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Éditions Ruedo ibérico

Por una vuelta al ruedo de las ideas

Escribir hoy sobre Ruedo ibérico es de interés porque su apuesta decidida por la pluralidad (dentro de la oposición al régimen dictatorial de Francisco Franco en España y de cierta visión cosmopolítica concreta del socialismo revolucionario) y por la rigurosidad, dos conceptos que ya suenan lejanos, nos interpela en 2025 directamente, de una manera casi dolorosa.

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16
julio
2025

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Hubo un tiempo en España en el que la cultura tuvo que refugiarse en colmenas de abejas,
trabajemos juntos para que las abejas no tengan que volver a ser nuestras guardianas.

¿Qué interés tiene escribir sobre la Editorial Ruedo ibérico en 2025? Una pregunta que me aborda nada más comenzar este artículo.

Por muchos, nunca suficientes, es conocido el camino recorrido por esta importantísima (no mítica y ya dirán si histórica) editorial del antifranquismo político e intelectual. Fundada en París (esa ciudad a la que algunos iban desde España a descubrir España), Éditions Ruedo ibérico fue creada en 1961 por un grupo plural de exiliados españoles cuyos nombre y apellidos eran Nicolás Sánchez-Albornoz, Ramón Viladás, Vicente Girbau, Elena Romo y José Martínez Guerricabeitia, su impulsor principal y adscrito a la familia del anarquismo. Listado de nombres al que me permito la licencia de añadir, por su contribución fundamental, a la pareja de este último, Marianne Brüll.

Imposible enunciar aquí a todos los autores publicados por Ruedo ibérico desde los años 60 hasta la disolución formal en 1982. Todo un elenco de altos representantes del pensamiento crítico, en áreas que iban desde el ensayo histórico hasta la poesía o la ilustración (donde el vanguardismo quedó patente con apellidos como Saura, Millares o Ibarrola). Una variedad de expresiones, inquietudes, demandas y anhelos que confluían en el objetivo de confrontar la versión oficial del franquismo con relación a la Guerra Civil y dar voz a los españoles que permanecían en el país. Una editorial gestionada desde el exilio, independiente de partidos (razón de su permanente falta de recursos y consiguiente improvisación ocasional) y con vocación de servicio «al interior».

Para profundizar tanto en la cronología como en las publicaciones, recomiendo la página web www.ruedoiberico.org, el libro de Albert Forment José Martínez: la epopeya de Ruedo ibérico (Anagrama 2000) y el catálogo de la magnífica exposición, comisariada por el propio Sánchez-Albornoz, que la Residencia de Estudiantes organizó a tal respecto en 2004, Ruedo ibérico. Un desafío intelectual.

Pero vuelvo a la pregunta inicial sobre el interés para el lector de hoy sobre esta experiencia de reflexión intelectual que supuso Ruedo ibérico. Y para responderla he tenido que repasar las múltiples facetas existentes del fenómeno: las motivaciones originarias, los objetivos, la propia labor editorial, las influencias, la gestión organizativa, el impacto real en el interior de España, las consecuencias políticas, la contribución a la democracia, la censura, la represión… Decidiéndome finalmente por una pieza del puzle que considero capital (y desde luego no soy el primero en considerarla), el pensamiento honrado y profundo.

Ruedo ibérico nace para dar voz a los españoles que pertenecieron en el país durante la posguerra

Y para ahondar en este aspecto, me veo en la obligación de volver a la historia de la editorial y a una de sus líneas de trabajo más interesantes bajo mi punto de vista. Me refiero a la serie «Cuadernos de Ruedo Ibérico», que José Martínez impulsó junto a Jorge Semprún el mismo 1964 de la expulsión de este (muriendo así Federico Sánchez y naciendo el genial pensador y escritor) del Partido Comunista de España (PCE) junto a su camarada Fernando Claudín, que buscaba dar cabida a piezas de análisis económico, político, filosófico, de opinión o literarias (con Juan Goytisolo al frente de esta sección) breves con una mayor flexibilidad editorial. Un total de 66 números cuyo espíritu se resume en la frase de cierre del manifiesto fundacional: «Radicalmente libre y radicalmente riguroso: nada más, pero nada menos». Un ejercicio por buscar, desde la raíz de las cosas, la realidad objetiva basada en datos frente a las realidades oficiales pero subjetivas. Releyendo sus números (todavía se pueden encontrar en librerías de antiguo) uno recorre nuestra historia reciente y regresa a un mundo de viejos conceptos políticos, de cigarrillos o cafés interminables y de sueños que no fueron.

