Advertisement
Sociedad

Psicología y terapias

Callarse para evitar conflictos: el camino más rápido a perderse a uno mismo

Lo que empieza como una estrategia para mantener la paz termina por convertirse en una condena silenciosa. Callarse lo que te molesta y evitar el conflicto a toda costa no es sinónimo de madurez: es el primer paso hacia la sumisión.

¿QUIERES COLABORAR CON ETHIC?

Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).

COLABORA
11
febrero
2025

Nos han vendido la idea de que evitar conflictos es sinónimo de madurez, de saber convivir, de no ser problemático. Y muchos, en algún momento de la vida, nos lo hemos creído. «Para qué discutir si al final da igual», «mejor me callo y no empeoro las cosas», «no quiero ser una persona difícil». Pero lo que empieza como una estrategia para mantener la paz termina por convertirse en una condena silenciosa. Porque callarse lo que te molesta, lo que sientes, lo que piensas, no es sinónimo de madurez: es el primer paso hacia la sumisión.

Y no hablo solo de quedarse callado en una discusión para no hacerla más grande. Hablo de algo mucho más profundo: de renunciar a ti mismo en nombre de una paz que, en realidad, no existe. Es como meter la basura debajo de la alfombra: al principio parece que desaparece, pero con el tiempo el bulto se hace tan grande que un día te tropiezas con él.

Cada vez que eliges el silencio para no incomodar a los demás, les das el mensaje de que tus necesidades valen menos. Y aquí es donde empieza el verdadero problema: que te acostumbras. Que al principio te callas porque crees que no es para tanto, pero con el tiempo ya ni siquiera te preguntas si lo que quieres decir importa o no. Simplemente lo tragas. Y cuando te das cuenta, llevas años siendo un espectador de tu propia vida, priorizando a los demás por encima de ti misma, evitando roces, evitando confrontaciones, evitando ser tú.

Esto no solo pasa en la pareja. También en la familia, en el trabajo, con amigos. Cada vez que te tragas un comentario por no generar tensión, cada vez que aceptas hacer algo que no quieres para no quedar mal, cada vez que finges que todo está bien porque hablarlo sería «un lío», te vas borrando un poco más.

El peligro de normalizar el silencio

La cuestión es que esta estrategia no solo afecta tus relaciones: afecta la relación que tienes contigo misma. Porque cuando llevas demasiado tiempo callando, llega un punto en el que ya no sabes ni lo que quieres. Has vivido tanto en función de los demás que te has desconectado de ti.

Y aquí está el verdadero peligro: no es solo que los demás te ignoren, es que te ignoras tú. Ya no te preguntas si algo te molesta o no, si lo que estás haciendo realmente te gusta o si lo aceptas por inercia. Simplemente sigues adelante, en piloto automático, sin cuestionarte si la vida que llevas es la que quieres o la que te ha tocado por evitar demasiados conflictos.

Cuando por fin explotas, porque siempre se acaba explotando, lo haces de la peor manera

Lo peor de todo es que cuando por fin explotas, porque siempre se acaba explotando, lo haces de la peor manera. No con una conversación tranquila y honesta, sino con una bomba emocional acumulada durante años. Y entonces sí que hay un conflicto real. Porque las cosas no dichas no desaparecen: se pudren dentro.

El entrenamiento conductual del silencio

Desde un punto de vista psicológico, cada vez que te callas por miedo al conflicto, estás entrenando a los demás para que te ignoren. Si nunca dices lo que piensas o lo que necesitas, la gente asume que no hay ningún problema. Porque claro, si algo fuera realmente importante para ti, lo dirías, ¿no?

Pongamos un ejemplo: imagina que tu pareja tiene una actitud que te molesta, pero en lugar de hablarlo piensas: «bah, tampoco es para tanto». Un día te lo tragas. Al siguiente también. Y con el tiempo, esa pequeña molestia se convierte en algo insoportable. Pero ahora ya no sabes cómo decirlo sin parecer que «exageras» o que «sacas cosas del pasado». Así que sigues callando. Y con cada nuevo silencio, entrenas a tu pareja para que siga actuando igual, porque no ha recibido ninguna señal de que algo no está bien.

El problema es que esto es acumulativo. Hoy te callas en una discusión pequeña, mañana te tragas algo más grande, y al final llevas años en una relación donde el único modo de no generar conflictos ha sido desaparecerte a ti misma.

¿Evitar conflictos es ser maduro? No, es ceder al miedo

Aquí es donde muchas personas se justifican con frases como: «es que hay cosas que no valen la pena discutir», «yo prefiero ser una persona pacífica» o «no me gusta la confrontación». Pero la realidad es que evitar cualquier forma de conflicto no es ser pacífica, es tener miedo. Miedo a que te rechacen, a que te critiquen, a que te dejen de querer. Y ese miedo te hace elegir el silencio como refugio.

Ojo, esto no significa que haya que estar discutiendo por todo ni que tengas que ir con la espada desenvainada por la vida. El problema no es evitar los conflictos innecesarios, sino evitar todos los conflictos, incluso los importantes. Porque no estás en paz si para mantener esa paz tienes que tragarte todo lo que piensas y sientes.

¿Cómo salir de esta trampa?

No es fácil romper con años de silencios, pero se puede aprender a hablar sin miedo. Aquí van algunas estrategias:

  1. Empieza por lo pequeño. Si te cuesta decir lo que piensas en temas grandes, empieza con los pequeños. Opina en una conversación, di lo que te apetece hacer en un plan, empieza a recuperar tu voz en situaciones de bajo riesgo.
  2. Cambia la mentalidad. Decir lo que piensas no te hace conflictiva, te hace honesta. Poner límites no te hace «difícil», te hace respetarte.
  3. Acepta que el conflicto es parte de la vida. No todo el mundo tiene que estar de acuerdo contigo, y está bien que haya conversaciones incómodas. Aprender a gestionar los conflictos en lugar de evitarlos es lo que realmente te hace fuerte.
  4. Observa cómo te sientes cuando hablas. Verás que, aunque al principio te dé miedo, luego sentirás una gran liberación. Y cada vez será más fácil.
  5. Rodéate de personas que respeten tu voz. Si a alguien le incomoda que hables con sinceridad, el problema no es que hables, es que esa persona no sabe lidiar con la verdad.

 

El precio del silencio

Cada vez que decides callarte para evitar un problema, te conviertes en el problema. Porque el precio de no generar conflictos no es la tranquilidad: es la pérdida de tu propia esencia.

Así que la próxima vez que sientas que te estás tragando algo, pregúntate: «¿lo hago porque realmente no importa, o lo hago por miedo?». Porque si es por miedo, te estás eligiendo a ti misma como sacrificio. Y eso nunca acaba bien.

Hablar, poner límites, decir lo que piensas, no es crear problemas: es respetarte. Y quien no puede lidiar con tu voz, quizás no merezca tu presencia.

ARTÍCULOS RELACIONADOS

El amor en tiempos de Instagram

Guadalupe Bécares

Los psicólogos advierten: la sobreexposición en redes tiene consecuencias -y riesgos- para las relaciones de pareja.

COMENTARIOS

SUSCRÍBETE A NUESTRA NEWSLETTER

Suscríbete a nuestro boletín semanal y recibe en tu email nuestras novedades, noticias y entrevistas

SUSCRIBIRME