TENDENCIAS
Opinión

El verano del ‘performative reading’

Esta tendencia se va de madre en verano: grandes pilas para la maleta, lista de lecturas pendientes, en curso o ya conseguidas, y el libro como eje de toda publicación en redes: una cala menorquina, una toalla, un trozo de piel morena y un volumen complementando una cara bonita.

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27
agosto
2025

No cabe duda: ha sido –ha vuelto a ser– el verano del performative reading. Es decir, de la lectura performativa, la «tendencia social en la que el acto de leer se utiliza como una herramienta para construir una imagen pública». Desde hace lo menos tres años, no hay selfie sin libro y el libro ha pasado a justificar –¿a blanquear?– cualquier selfie.

Esta tendencia se va de madre en verano: grandes pilas para la maleta, lista de lecturas pendientes, en curso o ya conseguidas, y el libro como eje de toda publicación en redes: una cala menorquina, una toalla, un trozo de piel morena y un volumen complementando una cara bonita. Subrayando el conjunto, a menudo, una cita extraída: concentrado de sabiduría que aligera la agresividad inherente al acto de ponerse en la foto.

El libro rebaja también la salvaje conciencia del que mira y desea, pues la literatura intermedia, civiliza el proceso: ya no hablamos de lo buena que estás sino de qué maravilla lo último de Milena Busquets, ¿no te parece?

Leo un titular de El País: «»Un tío que lee en el metro es más sexy que uno que mira el móvil»: cómo los libros se han convertido en un reclamo erótico». Ahora, pasado el verano –la estación de los libros porque tenemos más tiempo– regresan los ejemplares en el metro, a medio salir de la tote bag, los cafés con Proust de aderezo y las prisas por salir del trabajo para postear que por fin puedes tenderte al sol para terminar Normal People. La vida puede ser maravillosa: solo hace falta tiempo, un libro, Instagram y el fin del capitalismo tardío.

En mis tiempos, leían libros los que no tenían una vida a la que acogerse, los feos y los tímidos

Si en mi primera juventud me hubieran hablado del performative reading no habría dado crédito. En mis tiempos, arrancando el siglo XXI, lo raro era exhibir un libro (hablo al menos de la clase media y no de los círculos artísticos, por supuesto). Leían libros los que no tenían una vida a la que acogerse, los feos y los tímidos, los que estaban lejos de ser desvirgados. Y ya seguían adelante, por inercia.

Yo empecé a leer de forma compulsiva entre los 13 y los 15. En aquel tiempo solo un amigo mío leía y hablábamos de aquello sotto voce, aparte del grupo, como si nos pasáramos la coca. Puesto que todavía no nos habíamos echado a perder en la noche –y las mujeres eran coto vedado–, la mañana de sábado la pasábamos en una librería grande de Sevilla ya desaparecida, comentando y eligiendo lecturas. De ahí salíamos con una pila de prisioneros, como los llamábamos. Pero no se me ocurría ir por ahí aventando mis lecturas. Aquello no pasaba de una complicidad peligrosa e incluso tenía su gracia: así debe ser liarse con la asistenta.

Lo fascinante para mí, viniendo de donde vengo, es que hoy se lea para contarlo. Para redondear la foto y la personalidad. El libro como afrodisiaco y pieza de estatus, complemento imprescindible para ser deseado, igual que antes las Rayban de aviador. Los hombres, que siempre van con tres años de retraso –y, por lo demás, leen menos que las mujeres–, han descubierto una veta en el performative reading. Me he hartado de verlos este verano en la sillita de playa, con las gafas de sol, el torso marcado y el libro abierto. Es lógico: toda la vida del hombre es una carrera instintiva por congraciarse con la mujer. De ahí llegamos a Bellerín.

En teoría nada de esto es malo. Mejor posar con Sara Mesa que con la Mara Salvatrucha. Mejor ligar con Marías de celestina que con White Label. Y, sin embargo, como me sucede con todo fenómeno de postureo, el misterioso y fulgurante auge de la lectura me genera un poco de inquietud, tal vez un malestar. ¿Malestar en que la gente compre, lea libros? ¿En serio? Yo qué sé, amigo. Trataré de explicarme.

Con el postureo, ha venido algo así como una avidez acumulativa, la bulimia propia de nuestro tiempo: de ahí los challenge de trescientos libros al año y la chica que leyó cien en una semana a base de resúmenes de la IA. El FOMO exaltado y seguramente un tipo de lectura sincopada, a salto de mata, para llegar a la siguiente recomendación de moda. ¡La moda! El hype como único o gran criterio porque, como en todo mercado, en el del performative reading hay libros que rentan más y otros menos: no da la misma validación Leskov que Dostoievsky, por hablar de rusos.

La mercadotecnia asociada, explotada por las editoriales inteligentes. Los prescriptores para todos los gustos, incluso sin ningún gusto. Las listas. Los libros cortitos, la prosa ligera, la frase instagrameable… El exhibicionismo más sorprendente: estos ojos han visto a un tipo llorar –es decir, postear sus lágrimas– tras leer un párrafo de Baricco. El curioso animismo: los libros salvan, curan, hablan, viven, sienten, etcétera… Y el horrible virtue signalling de la literatura, como solo dos minutos antes lo fue de la terapia: si vas a terapia eres buena persona; si lees libros, no puedes ser gilipollas –a pesar de que se pueda, ¡vaya si se puede!–.

Lo cierto es que me quejo de vicio. En calidad de lector veterano y escritor en ciernes –y para más inri, soltero de larga duración–, me viene bien el performative reading. Mejor que el gimnasio, al menos. Mi yo de quince años exulta viendo tanta chica mona devorar libros, tanto hombre conquistándolas con un batir de solapa. Me da esperanza.

Así pues, he decidido que no me importa si la gente no lee ni la mitad de lo que dice –y postea–. Y ya no me haré sangre pensando en la devaluación asociada a toda tendencia, en lo horrible que es la propia palabra tendencia. El caso es que se viene el otoño (tan callando) y aún no he decidido si celebrarlo con un Acantilado o un Asteroide y si combinarlo con tweed o pana. ¿Tú qué opinas?

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