Paradójicamente Ruedo ibérico languidece una vez conquistada la democracia para España: la editorial del antifranquismo acabó con el fenómeno contra el que nació (queda para el recuerdo el titular del primer número de los cuadernos editado en España -nº61-62-: «Cuadernos de Ruedo ibérico interrumpen su “exilio”»). Los nombres reales no sobrevivieron a sus pseudónimos, al menos en este espectro de la izquierda, ya que algunos de sus colaboradores fueron luego voces relevantes del periodo posterior a la Transición, como Pasqual Maragall o Joaquín Leguina. Es, sin duda, un absurdo, pero tan real como el poco interés que las últimas temáticas abordadas (ecologismo, la educación sexual o la crítica a algunos de los consensos de la época como Ley de Amnistía de 1977 o la restauración monárquica) despertaban entre el lector español del momento o las treinta toneladas de libros mandadas a papel viejo tras la liquidación de la librería de París en el 82. Temáticas, por otro lado, hoy algunas de rabiosa actualidad, otra paradoja.

Y ahora sí, tenemos todos los elementos para responder a la pregunta inaugural de esta reflexión. Escribir hoy sobre Ruedo ibérico es de interés porque su apuesta decidida por la pluralidad (dentro de la oposición al régimen dictatorial de Francisco Franco en España y de cierta visión cosmopolítica concreta del socialismo revolucionario) y por la rigurosidad, dos conceptos que ya suenan lejanos, nos interpela en 2025 directamente, de una manera casi dolorosa.

Cualquier individuo que diariamente siga la actualidad política y social se dará cuenta de la ausencia palmaria de los anteriores principios. Vivimos entre narrativas de buenos contra malos, de puros contra impuros, de fascistas contra progresistas, de patriotas contra traidores a la patria, de contrarios, en definitiva. Y este tipo de argumentarios dogmáticos, tenemos un siglo XX paradigmático, nunca se basan ni en el rigor ni en la pluralidad de ideas alternativas. Todo lo contrario: se construyen sobre la simplicidad (ya sea del pasquín tirado al vuelo en plena calle de ayer o los shorts de las redes sociales de hoy) y la facilidad de aunar voluntades frente a amenazas y enemigos comunes. Cada vez más conectados, pero con espacios de diálogo más reducidos, como ha alertado la filósofa Adela Cortina.

No perdamos el derecho a disentir ni rehuyamos el deber de entendernos entre diferentes

Da igual el espectro político que uno analice, todo argumento mínimamente elaborado acaba chocando con muros de ideas preconcebidas y escritas en piedra. Cuando el «nosotros» se confronta con el «ellos» quien pierde no es uno de los dos bandos -la victoria «suya» siempre será vista como ilegítima y viceversa- sino el «yo», el juicio individual, la base del pensamiento crítico. El académico José María Lassalle ha escrito sobre este factor, clásico ya, de confrontación que introduce el populismo (en una tribuna, por cierto, llamada El Ruedo Ibérico en La Vanguardia). No perdamos el derecho a disentir ni rehuyamos el deber de entendernos entre diferentes.

Una confrontación, que hoy es dialéctica pero que nadie sabe ni cuándo ni por qué puede pasar a ser de otro tipo, que no es ejercida solamente entre bandos, sino que es especialmente despiadada intrabloques, donde se produce un ataque denodado contra la libertad de expresión. Porque claudicar ante el adversario es una cosa, pero disentir de la verdad oficial del grupo es otra, una auténtica «traición», algo «imperdonable». Ecos de un siglo ya pasado pero que todavía resuenan con fuerza, no olvidemos que la democracia (ya sea externa o interna) puede caer tan sigilosamente como las hojas de un castaño en Vilanova de Arousa durante el paso del otoño al invierno.

Es ante este escenario en el que aquella honradez intelectual, su pluralismo, la independencia y el rigor de Ruedo ibérico cobran una actualidad y un interés claros, de manera más acusada en los ya mencionados intrabloques. Un ejercicio que nos muestra que crear equipos diversos es la mejor vía para alcanzar soluciones más completas a problemas complejos y comunes. Acceso a la vivienda, cambio climático, revolución digital, natalidad, despoblación del medio rural, turismo invasivo, integración europea, reducción de la jornada laboral…

Con estas líneas creo haber respondido a la cuestión originaria. Confío en que este artículo (que no por casualidad doy a conocer en Ethic) sirva, primero para reconocer la labor editorial liderada por José Martínez y su equipo, y segundo para reivindicar la existencia de espacios de debate radicalmente libres y radicalmente rigurosos.

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