Sociedad

Cómo separarse de forma responsable (y sin arruinar la vida de sus hijos)

Toda ruptura afectiva requiere un duelo que repare el dolor causado. No obstante, en el caso de los divorcios y las separaciones, cuando hay menores implicados, el trabajo emocional debe enfocarse a evitar convertirlos en una coartada para generar discrepancias y postergar lo inevitable.

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08
julio
2021

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Más allá del tinte humorístico que en ocasiones se le ha otorgado al asunto de los divorcios (aquello de que, como decía Grouch Marx, su principal motivo es el matrimonio; o esa otra reflexión de Milan Kundera que venía a decir que «no hay mayor desgracia posible que un matrimonio feliz porque no le queda a uno la menor esperanza de divorciarse»), toda ruptura afectiva requiere un duelo que repare el dolor causado. No se trata de buscar culpables, de albardar reproches, de macerar odio. Tampoco de ser civilizados. Más bien, está más relacionado con ser leal con lo que uno amó, y de no traicionarse. A pesar del dolor. Sobre todo si hay hijos de por medio.

No es lo mismo que el amor desaparezca, que lo que aparezca sea una tercera persona, una traición o que presida el hastío en la relación. Pero, en ocasiones, ellos, los hijos, son la excusa perfecta para justificar esa inacción. ¿Cuántas veces se ha escuchado en labios sensatos «si no me separo es por mis hijos»? En ocasiones se convierten en esa coartada para postergar una decisión que deberá tomarse antes o después.

«Siempre recomiendo quemar los últimos cartuchos, pelear la relación que nos ha hecho felices tanto tiempo o de manera tan intensa, pero a veces no es posible. Creo que un buen límite para saber que ya no hay nada que hacer es cuando la convivencia se vuelve tóxica y nuestra rutina se vicia con cuestiones intolerables como faltas de respeto», explica Delia Rodríguez, letrada matrimonialista y secretaria de la Asociación Madrileña de Abogados de Familia e Infancia (Amafi). «Si la decisión la toma uno de los dos de manera unilateral, la separación es mucho más difícil, porque surgen sentimientos como el despecho, el rencor, la ira, la venganza… Pero tratamos de acercar posturas, muchísimas veces el auténtico problema es la comunicación y eso tiene solución», continúa la experta.

Rodríguez: «Lo peor que se puede hacer es utilizar a los hijos como intermediarios: ese uso perverso los destroza, les produce auténticas escabechinas mentales»

Los adultos tendemos a pensar que los hijos están en la inopia. Que no se enteran de las discusiones de pareja, que no perciben la falta de amor. «Los niños reparan en todo, y es mucho más doloroso para ellos el que sus padres no se saluden de manera cariñosa en el desayuno que el hecho de que se separen», apunta Rodríguez.¿Tanto? «Hablo por boca de esa niña de padres separados. Sentí un profundo alivio cuando me dijeron que se iban a separar. El primer impulso del niño y del adolescente es temor a la ruptura de sus padres, algo natural, porque es un miedo a que su mundo se desmorone, por eso hay que charlar de manera conjunta con ellos, hacerles ver que su situación cambiará, pero no su mundo. Lo que es dramático para los hijos no es la separación, sino la gestión que hacen sus padres de ella».

El despacho en el que trabaja Rodríguez es el único de España que ofrece de manera gratuita asesoramiento psicológico. Por ejemplo, para facilitar a los padres herramientas que les permitan abordar determinadas conversaciones con los niños o con los adolescentes, para fijar normas similares en ambas casas y evitar que haya discrepancias, por ejemplo, en el uso de los móviles o tablets, lo que degeneraría en el clásico ‘padre bueno, madre mala’, o viceversa. «Lo peor que se puede hacer cuando nos separamos es utilizar a nuestros hijos como intermediarios o como espías. Ese uso perverso los destroza, les produce auténticas escabechinas mentales y traumas. Lo mismo hacen los discursos partidistas y tóxicos que algunos padres tratan de meterles en la cabeza, o, por desgracia, la ahora tan conocida violencia vicaria, que no siempre es tan extrema como ha aparecido en los medios de comunicación últimamente, sino que, llevada a la rutina, usa a los niños para fastidiar al otro o para conseguir prebendas personales o económicas».

Por norma general, a los padres les cuesta ser conscientes de lo que implica una custodia compartida, mientras que a las madres les puede el miedo a la separación

Hay peculiaridades asociadas al sexo. También en la manera de encarar una separación con hijos de por medio. A ellos les cuesta mucho más tomar decisiones, ser conscientes de lo que implica una custodia compartida, hacerse cargo de lo que resultan las rutinas familiares y la distribución familiar. A ellas les puede el miedo a la separación de sus hijos, sobre todo en edades tempranas, y rechazan en primera instancia y por defecto la custodia compartida. «Sin embargo, esta fórmula se puede modular, y cuando se les explica en detalle, ellas son más receptivas y se dan cuenta de que les permite dedicarse más tiempo, bien para el trabajo o su vida personal, comprobando que es posible compaginar la faceta de madre con la de mujer. Nosotras tendemos a cargarnos toda la responsabilidad cuando lo que hay que hacer es fomentar que ellos se hagan también cargo de la crianza», apunta la experta.

Pensar en ellos en los hijos. También escucharlos. Solemos hablar en su nombre, decidir por su bien, disponer de su voluntad. «Son esponjas, absorben el dolor que palpan cuando las cosas no van bien, pero nos dan lecciones de vida. Hay que darles voz. Por lo general, además, se adaptan mejor que los adultos», matiza Rodríguez. La separación, el divorcio, no obliga a odiar al otro, no impone mandato de desprecio ni de indiferencia. Hay ocasiones en la vida que nos dan la oportunidad de comportarnos con nobleza.

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