'Retratadas', de Stéphany Onfray
Mujeres pioneras ante la cámara
La historia de la fotografía en España está conectada con la historia de sus mujeres. Fueron ellas las que crearon el lenguaje de poses, representaciones y significados fotográficos. Lo cuenta Stéphany Onfray en su libro ‘Retratadas’.
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No sabemos a ciencia cierta cómo era Miguel de Cervantes y debatimos todavía cuánto se parecen a la realidad los escasos dibujos que capturan a Jane Austen (y sobre los que ya sus familiares directos tenían opiniones). Son dos ejemplos de tantos, porque el testimonio visual que dejan para la posteridad centenares de imágenes es, en realidad, un fenómeno reciente. En la era de los smartphones, la sobreabundancia de fotos es la tónica. De cada día de nuestras vacaciones podemos hacer cientos de capturas, incluso si después nos olvidamos por completo de ellas.
Sin embargo, la fotografía fue una de las grandes revoluciones sociales y culturales del siglo XIX. De pronto, se podía capturar el mundo real y a sus habitantes de una forma sorprendentemente fidedigna, al tiempo que el invento se ponía a disposición de una masa de consumidores mucho más amplia que la que habían tenido hasta entonces los muy exclusivos retratos.
Por tanto, la fotografía es una pieza fundamental para entender muchas de las cosas que pasaban entonces, pero también para comprender las bases de tantas otras cuestiones que llegan hasta el presente. Y en ello se incluyen las cuestiones de género.
En Retratadas (Cátedra), la historiadora Stéphany Onfray aborda la intersección entre fotografía, género y modernidad en un momento concreto del siglo XIX español. Onfray se adentra en «los primeros años de la sedentarización de la fotografía comercial, entre 1850 y 1870», esos en los que se sentaron las bases del lenguaje de la fotografía, y en el papel que desempeñaban las mujeres que se ponían delante de la cámara. Porque si a primera vista nada puede parecer más pasivo que ponerse de cara al objetivo, la cuestión es mucho más compleja, como demuestra este ensayo que acaba de publicar Cátedra.
Las décadas centrales del siglo –que coinciden con el tramo final del reinado de Isabel II– supusieron la llegada, popularización y éxito de la foto. A España llegaron fotógrafos desde Francia, para conquistar un mercado todavía virgen y del que esperaban un elevado potencial y retorno. A eso, hay que sumar que «la labor de fotógrafos y fotógrafas itinerantes, que formaban a los curiosos durante sus estancias», como explica la experta, y que ayudaron a difundir todavía más el invento. Las ciudades españolas empezaron a ver aparecer gabinetes de fotografía, en los que primero las clases más altas y luego las medias se capturaban para la posteridad.
El período es también el momento del boom de la carta de visita. El ritual de la carta de visita era ya previo a la fotografía, un elemento fundamental en el complejo entramado social de las visitas (básicamente, consistía en dejar una pequeña tarjeta de cartón con el nombre en las casas visitadas). Las innovaciones en fotografía permitieron ir un paso más allá e incluir en esas pequeñas tarjetas la imagen de la persona en cuestión a la que se asociaban. Arrancó así una fiebre –Onfray cuenta que arrasó en Europa en la década de 1850 y llegó a España poco después– de intercambio de tarjetas, una cartomanía.
Las fotos se convirtieron en un modelo de patrones sociales
Los retratos se fueron haciendo progresivamente más populares y accesibles. Incluso si hacerse una foto era algo caro, resultaba más asequible a más públicos. Igualmente, la fotografía se convirtió en algo bastante público. Las fotos que se hacían en los gabinetes fotográficos madrileños, por ejemplo, se exponían en los escaparates de las calles céntricas, especialmente en aquellas tiendas que tenían mucho más éxito, como la Dalia Azul. De este modo, ver fotos se convirtió en un pasatiempo, pero las propias fotos se asentaron también como una suerte de modelo de patrones sociales. Mientras veías todas esas imágenes de personas de buena sociedad posando ante el objetivo interiorizabas sus códigos.
¿Y qué papel tenían en todo esto las mujeres? Onfray apunta en su libro que la aparición de las fotos y su boom fue en paralelo a otro gran fenómeno del siglo XIX, el de la individualización. Arrancaba la época de ser uno mismo, de ser uno propio. ¿Pero qué individualidad podrían encontrar las mujeres cuando, por un lado, no eran ciudadanas de pleno derecho y, por otro, estaban constreñidas por toda la presión del modelo del ángel del hogar?
La fotografía se convirtió en un escaparate para crear también su propia imagen, para explorar sus propias individualidades. De hecho, cuestiones que hoy nos pueden parecer banales no lo son tanto cuando la historiadora comparte los códigos y los datos de su época. Posar con un libro hoy no dice mucho, cierto, pero cuenta muchas cosas en una sociedad con elevadas tasas de analfabetismo femenino. En paralelo, el cómo posan invita a plantearse qué negociación hubo en ese proceso entre la fotografiada y el fotógrafo (que, recordemos, entonces no era considerado un artista).
Igualmente, las mujeres eran las grandes dinamizadoras de la foto familiar. Sus álbumes de familia o sus álbumes sociales (muy habituales en esos años) eran parte del lenguaje del momento, uno que ha sido obviado cuando se analiza la historia sociocultural del período hasta no hace tanto. Como explica Onfray en Retratadas, incluso ha sido habitual que se extrajesen páginas y se rompiese la unidad del formato.
Las mujeres crearon diferentes estrategias sociales a través de los retratos fotográficos
Ellas fueron las que crearon las diferentes estrategias sociales detrás de los retratos, las que asentaron el lenguaje. «Las españolas provenientes de la nobleza tuvieron un papel fundamental en el establecimiento de los principios que dictarían la historia formal del retrato fotográfico y, a posteriori, de su paulatina desviación hacia el autorretrato artístico», escribe Onfray. La foto es parte de los rituales sociales del momento: bailes, fiestas, disfraces y puntos del mercado matrimonial.
No menos importante es que el XIX es el siglo en el que arranca el consumo moderno: la era en la que empiezan los grandes almacenes, la publicidad moderna o las revistas de moda. Solo en España en el siglo XIX se distribuyeron unas 100 cabeceras de modas y contenidos para mujeres, en los que se abordaban temas candentes y en el que las mujeres eran consumidoras y autoras. Un cálculo que recoge Onfray habla de que las colaboradoras de prensa llegaron hasta las 4.300 a finales del XIX. Las fotos eran una pieza básica en el fondo y forma del lenguaje que asumían estas publicaciones.
La popularización de la fotografía simplificó la tecnología y abrió progresivamente las puertas a la imagen amateur. «Estos avances potenciaron otro irremediablemente cambio: las retratadas pasaron a convertirse en fotógrafas», señala Onfray hablando de las «cámaras para señoritas» que empezaron a aparecer.
Aun así, en el universo profesional de la fotografía en la España del período, también había mujeres profesionales de la imagen, fotógrafas que se ponían detrás del objetivo. No salen en Retratadas, pero las historiadoras como la propia Onfray llevan ya unos cuantos años recuperando su memoria. Son mujeres como Madame Valepery, Madame Senges o Madame Fritz, daguerrotipistas de esas décadas, o Sabina Muchart, fotógrafa de guerra en la Melilla de 1893.
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