Salud mental en los jóvenes
¿Cómo es ser adolescente hoy en día?
Soledad no deseada, precariedad laboral y conexión digital constante son algunos de los desafíos para la salud mental de los jóvenes. ¿Las soluciones? Una mayor presencia familiar y programas comunitarios de prevención y apoyo, entre otros.
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La adolescencia es una etapa emocionalmente turbulenta en la que los jóvenes enfrentan una lucha constante entre el deseo de aferrarse al pasado y la necesidad de avanzar hacia la independencia, como describe la doctora Marina Romero. Entre esos dos mundos, hay un volcán de sentimientos, preocupaciones y miedos que, a veces, erupciona.
En la actualidad, es positivo que los adolescentes se sientan más cómodos hablando sobre sus cambios emocionales sin temor a ser juzgados. Sin embargo, no todas las experiencias adversas que mencionan se pueden clasificar como problemas de salud mental. La sobreabundancia de información dificulta discernir entre lo que es un verdadero trastorno mental y lo que es meramente adaptativo a la experiencia humana. Además, muchos profesionales destacan que se habla mucho sobre los trastornos mentales leves, pero se presta menos atención a los trastornos más graves.
Independientemente de este debate, es importante señalar que, al abordar la salud mental de los jóvenes (ya sean trastornos mentales o situaciones más adaptativas), también debemos considerar las causas sociales y nuestro contexto actual. Estos factores pueden aumentar el riesgo de desarrollar trastornos mentales o generar una sensación de insatisfacción o estrés crónico. Los adolescentes de hoy viven en un mundo complejo, aunque cada época haya tenido sus propios desafíos. Entre estos factores se encuentran la soledad no deseada, la sobreexposición a las redes sociales, la precariedad laboral, las crisis económicas, los cambios en las estructuras sociales y familiares, y la pandemia de la COVID-19. En resumen, los jóvenes se enfrentan a múltiples desafíos, pero, a menudo, carecen de las herramientas adecuadas para abordarlos.
La sobreexposición a redes sociales o la precariedad laboral son algunos de los desafíos a los que se enfrentan los jóvenes
La doctora María Mayoral, psicóloga clínica del Hospital Universitario La Paz, señala que los adolescentes se sienten, en muchos casos, demasiado protegidos, lo que provoca una baja tolerancia a la frustración. Viven en una sociedad de bienestar donde tienen poca autonomía y reciben ayuda de sus progenitores en muchos aspectos de su vida. Al mismo tiempo, están sometidos a grandes exigencias en un mundo que les impulsa a tener éxito. Esta combinación de protección excesiva y expectativas elevadas puede afectar el desarrollo de recursos emocionales y estrategias de afrontamiento frente al malestar. Por otro lado, la disminución de la presencia parental en el hogar debido a diversos factores (económicos, laborales, sociales) limita la comunicación y el espacio para el encuentro emocional necesario que facilita el desarrollo de habilidades como la mentalización y la regulación emocional. Si bien ambos progenitores ahora están más concienciados sobre la importancia de pasar tiempo con sus hijos, a veces no pueden cumplir con esta tarea. Además, las familias tienen cada vez menos redes de apoyo, como vecinos, abuelos o la propia comunidad, lo que afecta la sensación de soledad y la falta de apoyo emocional en los adolescentes. Otro aspecto relevante es la confusión en algunas familias, donde, a pesar de la buena intención de validar las emociones de los jóvenes, se hace sin establecer límites claros. Esto puede generar una falta de estructura emocional. La incertidumbre laboral, la inseguridad económica y las dificultades para emanciparse también generan estrés y ansiedad, especialmente si estas situaciones se prolongan y limitan la autonomía de los adolescentes.
El 20% de los jóvenes experimentan soledad frecuentemente.
Otro factor de riesgo significativo en la salud emocional de los jóvenes es el aumento de los sentimientos de soledad. Según el Observatorio para el Estudio de la Soledad No Deseada, el 20% de los jóvenes experimentan soledad frecuentemente. Aunque la adolescencia siempre ha sido una etapa en la que la soledad se busca y se rechaza a partes iguales, en la sociedad actual esta soledad tiene una connotación negativa, sobre todo, por la forma en que los adolescentes se relacionan. Aunque estén físicamente juntos, están mentalmente separados debido al uso excesivo de los móviles y las redes sociales, lo que promueve una soledad evaluativa y comparativa. Este fenómeno dificulta el desarrollo de habilidades sociales y competencias esenciales como la compasión y la empatía.
La falta de relaciones sólidas o amigos estables también contribuye a este sentimiento de soledad por la ausencia de intimidad real. Los adolescentes mencionan que, ante cualquier frustración, tienden a cortar relaciones, cuando la verdadera amistad requiere tiempo y esfuerzo. Otro aspecto relacionado con el aumento de soledad es que, en vez de mirarse hacia dentro, los adolescentes están mirando hacia fuera. Lo que no se ve parece no existir. El narcisismo y el culto a la imagen, exacerbados por las redes sociales, han influido en la manifestación de patologías en el cuerpo, como los trastornos de la conducta alimentaria (TCAs) y las autolesiones. Los estándares de belleza impuestos por las redes sociales y los filtros de imagen contribuyen a que los adolescentes no logren cumplir con estos ideales, lo que daña su autoestima. Además, la constante conexión digital dificulta que los jóvenes encuentren un espacio seguro en casa, ya que siguen sintiéndose excluidos, incluso después de regresar del colegio.
La conexión constante hace que no se encuentre un espacio seguro ni siquiera en casa
Como soluciones, es crucial centrarse en la prevención, ya que se están criando personalidades más vulnerables. Cuantos más recursos emocionales y psicológicos tengan los jóvenes, menos problemas de salud mental surgirán. Crear entornos seguros y de apoyo social, tanto en la familia como en las escuelas, es fundamental para prevenir traumas como el acoso escolar o el abuso físico o emocional. Las familias deben estar presentes, hablar con sus hijos y ofrecerles apoyo emocional constante, cultivando la resiliencia y el manejo del estrés desde temprana edad. Este apoyo debe ser contenedor de angustias, pero no invasivo. En los colegios, los adolescentes tienen que aprender a resolver conflictos y desarrollar herramientas para enfrentarse a sus problemas sociales y personales. A nivel comunitario, sería adecuado incluir programas de prevención de la soledad y recomendar un uso responsable de las redes sociales y reconceptualizar valores como el éxito o la ambición por otros como el esfuerzo. Y por supuesto, contar con medidas favorables de apoyo al empleo y la emancipación. Para este reto, no debemos subestimar los aspectos positivos que rodean a la juventud de hoy. Tienen acceso ilimitado a la información, lo que les permite estar más informados y participar activamente en temas como el cambio climático y la sostenibilidad. Además, tienen menos miedo a los cambios, son más creativos y emprendedores, y muestran un mayor respeto por la diversidad.
En conclusión, la responsabilidad de mejorar la salud mental de los adolescentes no recae únicamente en la familia o la escuela, sino también en la sociedad en su conjunto. También, los adolescentes deben implicarse activamente en expresar sus necesidades y comunicarlas claramente. Como adultos, existe una necesidad urgente de reflexionar, sobre cómo apoyar a los adolescentes y ofrecerles las herramientas necesarias para afrontar juntos un mundo tan exigente.
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