Victor Küppers

«La felicidad auténtica viene de una mente bondadosa»

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Victor Küppers, entusiasta, rápido, vital, recorre el mundo explicando cómo vivir una vida plena, a la que dotar de sentido. Meditar y practicar la bondad son dos de los pilares que, explica, son indispensables para ello, junto con unos buenos hábitos que, a su juicio, «son los que nos hacen ser mejor persona». No hay excusa, cada uno de nosotros puede mejorar perseverando para alcanzar «la mejor versión de sí mismo».


¿Cómo conjugar una actitud luminosa, abierta y con voluntad de encarar las vicisitudes vitales, con los límites intrínsecos al ser humano, con nuestra propia fragilidad?

Antes de nada, te diré que no soy un experto, que leo mucho a los expertos y, a partir de sus enseñanzas, respondo. A lo que me preguntas, creo que la clave está en no exigirnos más de lo que podemos hacer, siendo conscientes de nuestros límites y separando los problemas en dos categorías, esto nos ayudaría mucho. De acuerdo, es imposible no tener problemas, pero hay problemas-drama, problemas de verdad, todos los hemos vivido (un fallecimiento, no encontrar trabajo, un divorcio conflictivo, una enfermedad…). Cuando una persona tiene un drama, hay que ayudarla porque es difícil tener ánimo y alegría. Cuando no hay drama, lo que hay son circunstancias que resolver, y ante las que el derecho a perder la alegría es más dudoso. Sin embargo, vivimos en una sociedad en la que parece que todo son dramas: que el ordenador se haya estropeado, que haya tráfico, que alguien te haya hablado mal, que el tren tenga retrasos… Si no se trata de un drama, trata de sonreír y sigue adelante.

Hoy en día existe cierto clima de angustia en la sociedad: guerras, auge de totalitarismos, emergencia climática, el desafío de la inteligencia artificial… En este contexto, ¿cómo preservar el sosiego interno? ¿Cómo enfrentarnos a la indignación de ciertos hechos que suceden ante los que no podemos hacer nada?

«No hay nada peor que decir “yo soy así ”; qué va, todos podemos aprender»

Aceptando que no todo está en nuestras manos. Todos queremos un mundo diferente, mejor, pero lo único que podemos controlar es la parcela que nos ha tocado, aquel espacio en el que influimos, y esa es nuestra responsabilidad; hay que hacer de nuestro entorno un espacio lo mejor posible para las personas con las que interactuamos, y eso tiene que ver con tu forma de ser y tu forma de hacer. Ahí se hace patente la importancia de la bondad, la compasión, el altruismo, la amabilidad, la generosidad… La madre Teresa de Calcuta decía que, si cada uno limpiase su trozo de acera, la calle entera estaría limpia. Tienes razón, uno sigue las noticias de lo que está ocurriendo en Gaza o en Ucrania y resulta descorazonador, no está en nuestras manos resolver esos conflictos, resultan frustrantes, pero eso no puede impedirnos seguir adelante. Y a veces lo único que hacemos con esa frustración que generan los grandes problemas internacionales es desatender las cosas que sí están en nuestro pequeño mundo. Hay que preocuparse y ocuparse del pequeño espacio que nos ha tocado a cada uno.

¿Cómo puede ayudarnos el pensamiento positivo ante este desafío?

El pensamiento positivo se puede aprender, ejercitar. Soy de una generación a la que nos explicaban que, de los cero a los cinco o siete años, se formaba el cerebro, el carácter, y ya no había nada que hacer. Ahora sabemos que el cerebro tiene una neuroplasticidad que nos permite cambiar. No hay nada peor que decir «yo soy así»; qué va, todos podemos aprender. Cada uno con su carga genética, que no se puede cambiar; yo soy nervioso, eso no lo puedo cambiar, de acuerdo, pero puedo ser menos nervioso. Las circunstancias influyen, si tu equipo de fútbol gana o no, si es lunes o viernes… Pero hay una tercera parte, lo que nosotros hacemos, y ahí está el reto. Yo no puedo ser la persona más paciente del mundo, pero puedo trabajar para ser más paciente. Una persona tendente al pesimismo quizás no pueda convertirse en la persona más optimista y alegre, pero dentro de sus posibilidades puede desarrollar al máximo la alegría, se aprende.

