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Las relaciones no son destino, son trabajo

Las relaciones funcionan porque las personas las quieren hacer funcionar, no porque estén destinadas a estar juntas. Las relaciones no son una cuestión de destino o de azar, sino de trabajo diario del uno por el otro.

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16
abril
2025

Las relaciones no funcionan por suerte. Tampoco por destino. Funcionan porque alguien decide currárselas. Deciden quedarse cuando es más fácil largarse. Deciden hablar cuando es más cómodo callarse. Deciden hacer preguntas incómodas, escuchar respuestas jodidas y revisar lo que no va bien sin echarse la culpa constantemente. No hay magia. Hay voluntad. Y si esa voluntad no está, da igual lo mucho que os queráis: la relación se va a la mierda.

Nos han vendido durante años una imagen de las relaciones completamente distorsionada. Películas, canciones, libros, redes sociales… Todo gira en torno a la idea de que, si es amor de verdad, «fluye solo». Que si hay conflictos, es que no estáis hechos el uno para el otro. Que si no es fácil, no vale la pena. Pero la realidad es otra: las relaciones reales requieren esfuerzo, y no por eso son menos bonitas. Son más reales. Más humanas. Más sostenibles.

Querer a alguien no significa que sepas vincularte bien con esa persona. Amar no garantiza saber convivir, comunicar o gestionar emociones. Y ahí es donde la mayoría se estrella. Porque se cree que sentir mucho es suficiente. Pero no lo es. Sentir mucho y no saber expresarlo, canalizarlo o contenerlo, puede ser devastador.

Una relación sana no se basa en compatibilidad mágica. Se basa en compatibilidad construida. En hábitos afectivos que se entrenan. En la capacidad de decir lo que molesta sin que el otro lo viva como un ataque. En pedir perdón de verdad, sin excusas, sin infantilismos, sin «es que tú también…». En sostener el deseo cuando está flojo. En cuidar al otro sin dejarse de lado.

Una relación sana se basa en hábitos afectivos que se entrenan

El problema es que nos han enseñado a enamorarnos, pero no a construir. Sabemos cómo subirnos a la ola del flechazo, pero no cómo remar cuando el mar se pone revuelto. Buscamos intensidad, no estabilidad. Confundimos mariposas con amor, y rutina con desinterés. Nos obsesionamos con «el otro» y nos olvidamos de la relación como espacio compartido que necesita cuidado mutuo. Porque eso es una relación: un espacio que construyen dos personas con sus decisiones cotidianas. No es un resultado automático, no basta con una buena conexión inicial.

Esa conexión, ese clic, puede ser brutal. Puede darte momentos increíbles. Pero por sí sola no sostiene nada. Porque cuando el desgaste aparece (y va a aparecer), si no hay comunicación, si no hay respeto, si no hay revisión… todo se desmorona. Y lo peor es que ni siquiera sabrás por qué. Te dirás: «si nos queríamos tanto, ¿qué pasó?». Pues pasó que el amor no basta.

Currarte una relación no significa forzar lo que no va. No se trata de aguantar a toda costa ni de tolerar lo intolerable. Hay relaciones que, por más que se intenten, no funcionan. Y está bien soltarlas. Lo importante es no confundir una incompatibilidad real con una falta de herramientas. Muchas veces no es que no funcione la pareja, es que nadie enseñó a esas dos personas cómo gestionar el conflicto sin dañarse. Cómo escuchar sin interrumpir. Cómo dar espacio sin desaparecer.

En las relaciones sanas también hay discusiones, dudas, crisis

En las relaciones sanas también hay discusiones, dudas, crisis. La diferencia es que en lugar de usar eso como excusa para echar a correr, se usa para ajustar. Para entender al otro. Para crecer juntos. Porque el vínculo no es algo que se mantiene solo por inercia: se alimenta. Y si no se alimenta, muere. Punto.

Y aquí es importante decirlo claro: el amor adulto no se siente todo el rato, se practica. No siempre hay fuegos artificiales. No siempre te apetece estar con la otra persona. Hay días grises, hay distancia, hay desajustes. Y eso no significa que la relación esté mal. Significa que es real. Que es humana. Que respira. Que necesita cuidados, como cualquier cosa viva.

Las relaciones que duran no son las que tienen menos problemas. Son las que saben resolverlos. Son las que no dejan que el orgullo pese más que el cariño. Las que entienden que discutir no es un problema, siempre que se haga con respeto. Las que saben que a veces uno está más cansado, más apagado, más torpe emocionalmente… y que eso también forma parte del vínculo. Y que si hay que reajustar, se reajusta. Sin drama. Sin castigo. Sin resentimiento acumulado.

También hay que hablar de la elección. Porque sí, el amor se elige. No como una obligación, sino como un acto consciente. Todos los días eliges si cuidas o descuidas. Si hablas o callas. Si reprochas o comprendes. Si sumas o te cruzas de brazos esperando que el otro lo haga todo. Esa elección constante es lo que mantiene una relación viva. No el destino. No el karma. No las vidas pasadas.

Y cuidado con el discurso de «si tiene que ser, será». Porque muchas veces se usa como excusa para no currárselo. Como forma pasiva de rendirse sin asumir responsabilidad. Las relaciones no son cuestión de suerte. Son cuestión de dos personas con ganas. Ganas reales. No solo de pasarlo bien, sino de afrontar lo incómodo, de revisar lo que duele, de no dejar que la distancia emocional se convierta en costumbre.

En definitiva, el amor no es una línea recta. No es una película. No es un cuento. Es un camino con curvas, baches, repechos. Y lo caminas con alguien que también esté dispuesto a caminar. Si tú empujas y el otro no, te vas a cansar. Si tú trabajas y el otro espera que todo se solucione solo, te vas a frustrar. Y si tú estás en modo «esto se construye» y el otro en modo «esto tiene que ser fácil»… no estáis en la misma página.

Las relaciones funcionan porque se trabajan. Porque se revisan. Porque se cuidan. Porque alguien elige quedarse incluso cuando no es cómodo. Y si eso no está… por mucho amor que digas que hay, no va a funcionar. Porque el amor que no se practica, se desgasta. Y una relación que no se cuida, se apaga. Siempre.

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