sensibilidad correlaciona con una baja apertura a la experiencia, así como con unos altos niveles de neuroticismo e inhibición conductual.
El hallazgo da pie a un debate: si ya existen rasgos con evidencia empírica para describir una personalidad sensible, ¿es necesaria una nueva etiqueta? Los defensores del término argumentan que este es mucho más completo que sus predecesores, pero los detractores consideran que es inútil perder tiempo en un constructo sin validez. Lo que resulta innegable es que el modelo de los ‘Cinco Grande’s’ tardó en consolidarse medio siglo, pues surgió en 1936, pero Costa y McCrae no lo publicaron definitivamente hasta 1985. Lo mismo ocurrió con la teoría de Grey: fue presentada en la década de los 70, pero su propio autor la amplio progresivamente.
Nuestro escepticismo con la personalidad altamente sensibilidad es lógico, pero cae en saco roto si no lo utilizamos para demostrar fehacientemente la inutilidad del constructo o para convertirlo en una entidad independiente y sólida. En el proceso, es importante respetar a las personas que encuentran respuestas en la moda PAS, pues, más allá de su evidencia científica, puede ser una llave hacia el autodescubrimiento y la conciencia emocional.
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