Auguste Comte
El fundador de la sociología
La línea de pensamiento de Auguste Comte, pragmática y luminosa, supone un viaje iniciático hacia la sociedad contemporánea, regalándonos bienes tangibles como la ciencia de la sociología.
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A diferencia de otros muchos colegas, titulares en equipos de prestigio, Auguste Comte no tiene el barniz vanguardista que merecería como creador de la filosofía moderna. Sin embargo, su línea de pensamiento, pragmática y luminosa, supone un viaje iniciático hacia la sociedad contemporánea, regalándonos bienes tangibles como la ciencia de la sociología.
Nacido en Montpellier en 1789, y por tanto hijo ilegítimo de los daños colaterales que el Antiguo Régimen y la Francia posrevolucionaria infligieron a su pueblo, su opción fundamental está pegada a la ciencia, software actualizado del Siglo de las Luces, y recibe el nombre de positivismo. Al igual que en otros muchos casos de quienes hacen avanzar al mundo, su patria infantil le convirtió en un desheredado ideológico, renegando de los preceptos monárquicos y católicos de su padre y encaminando su pensamiento y obra a los conceptos que apuntalaron su ideario, cosido al empirismo: razón y ciencia, antónimos de su hoja de ruta educacional.
Su formación en la Escuela Politécnica de París, en un ambiente multidisciplinar («los cielos proclaman la gloria de Kepler y Newton») fue el germen de su corpus creativo, que tomaba y ofrecía de aquí y de allá. Enseguida se mimetizó con las élites intelectuales del dieciocho gracias a su mentor, el conde Henri de Saint-Simon, que le influyó enormemente. Como buen pensador a contracorriente, Auguste Comte pronto emprendió el vuelo en solitario publicando, entre 1830 y 1842 su monumental Curso de filosofía positiva. Varios volúmenes que sobrevuelan, con diletante heterodoxia marca de la casa, ciencias plenamente asentadas en el siglo XIX como las matemáticas, la física, la astronomía, la química o la biología. Pero fue en el Sistema de política positiva cuando explotó su verbo, fundando «una física sobre la sociedad», lo que nosotros llamamos sociología, de la que él es padre. Primera lección de pragmatismo y progreso: inventarse una ciencia.
Comte fundó «una física sobre la sociedad», lo que nosotros llamamos sociología
Su legado fundamental, coherente con ese espíritu empírico, es de fácil digestión filosófica, entre otras cosas, porque ha envejecido mucho mejor que otras teorías menos visionarias: la ley de los tres estados, una ley apócrifa para «organizar la sociedad», es el encofrado sobre el que se cimenta su filosofía positivista, basada en la observación y en la ciencia, y contraria al negativismo de Rousseau que, según él, fue una «filosofía negativa y crítica» que condujo a la anarquía y a la inseguridad propias de su era y que él vivió en sus carnes. Comte aboga por tres estados inherentes al ser humano: el estado teológico (mítico), el estado metafísico (abstracto), que no son otra cosa que simples medios para conseguir un fin mayor, algo parecido al superhombre de Nietzsche: el estado científico o positivo. Él lo resume mucho mejor: «El amor como principio, el orden como base, el progreso como fin». Ciencia. Conocimiento. Progreso. Luz. Lo positivo es lo real, lo útil, lo tangible, decapado de cualquier determinismo que lastre el progreso. «Saber para prever, a fin de poder».
Como no pudo ser de otra manera, atendiendo a su mirada práctica, su mecánica de pensamiento, muy pegada al ser humano, a sus imperfecciones, pero basada en nuestra tensión espiritual, permeó en su vida personal, dialogando en coherencia con sus teorías basadas en la praxis: impartió clases de manera gratuita y acuñó un nuevo término, el altruismo, creando un cordón umbilical irrompible con todos nosotros, los que estamos aquí y ahora. Eso sí que es ser un superhombre, en contraposición con su némesis más ortodoxo, el propio Friedrich Nietzsche, que le llamó «filisteo de la ciencia», despreciando la base científica del pensamiento de Comte, su upside down moral.
Términos como altruismo, positivismo o sociologismo fueron originados por Comte
Como buen pragmático y obsesionado con lo empírico, su vida y obra le han salido a devolver, en lo cuantitativo (que tanto le gustaba) y cualitativo. Su herencia casi se puede tocar, y, desde el punto de vista del revisionismo histórico, resulta plenamente acertado y emparentado con el modus vivendi contemporáneo. Términos como el mencionado altruismo, positivismo, sociologismo, que forman parte de nuestro lenguaje civilizado, fueron originados por Comte. Este es, sin duda, el gran triunfo de Auguste Comte.
Muchos lo llaman «el padre del pensamiento moderno». También dicen que su posición teórica era la «filosofía antifilosófica». Para quienes, aún hoy en día, se cuestionan la importancia de la filosofía, sería recomendable que se dieran un paseo por su obra. Con una buena luz, a ser posible.
	
			
			
			
			
			
			
			
		
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