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Byung-Chul Han

El aroma del tiempo

«La aceleración actual tiene su causa en la incapacidad general para acabar y concluir. El tiempo aprieta porque nunca se acaba, nada concluye porque no se rige por ninguna gravitación», señala Byung-Chul Han en ‘El aroma del tiempo’ (Herder).

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22
agosto
2025

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El «último hombre» de Nietzsche es de una actualidad asombrosa. La «salud», que hoy se erige en valor absoluto, en religión, ya era objeto de «respeto» para el último hombre. Y, además, es un hedonista. Tiene su «pequeño placer para el día y su pequeño placer para la noche». El sentimiento y la nostalgia alejan el deseo y el placer: «¿Qué es el amor? ¿Qué es la creación? ¿Qué es el anhelo? ¿Qué son las estrellas? —pregunta el último hombre y parpadea». Al final, la vida, larga y sana, pero aburrida, le resultará insoportable. Por eso toma drogas, que lo llevarán a la muerte: «Un poco de veneno de vez en cuando para tener sueños agradables. Y mucho veneno al final, para tener una muerte agradable». Es una paradoja que su vida, que tanto intenta alargar a través de una rigurosa política de salud, acabe prematuramente. Ex-pira (ver-endet) a destiempo en lugar de morir.

Quien no puede morir a su debido tiempo perece a destiempo. La muerte supone que la vida se termina por completo. Es una forma de final. Si la vida carece de toda forma de unidad de sentido, acaba a destiempo. Es difícil morir en un mundo en el que el final y la conclusión han sido desplazados por una carrera interminable sin rumbo, una incompletitud permanente y un comienzo siempre nuevo, en un mundo, pues, en el que la vida no concluye con una estructura, una unidad. De este modo, la trayectoria vital queda interrumpida a destiempo.

En un tiempo atomizado, todos los momentos son iguales entre sí

La aceleración actual tiene su causa en la incapacidad general para acabar y concluir. El tiempo aprieta porque nunca se acaba, nada concluye porque no se rige por ninguna gravitación. La aceleración expresa, pues, que se han roto los diques temporales. Ya no hay diques que regulen, articulen o den ritmo al flujo del tiempo, que puedan detenerlo y guiarlo, ofreciéndole un sostén, en su doble sentido, tan bello. Cuando el tiempo pierde el ritmo, cuando fluye a lo abierto sin detenerse sin rumbo alguno, desaparece también cualquier tiempo apropiado o bueno.

Zaratustra invoca, frente a este perecer a destiempo, otra muerte: «Muchos mueren demasiado tarde, y algunos mueren demasiado pronto. Todavía suena extraña esta doctrina: «¡Muere a tiempo!» Morir a tiempo: eso es lo que Zaratustra enseña. En verdad, quien no vive nunca a tiempo, ¿cómo va a morir a tiempo?». El hombre ha perdido completamente el sentido de este a tiempo. Ha cedido ante el destiempo. También la muerte llega a destiempo, como un ladrón: «Tanto al combatiente como al victorioso les resulta odiosa esa vuestra gesticuladora muerte que se acerca furtiva como un ladrón —y que, sin embargo, viene como señor». Es imposible una libertad para la muerte si esta queda encerrada en la propia vida.

Nietzsche piensa en una «muerte consumadora», que, frente a este morir a destiempo, haga que la vida se dé una forma activa a sí misma. Contra todo «cordelero» de larga vida, Nietzsche expone su enseñanza de la muerte libre: «Yo os muestro la muerte consumadora, que es para los vivos un aguijón y una promesa». A eso mismo se refiere el «ser libre para la muerte» de Heidegger. De este modo, la muerte, como fuerza creadora y consumadora del presente, ya no se presenta a destiempo, sino que se integra en la vida. Tanto la muerte libre y consumadora de Nietzsche como el ser libre para la muerte de Heidegger responden a una gravitación temporal, que se ocupa de que el pasado y el futuro comprendan abarquen el presente. Esta tensión temporal desliga al presente de su huida infinita y sin rumbo y lo carga de significación. El tiempo justo o el momento oportuno solo surgen en el marco de una tensión temporal en un tiempo guiado. En cambio, en un tiempo atomizado, todos los momentos son iguales entre sí. No hay nada que distinga un momento del otro. La fragmentación del tiempo reduce la muerte al perecer. La muerte pone punto final, aunque a destiempo, a la vida, que es un presente que se sucede sin rumbo. De ahí que hoy resulte especialmente difícil morir. Tanto Nietzsche como Heidegger se oponen a la fragmentación del tiempo, que reduce la muerte a un perecer a destiempo.


Este texto es un fragmento de ‘El aroma del tiempo’ (Herder, 2025) de Byung-Chul Han

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