Así contribuye nadar al bienestar psicológico
El acto de nadar —mantenerse a flote, avanzar contra la corriente, controlar la respiración— también se puede interpretar como una metáfora del manejo de las adversidades de la vida y la búsqueda del equilibrio personal.
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Un día de verano en la ciudad. Calor abrasador. Mente inquieta. Rumiaciones sobre las vacaciones, las preocupaciones, dolores en la espalda… Surge la duda: ¿quedarse en casa con el aire acondicionado o ir a una piscina a nadar? En el momento de meterse en el agua y sumergirse, el cuerpo empieza a relajarse. La respiración conecta con el cuerpo mientras uno se centra en moverlo de forma armónica. Se levanta el brazo, se estiran las piernas, se rota el cuerpo y se gira la cabeza. La desconexión del mundo llega con el sonido del agua, de las burbujas y de las brazadas. La calma que produce el agua despeja la mente y entrena la atención plena. Poco a poco, el cerebro entra en un estado de flow o meditación en movimiento, como decía Mihaly Csikszentmihalyi.
Nadar permite escapar de la cotidianeidad y entrar en una especie de aislamiento personal que facilita la conexión con el interior. Sirve para escucharse. Hay quienes logran dejar la mente en blanco, apagando las rumiaciones durante un tiempo. Mientras que a otros les sirve para repasar un examen, pensar cómo solucionar un problema familiar o laboral… Incluso hay quienes aseguran que se les ocurren ideas creativas mientras nadan.
Después del baño, todo se percibe y se vive de distinta manera. Hay más sosiego interior. El cerebro se ha liberado de los problemas o está preparado para lidiar mejor con ellos. Ese día se duerme mejor y se toman mejores decisiones. La ciencia lo confirma: nadar es uno de los ejercicios más completos. Mejora la salud cardiovascular, alivia el dolor crónico, reduce la presión arterial y la grasa corporal y optimiza la función pulmonar. Beneficia a la salud mental al generar endorfinas, disminuye la ansiedad y mejora el estado de ánimo. Fortalece la capacidad para regular las emociones, la paciencia y la atención. El ejercicio acuático ayuda a regular los ritmos biológicos. El ritmo constante y repetitivo de nadar favorece la reducción del cortisol, la hormona del estrés, y promueve un estado de calma mental que ayuda a enfrentarse a situaciones difíciles con mayor resiliencia. Así, potencia la capacidad de adaptación ante los retos cotidianos. Hay estudios que hablan de la natación como complemento en tratamientos para depresión, ansiedad, o trastorno de estrés postraumático (TEPT).
Nadar permite escapar de la cotidianeidad y entrar en una especie de aislamiento personal
Más allá del bienestar físico y mental, la piscina también ofrece un refugio emocional. Y ese refugio puede convertirse en rutina. Ir a la piscina estructura el tiempo. Muchos nadadores reconocen que no se sienten bien los días en que no pueden meterse en el agua. Además, en los lugares donde se nada habitualmente suele formarse una especie de comunidad. Quienes acuden a un club de natación también destacan un fuerte sentido de grupo. Además, es una actividad accesible para todas las edades, desde niños hasta adultos mayores. Y lo cierto es que hay algo relacionado con ir a la piscina que reconecta con la infancia. Es como volver a jugar, de otra manera. Ese volver al origen también puede asociarse con estar en un territorio seguro, que conecta con esa cápsula líquida en la que se estuvo durante los nueve meses de gestación.
La natación proporciona resistencia física y mental, además de fortalecer el espíritu. Puede contribuir a mejorar la autoestima y la confianza. El acto de nadar —mantenerse a flote, avanzar contra la corriente, controlar la respiración— también se puede interpretar como una metáfora del manejo de las adversidades de la vida y la búsqueda del equilibrio personal. Si uno quiere mejorar, siempre está a tiempo de corregir los movimientos para lograr un nado más fluido y armónico, y aumentar el número de largos. Pero otros nadan de forma cotidiana simplemente para disfrutar, prestan atención a los largos sin esperar nada más. Aplicado a la vida, implica trabajar en la aceptación.
Hay un aspecto simbólico de la natación que se relaciona también con lo cultural. Ha sido retratada como un símbolo de escape y de búsqueda interior. En la película El nadador (basada en un relato de John Cheever), Burt Lancaster cruza piscinas para volver a casa en búsqueda de algo perdido. Ha elegido la piscina como una forma de reducir su angustia existencial, pues se siente incapaz de comprender su tiempo y su lugar. Bonnie Tsui, en el libro Por qué nadamos, define a la natación como un deporte introspectivo y terapéutico y una manera de transitar el caos desde el silencio. Afirma que nadar enseña a conocer el miedo y sobreponerse a él.
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