Inmortalidad

El sueño de la inmortalidad

ETHIC / El sueño de la inmortalidad
Desde tiempos inmemoriales, los seres humanos han puesto en marcha todo tipo de esfuerzos para vencer a la muerte. Hoy, la búsqueda del elixir de la eterna juventud está tomando la forma de inversiones multimillonarias en reprogramación celular, fármacos senolíticos y biohacking. ¿A dónde irá a parar la carrera desbocada de Silicon Valley por la longevidad?
Ilustración: Óscar Gutiérrez

«A la muerte nadie le ha visto la cara. A la muerte nadie le ha oído la voz. Pero, cruel, quiebra la muerte a los hombres». Escrita en arcilla cuneiforme alrededor de 2150 a. C, la Epopeya de Gilgamesh narra la historia del rey de Uruk, quien, aterrado por la muerte de su amigo Enkidu, emprende un viaje en pos de la inmortalidad.

No es coincidencia que la primera narración de la historia conocida sea un poema sobre la angustia existencial y la pulsión humana por evadir a la muerte. A lo largo de la historia, los seres humanos han dedicado todo tipo de esfuerzos para desvelar el secreto de la longevidad. Ya en la China antigua el poderoso emperador Qin Shi Huang enviaba expediciones para que sus tropas encontraran, de una vez por todas, la pócima para la vida eterna. En la Edad Media, los alquimistas procuraban descubrir la piedra filosofal y el elixir de la vida. En la Edad Moderna, fueron muchos los exploradores que se lanzaron en la búsqueda de la fuente de la eterna juventud. Varios siglos después, a este brío se suman hoy gran parte de los magnates de Silicon Valley.

La cuestión Matusalén

Uno de los primeros en sumarse a la carrera por alargar la vida fue el cofundador de PayPal Peter Thiel. En 2006, prometió donar 3,5 millones de dólares a la Fundación Methuselah (Matusalén, en inglés), una organización sin ánimo de lucro dedicada a la investigación antienvejecimiento con foco en la medicina regenerativa y la ingeniería de tejidos. Thiel fue uno de los primeros inversores de Unity Biotechnology, que desarrolla fármacos contra las células senescentes (aquellas células que están dañadas o envejecidas, pero que no mueren y pueden liberar sustancias dañinas). Además, como claro eco de la leyenda de un Walt Disney que supuestamente permanece criogenizado, al parecer Thiel tiene un acuerdo con la Alcor Life Extension Foundation, que se centra en la criónica (la preservación de seres vivos a bajas temperaturas), de acuerdo con Business Insider.

En 2013, el cofundador de Google Larry Page lanzó el proyecto California Life Company (Calico Labs) para el desarrollo de terapias contra enfermedades asociadas a la edad. Este ha sido acreditado como precursor de Altos Labs, una startup especializada en la reprogramación celular de la que se dice que Jeff Bezos, fundador de Amazon, es uno de sus grandes inversores. Creada por el empresario Yuri Milner, esta se basa en las investigaciones del Premio Nobel de Medicina Shinya Yamanaka, quien descubrió que las células adultas pueden reprogramarse para convertirlas en pluripotentes. Sam Altman, CEO de OpenAI, por su parte, invirtió en 2022 unos 180 millones de dólares de su patrimonio personal en la empresa Retro Biosciences, cuya misión es alargar diez años la esperanza de vida.

Los ultrarricos quieren demostrar que lo que antes era solo ciencia ficción ahora podría volverse realidad

Por otro lado, algunos de estos tecnoempresarios están contribuyendo a los avances científicos en distintos campos de la salud. Por ejemplo, el cofundador de Napster Sean Parker, que sufre una severa alergia alimentaria, y el cofundador de Google Sergey Brin, quien tiene una predisposición genética al párkinson, han donado millones para la investigación en estos ámbitos médicos.

Aunque sin duda el caso más llamativo es el de Bryan Johnson, un empresario de 48 años que asegura tener el corazón de un hombre diez años menor y una piel veinte años más joven. ¿Su «secreto»? Invertir dos millones de dólares anuales en una odisea antienvejecimiento que incluye pruebas sanguíneas y evaluaciones médicas constantes, acostarse a las ocho de la noche, una estricta dieta que le prohíbe consumir alimentos después de las once de la mañana, tomar más de cien suplementos al día, recibir transfusiones de plasma de su propio hijo y someterse a terapias de ondas de choque en el pene. Su proyecto estrella, Blueprint, promociona productos que van desde suplementos alimentarios hasta test de niveles de microplásticos y test de edad biológica. Johnson, quien se considera a sí mismo «la persona más sana del mundo», resume su filosofía en un solo eslogan: don’t die. No te mueras, así la vida sea la monitorización perpetua.

Por su lado, al hombre más rico del mundo, Elon Musk, no le interesa la cruzada por la longevidad. A pesar de que ha invertido millones en biotecnología con su empresa Neuralink, que desarrolla implantes cerebrales, para Musk, «si las personas no mueren, nos quedaríamos atrapados con ideas antiguas y la sociedad no avanzaría». Quizá por eso se ha burlado sin miramientos de la rutina antiedad de Johnson.

La inmortalidad y la batalla contra el reloj

En general, lo que los archimillonarios están buscando demostrar es que lo que antes eran solo leyendas o historias de ciencia ficción ahora puede volverse realidad, con todo lo que implica a nivel relacional y sociológico un futuro de individuos —o sociedades— superlongevos.

No obstante, como ya se ha visto con la crisis de la atención y el capitalismo de la vigilancia, la innovación en Silicon Valley siempre va más rápido que la regulación y las reflexiones éticas. Múltiples expertos han dado la voz de alarma ante las preocupaciones que plantean el biohacking y la edición genética.

Una de las críticas principales es que se trata de un privilegio exclusivo para quienes puedan pagarlo. Además, gran parte de estos tratamientos solo han sido probados en ratones, no cuentan con el aval de la comunidad científica o se basan en utilizar fármacos desarrollados inicialmente para tratar enfermedades puntuales (por ejemplo, la metformina, que se receta a pacientes con diabetes de tipo 2, o la rapamicina, un inmunosupresor que se utiliza para prevenir el rechazo en los trasplantes de órganos).

Múltiples expertos han dado la voz de alarma ante las preocupaciones que plantean el biohacking y la edición genética

Y es que, como afirma el reconocido cardiólogo e investigador de la longevidad Eric Topol, «no necesitamos pastillas mágicas ni tratamientos futuristas para ralentizar el envejecimiento. Basta con observar cómo vivimos, qué comemos, cuánto nos movemos, cómo descansamos y con quién compartimos nuestro tiempo». En otras palabras: menos ciencia ficción y más medicina preventiva y hábitos saludables.

En un siglo, la esperanza de vida global se ha duplicado. De acuerdo con Our World in Data, la humanidad ha pasado de una esperanza de vida promedio de 32 años en 1900 a 73 años en 2023. Y es probable que las multimillonarias inversiones de Silicon Valley contribuyan a aumentar la cifra. Sin embargo, como advierte el filósofo Costica Bradatan, «milenios de esfuerzos por prolongar la vida no han causado la bancarrota de la muerte». Por lo pronto, la partida sigue estando del lado del reloj.