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Albert Camus y el suicidio

Albert Camus convirtió el suicidio en una cuestión filosófica central. Si la vida carece de sentido, ¿por qué seguir viviendo? Su respuesta fue clara: resistir, pensar y afirmar la existencia.

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04
noviembre
2025

Hay una frase que abre uno de los ensayos más célebres del siglo XX y que resume una inquietud universal: «No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio». Albert Camus la escribió en 1942, en El mito de Sísifo, en plena Segunda Guerra Mundial. Y al contrario de lo que comúnmente se pueda pensar si no se ha profundizado en su obra, esta afirmación no es una mera provocación o una postura estética subversiva. Es, para el Premio Nobel francés, la pregunta más honesta que un ser humano puede hacerse cuando se enfrenta a la sensación de que la vida carece de sentido.

Antes de entrar en materia, también merece la pena señalar que Camus no era un académico encerrado entre libros. Era un hombre que había conocido la pobreza en Argelia, la guerra en Europa y la pérdida personal a un nivel profundo. Su pensamiento sobre el suicidio no nace de la abstracción, sino de la experiencia de un mundo donde las certezas se estaban derrumbando.

Entonces, ¿qué hacer cuando la vida se nos presenta en forma de absurdo? ¿Cómo seguir viviendo si todo lo que nos rodea carece de propósito? Responder a esas preguntas fue el eje de su filosofía del absurdo. Y es, también, la razón por la que su obra sigue interpelando, más de medio siglo después, a quienes se preguntan cómo seguir adelante cuando la existencia parece un laberinto sin salida.

El mito de Sísifo: el sentido de las cosas o las cosas con sentido

Cuando Camus escribe El mito de Sísifo, Europa está sumida en el caos. Las guerras mundiales han destruido la idea de progreso, y el existencialismo empieza a describir la angustia del hombre contemporáneo. En ese contexto, Camus formula su punto de partida: el ser humano busca sentido, pero el mundo no se lo da. De esa confrontación entre deseo y realidad nace lo que él llama lo absurdo.

El suicidio, en ese escenario, se presenta como una respuesta clara e inmediata. Si la vida carece de significado, ¿por qué continuar con ella? Camus no elude la pregunta y, muy al contrario, busca colocarla en el centro de su búsqueda filosófica. Para él, el suicidio es una tentación comprensible, pero no una solución. No resuelve el problema del absurdo, solo lo interrumpe, y sí, puede que acabe con el sujeto que se pregunta, pero no con el vacío que lo genera.

Para Camus, el suicidio es una tentación comprensible, pero no una solución

Al hablar sobre estos supuestos, Camus no se limita al suicidio físico. También denuncia lo que llama el «suicidio filosófico», es decir, la tendencia de algunos pensadores a escapar del absurdo inventando consuelos metafísicos o religiosos. Pensadores como Kierkegaard o incluso Platón, según su lectura, buscaron refugio en un sentido trascendente de las cosas, en una esperanza que trasciende la realidad. Para Camus, esa huida también es una forma de renuncia e, incluso, un modo de cerrar los ojos ante el hecho de que el mundo, muy probablemente, no tenga explicación.

Sin embargo, la alternativa que él propone es paradójica pero luminosa: vivir sin sentido, y aun así vivir. Aceptar que el universo es indiferente y, pese a todo, afirmarse en él. Camus toma como símbolo a Sísifo, el personaje de la mitología griega condenado por los dioses a empujar una piedra hasta la cima de una montaña, solo para verla caer una y otra vez. El castigo eterno se convierte, en su lectura, en una metáfora de la condición humana. Y, en una frase que ha pasado al inconsciente colectivo y que bien podría condensar toda su obra, Camus concluye que «hay que imaginar a Sísifo feliz».

Eso sí, con esto no trata el francés de ofrecernos un consuelo. En realidad lo que está haciendo es invitarnos a asumir la vida tal y como es, sin engaños ni esperanzas ni ilusiones. Para Camus, la felicidad se encuentra viviendo con plena conciencia del absurdo y siguiendo adelante, con dignidad y sin autoengaño.

Vivir a pesar de todo: la rebelión como respuesta

Si el suicidio es la renuncia y la evasión metafísica es la huida, Camus propone una tercera vía: la rebelión. Pero no se refiere a una revuelta política o a la violencia, se refiere a una actitud interior. Rebelarse, en su filosofía, significa negarse a ceder ante lo absurdo. Significa seguir viviendo, actuando y creando, aun sabiendo que no hay un sentido último que justifique la existencia.

Podemos hablar de ella como una rebelión activa y consciente. Supone mirar al mundo sin ilusiones, pero también sin rendición y sin bajar los brazos. La lucidez –la capacidad de ver las cosas tal como son– es el punto de partida; la acción, su consecuencia. Frente al vacío, Camus defiende el movimiento.

Su pensamiento, lejos de empujarnos al nihilismo, nos conduce hacia una forma de vitalismo sin ingenuidad

En esa actitud se condensa la ética camusiana. Su pensamiento, lejos de empujarnos al nihilismo, nos conduce hacia una forma de vitalismo sin ingenuidad. A diferencia de otros filósofos existencialistas, como Sartre, Camus, más que definir la esencia del hombre, lo que busca es entender y explicar su modo de estar en el mundo. En este sentido, su conclusión es que la conciencia del absurdo no debe paralizarnos, debe impulsarnos hacia una forma de vida más auténtica.

Este enfoque se extiende a toda su obra, incluyendo la literaria. En La peste, Camus retrata una ciudad asediada por la enfermedad y a un grupo de personas que deciden resistir, sin héroes ni milagros posibles. En El extranjero, muestra a un hombre que, frente a la muerte, alcanza una serenidad que solo proviene de haber aceptado la realidad tal cual es. En todos los casos, la respuesta de Camus no es, en ningún caso, la desesperación.

Para él, el desafío consiste en vivir dentro del absurdo sin tratar de escapar de él. De esta manera, el suicidio no es una solución porque interrumpe esa posibilidad de resistencia. Lo que Camus pretende es seguir empujando la piedra, sabiendo que caerá, pero encontrando sentido en el simple hecho de empujarla.

El pensamiento de Albert Camus no ofrece consuelo fácil ni verdades definitivas. Lo que propone –aceptar la falta de sentido y, aun así, elegir la vida— es más incómodo, pero también más humano. Vivir es, por tanto, un acto de conciencia y de rebeldía.

Camus prefirió el don de la claridad a la esperanza. Su legado sigue siendo relevante porque plantea una pregunta que todos, en algún momento, nos hacemos: si la vida no tiene un propósito fijo, ¿cómo seguir viviendo? Su respuesta, por suerte, es luminosa y nos entrega algo a lo que agarrarnos, aun cuando parece no haber nada, nada en absoluto, nada en absoluto salvo nada misma.

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