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Lectura de piscina

La lectura en las piscinas es siempre limpia e higiénica y tiene un punto sanamente frívolo. En el pabellón municipal, en el hotel de costa o en el jardín privado, uno tiene excusa para leer aquello que normalmente jamás deglutiría.

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04
julio
2025

Las piscinas son casi un género literario. No porque existan libros o relatos que hablen de ellas, como El nadador de Cheever, sino porque el modo en que leemos cerca del agua determina también nuestra experiencia lectora. Es un hecho que durante el verano leemos de otra manera, pero incluso el paisaje y el contexto modifican lo que hacemos y lo que esperamos de un libro en los meses del calor y del recreo. A las vacaciones uno concurre pertrechado de un arsenal de páginas por leer, pero, al contrario de lo que creen algunos, la playa y la piscina imponen regímenes de lectura distintos. Casi antagónicos.

Al mar uno comparece con ánimo infinito, y la gran masa de agua estimula una voracidad oceánica. El libro en la orilla ha de ser largo, proporcional al absolutismo del mar que te mira de frente y que te achica la carne a costa de engrandecer el espíritu. La tumba orientada hacia el océano de Chateaubriand en Saint-Malo, al borde del acantilado, es una metáfora perfecta de la actitud de quien lee en el borde de una playa. El mar siempre nos imprime una sed de exceso y abismo, y hasta una conciencia rayana en lo terrible. La lectura en el mar tiene algo de complicidad con la desmesura.

Frente a la literatura marina y oceánica, la piscina establece una condición democrática. A fin de cuentas, uno puede instalar una piscina casi en cualquier parte. Si el mar se dice de una única manera, hay demasiadas formas de habitar una piscina. La lectura en el agua clorada es sencilla, amable y discreta. Va desde el rooftop de un lujoso hotel urbano hasta una humilde alberca en el páramo. Pero aspira a ser siempre una lectura ligera, de fábulas modestas y ágil fraseo. Es una lectura compatible con el grito de unos niños y con la interrupción constante.

La lectura de piscina aspira a ser siempre una lectura ligera, de fábulas modestas y ágil fraseo

La lectura de piscina acoge, incluso, ciertas condiciones materiales. La tinta de las páginas no se emborrona igual con el cloro que con la mar salada, y a un volumen de bolsillo siempre le cae bien una brizna de césped o un desperfecto accidental en la cubierta. La lectura en las piscinas es siempre limpia e higiénica y tiene un punto sanamente frívolo. En el pabellón municipal, en el hotel de costa o en el jardín privado, uno tiene excusa para leer aquello que normalmente jamás deglutiría. Por más que haya testigos, el artificio sofisticado de una piscina nos permite hacer y leer lo que nunca haríamos o leeríamos. Sin atisbo de culpa.

La lectura de piscina nos reconcilia, además, con la vida indulgente y regalada, desde ese placer casi juvenil, fragmentario y autotélico. Con el tiempo sin urgencias ni esperas, sin otra vocación que dilapidar las horas que por fin nos sobran. La lectura de piscina probablemente no cambie el destino de la humanidad ni repare la justicia en el mundo. Pero, a fe mía, que uno de esos pequeños libros te puede salvar un verano.

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