Cómo las redes sociales hacen que el tiempo corra más deprisa
El tiempo que pasamos en redes sociales transcurre más rápido, en nuestra percepción, que el que invertimos en actividades ‘offline’. ¿Estamos perdiendo minutos cada vez que sucumbimos al ‘scroll’ infinito?
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Cualquiera que haya entrado alguna vez en TikTok «solo para una pausa de cinco minutos» sabe lo fácil que es que esos cinco minutos se conviertan, inadvertidamente, en una hora. Cuando finalmente se consigue salir del bucle de vídeos, la sensación difiere de los momentos que vuelan cuando lo pasamos bien con amigos, hacemos deporte o leemos un libro. La impresión es de total pérdida de tiempo. Al fin y al cabo, no hemos escuchado nunca a nadie decir «ojalá hoy hubiera dedicado más horas a las redes sociales».
Que el tiempo es relativo no es ninguna novedad. Más allá de la realidad física descrita por Einstein, en la percepción humana el paso del tiempo puede diferir considerablemente respecto del tiempo cronológico, medible objetivamente en horas, minutos y segundos. Diez minutos son diez minutos, sí, pero en un atasco se sienten como 2 horas y en Instagram, tan solo 10 segundos. ¿Por qué?
Aunque hay diversas teorías, la mayoría de los estudios científicos sobre el tema concuerdan en que en el cerebro humano no hay ningún mecanismo en concreto encargado de medir o procesar el tiempo, sino que nuestra percepción es subjetiva y se crea a partir de la interacción de múltiples sistemas y redes neuronales en diferentes áreas del cerebro, que se distribuyen para rastrear e inferir diferentes duraciones.
Aunque a veces el tiempo que experimentamos (el subjetivo) coincide con el tiempo cronométrico, en otras ocasiones puede haber una gran variación, y nuestra percepción puede acelerarse o ralentizarse drásticamente. Las distorsiones en la medición del tiempo se podrían ver influenciadas por múltiples factores, como la novedad (cuando una experiencia es nueva el cerebro procesa más datos, lo que hace que el evento parezca durar más retrospectivamente), la atención y la emoción (cuando estamos muy atentos o experimentamos emociones intensas, los eventos semejan ocurrir más despacio) o el aburrimiento (cuando hay pocos estímulos, el cerebro se enfoca más en el paso del tiempo, por eso parece ralentizarse).
Estos factores ya nos pueden dar una pista de por qué cuando entramos en las redes sociales la percepción del tiempo se acelera: no hay ninguna novedad, sino una sucesión infinita de estímulos semejantes, la atención que prestamos es efímera, porque los algoritmos de estas plataformas están diseñadas para que pasemos rápidamente de un contenido al siguiente, y además nos proporcionan diversión, por lo que nuestro cerebro se centra en lo que está viendo y no en medir el tiempo eficazmente.
Además, como explica el neurocientífico Matt Johnson su blog, el uso de redes sociales interfiere con la memoria: el consumo rápido y fragmentado de contenidos dificulta la formación de recuerdos episódicos sólidos y coherentes (que es la forma en la que nuestro cerebro está acostumbrado a registrar los eventos). Esta fragmentación nos dificulta recordar qué hicimos durante ese tiempo, creando lagunas en nuestra línea temporal personal, lo que a menudo genera una sensación de vacío o de desconexión con nuestra propia vida.
El consumo rápido y fragmentado de contenidos dificulta la formación de recuerdos episódicos sólidos y coherentes
Aunque es tentador lanzar mensajes alarmantes sobre cómo las redes sociales hacen que perdamos nuestro vínculo con las experiencias reales, también hay que decir que estos mismos efectos se achacaron en su momento a ver la televisión o incluso a leer libros de ficción. Por el momento, hay pocos estudios científicos fiables que puedan demostrar que la distorsión temporal creada por el consumo de redes sociales sea negativa para nuestro bienestar o que el tiempo invertido en las pantallas resulte diferente al que dedicamos a otras actividades de ocio.
Lo que sí parece seguro es que cuando se realizan actividades en línea se tiende a subestimar más el tiempo transcurrido, en comparación con cuando se hacen offline. Así lo demuestra un estudio publicado recientemente en Computers in Human Behaviour, que concluyó que las actividades de entretenimiento en línea como navegar en redes sociales son las que más contribuyen a la percepción de que el tiempo pasa volando (frente a otras actividades online como las relacionadas con el ámbito laboral, que transcurren más lentamente). Además, las actividades con bajas demandas cognitivas (como, de nuevo, el uso de redes sociales) aceleran la percepción del tiempo, y lo mismo ocurre con las actividades que generan una alta conexión social (como participar en una discusión activa en redes).
Por otro lado, hay que tener en cuenta que el mecanismo por el que nuestro cerebro interpreta que el tiempo pasa más rápido si nos divertimos, también funciona a la inversa: es decir, si nos parece que las horas han pasado a toda velocidad, deducimos que nos hemos debido de divertir mucho. Por esta regla de tres, puede que estemos sobrevalorando el disfrute que nos proporcionan las redes sociales.
En el estudio mencionado previamente se recogen testimonios de 300 personas que realizan actividades online y, por regla general, asociaban el uso de tecnología digital con la sensación de perder el tiempo, y por lo tanto, con un deseo –a menudo inalcanzable– de poder controlarlo. Es decir, más allá del beneficio o perjuicio que causen las redes sociales, hay una cuestión de valoración moral que lleva a la mayoría de las personas a sentirse culpables cuando usan las redes sociales. Porque hemos escuchado mil veces que es malo, porque intentar reducir el tiempo en estas plataformas suele acabar en fracaso y porque sabemos que podríamos invertir mejor nuestro tiempo en ayudar a alguien, aprender algo nuevo o salir a la naturaleza (todas esas actividades que suponen un mayor esfuerzo pero indudablemente revierten en una recompensa mayor).
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