Cuál es nuestro peor enemigo, ¿la queja, la prisa, la falta de atención, de escucha…?

Nuestro peor enemigo es la falta de valores y de espiritualidad, no darnos cuenta de que vivimos en una sociedad de escaparates, donde importa más parecer que ser. Vivimos en la sociedad del aparentar, del figurar, del exhibicionismo, vivimos en el reino de lo ficticio, en una carrera que nos arrastra a todos y nos desgasta y nos desequilibra. La sociedad trata de justificar sus mecanismos por las ocasiones de placer y disfrute que ofrece, pero encuentra muchas dificultades para generar alegría interior, esa felicidad que, en el fondo, todos buscamos. Todos queremos vivir con sentido, pero muchas veces lo buscamos donde no está, empujados por una sociedad materialista y consumista.

Hemingway solía decir que «la gente buena, si se piensa un poco, suele ser gente alegre». ¿Cómo se favorece, se alimenta o se nutre la bondad?

Citas a Hemingway y me haces recordar aquello otro que decía Wilde: «Hay personas que te hacen sentir bien cuando llegan, y otras, cuando se marchan». Un monje, Matthieu Ricard, considerado el hombre más feliz del mundo, biólogo francés y monje budista, tiene un libro fantástico sobre el altruismo; ahí nos dice que, de alguna manera, ser altruista es ser egoísta, porque hacer la vida más fácil a los demás nos hace más felices. Pero si esa bondad busca un rédito, una compensación, entonces no tiene que ver con la bondad ni con la compasión.

Pienso en la importancia de los maestros para conducir nuestra vida, maestros que enseñan y que sirven de inspiración. Sin embargo, los referentes en nuestra sociedad han cambiado. ¿Cómo reconocer a un buen maestro?

«La frustración que generan los grandes problemas internacionales puede llevarnos a desatender las cosas que sí están en nuestro pequeño mundo»

Un buen maestro es el que nos inspira a ser mejores, a buscar nuestra mejor versión, a vivir con sentido, aquel que nos explica que la felicidad no está en el tener o en el parecer sino en ser, el que consigue que seamos el mejor amigo, el mejor padre… El maestro hace que la dignidad y la grandeza de cada uno tengan que ver con la calidad humana. El maestro nos conecta con nuestra esencia, con nuestra dignidad como persona, que tiene que ver con la bondad. La felicidad auténtica viene de una mente bondadosa, profunda, tiene que ver con ayudar a los demás y hacer su vida más agradable. No es más que eso. Todos sabemos que, cuando hacemos algo bueno, nos sentimos bien.

Muchas veces, el pensamiento y lo que sentimos mantienen serias disonancias. ¿Cómo afinar la sintonía entre corazón y mente?

Creo que la clave es la meditación, que es donde se ve claramente la conexión directa entre el corazón y el cerebro. La meditación consiste, en última instancia, en pararte y respirar, en centrarte en la respiración, calmar la mente, ese torrente de pensamiento que nos impide conectar con la persona que de verdad importa y que somos. Meditar reconfigura los cables que tenemos en el cerebro, los caminos neuronales. La meditación ayuda a interrumpir la cadena estímulo-reacción. Cuando se produce un estímulo, por ejemplo, te das un golpe con el coche, puedes dejar que surja la reacción más inmediata o bien pensar cómo vas a reaccionar a ese estímulo, pero vamos tan rápido que actuamos por automatismo. Cuando meditas descubres que hay ese espacio entre lo que te pasa en la vida y cómo reaccionas. Ese espacio te ayuda a desarrollar esas cualidades de las que hablábamos antes.

La belleza (la lectura, el cine, la música…), ¿de qué manera influye en esa alegría interna?

La belleza es terapéutica. Todo lo que tenga que ver con momentos de disfrute, de ilusión, de alegría, de paz o de sosiego nos ayuda, y las actividades relacionadas con la belleza (un libro, una exposición, un concierto…) nos humanizan, nos despiertan, nos provocan, nos hacen reflexionar y nos impulsan a mejorar.

¿Cuál es la última cosa bella de la que has disfrutado?

Esta misma mañana, a la cinco de la mañana, contemplar el paisaje y, sobre todo, el silencio. Hay lujos que son gratis.

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