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Pensamiento

La ética de la compasión

Para Schopenhauer y Levinas el impulso moral brota del reconocimiento del sufrimiento de los demás  seres humanos. Por ello, la compasión exige la decisión racional de no apartar la mirada y ver de frente al semejante.

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08
septiembre
2025

En estos días de agosto en que quien más y quien menos intenta disfrutar de un merecido descanso y desconectar de la vorágine que enfrentamos cada día uno no deja de sorprenderse y sentirse un tanto abrumado por ciertas noticias, las más lacerantes, las internacionales protagonizadas por mandatarios sin escrúpulos. ¿Qué se le ocurrirá hoy a Trump? ¿Qué otro acto contra la humanidad perpetrará hoy Netanyahu? También hay otras banales protagonizadas por individuos vulgares y corrientes. Desde que un grupo de bañistas corra en la playa de Castell de Ferro, Granada, ante una nueva patera repleta de inmigrantes exhaustos y, en vez de ofrecerles ayuda, siquiera un poco de agua o abrigo, se lancen sobre ellos para retenerlos y avisar a la policía, hasta una nueva moda que se hace viral en la red: defecar en las piscinas.

Aunque de trascendencia muy distinta, todas esas variadas noticias tienen en común que a sus protagonistas, ya sean políticos con un gran poder, o personas vulgares, no se les  pasa por la cabeza pensar qué sería de ellos si hubieran nacido en otro lugar; qué hace a aquellos que sufren sus decisiones o sus acciones (el exterminio, la expulsión, la detención o la privación del baño por e.coli) ser sujetos de las mismas; que les hace a unos y a otros diferentes, o a unos merecedores de la posición de poder  que ocupan; o tan siquiera de la carta de ciudadanía que ostentan, por el mero hecho no elegido de nacer en un país o en el seno de una familia u otra.

Tampoco es necesario teorizar, pensar o reflexionar mucho, se trataría apenas de sentir a los sujetos que sufren sus decisiones o sus acciones como a un igual. Como escribe Schopenhauer en Los dos problemas fundamentales de la ética: «El verdadero impulso hacia la justicia y la caridad es algo que requiere poca reflexión y aún menos abstracción…, independientemente de la formación intelectual, habla a todos, incluso al hombre más rudo, meramente se basa en la comprensión intuitiva que se impone inmediatamente a partir de la realidad de las cosas».

Fue precisamente el filósofo alemán quien hizo girar el fundamento de su moral en la compasión, palabra que el diccionario de la Real Academia Española define como: «Sentimiento de conmiseración y lástima que se tiene hacia quienes sufren penalidades o desgracias».

En el pensamiento de Schopenhauer la ética es la más fácil de todas las ciencias

En el pensamiento de Schopenhauer la ética es la más fácil de todas las ciencias porque se construye a partir del principio supremo que radica en el corazón de cada hombre y que cada hombre debe descubrir, la compasión.

Para el autor de El mundo como voluntad y representación la compasión, que se siente más que se razona, es el fundamento de la ética, un fundamento que trasciende lo racional aunque no sea ajeno a la razón. Aunque según el filósofo alemán la conducta moral no se explica, ni acontece por lo que pensamos acerca de ella, el sentirnos conmovidos por la situación del otro nos ayuda a reflexionar sobre las causas y motivos de su situación, sobre la fragilidad de la vida y lo que en ella influyen las circunstancias en que se desarrolla.

Por eso, la compasión exige la decisión racional de no apartar la mirada y mirar de frente al semejante, mirarle a los ojos y mantener su mirada. «Como rostro que me enfrenta y restituye», en palabras de Emmanuel Levinas, para quien también el «Yo» se construye a partir del «Otro», de lo que se ve y se conoce del «Otro», y la ética surge de la experiencia con su encuentro.

Precisamente también para Lévinas «enfrentarse al rostro del Otro» nos hace conscientes de su existencia y nos genera un sentimiento de compromiso, de responsabilidad. «El rostro –escribe Lévinas– se me impone sin que yo pueda permanecer haciendo oídos sordos a su llamada, ni olvidarle; quiero decir, sin que pueda dejar de ser responsable de su miseria».

Frente aquellos que por ser privilegiados se consideran superiores a los demás y alardean del valor absoluto del propio yo y de su propia posición se alza la experiencia de los que, como Lévinas, sobrevivieron al nazismo. Para ellos, la moral no es un hecho de la razón pura que se impone como un imperativo categórico absoluto; por el contrario, como escribe el profesor Ortega Ruiz: «Su concepción de la moral se construye a partir de la propia experiencia de desgarro que supuso el holocausto judío y la profunda decepción en el proyecto ilustrado al que acusan de haber contribuido a una dialéctica de progreso y barbarie, a haber hecho posible la experiencia del Mal Absoluto. La experiencia de que uno se ha salvado mientras otros han perecido, y se ha salvado por pura casualidad, hace brotar en el sujeto el sentimiento de un privilegio, de ser segregado de otros, a la vez que la amarga experiencia de no tener personas a quienes agradecer el poder seguir viviendo».

Ese mismo desgarro ante la debilidad y las contradicciones humanas lo experimentó y transmitió Fiedor Dostoyevski en muchas de sus obras. Frente al super hombre que propone Nietzsche y la prohibición de ceder a la tentación de la compasión como último imperativo que reconoce para sí Zaratustra, y que se impuso Raskolnikov para llegar a ser otro Napoleón, en Crimen y castigo Dostoyevski nos propone atender la voz de la conciencia y la capacidad de redención. Lo representa el personaje de Sonia a través de la compasión y el amor al prójimo.

Incorporar la ética de la compasión al discurso y al hacer político, así como a la educación y a la cultura de una nación o grupo humano, implica reconocer a quienes consideramos ajenos como seres humanos concretos, titulares, por el hecho de serlo, de los mismos derechos fundamentales. Del mismo modo, se reconoce su sufrimiento como demanda de una respuesta «moral», incompatible con su exclusión o su marginación.

Para Schopenhauer y Levinas el impulso moral brota del reconocimiento del sufrimiento de los demás  seres humanos, y  «del anhelo –como escribe Horkheimer– de que todo el horror que sucede en este mundo, el destino inmerecido y terrible de muchos hombres no sea algo definitivo… y la injusticia no tenga la última palabra».

Mientras escribo estas breves consideraciones escucho a Santiago Abascal invocar la defensa de nuestras costumbres y nuestra religión y hacer un llamamiento para «proteger los espacios públicos de prácticas ajenas a nuestra cultura y a nuestra forma de vida». Todo ello en una evidente y demagógica estrategia que pretende culpabilizar a los inmigrantes, particularmente a los musulmanes, de todos nuestros males,  obviando que precisamente nuestra cultura reconoce como un derecho fundamental la libertad religiosa.

Y libertad religiosa que incluye según expresa la Constitución: «El derecho a profesar la creencia religiosa que se desee y practicar los actos de culto correspondientes, siempre que no atenten contra el orden público». Un derecho que expresamente también reconoce el art. 27 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y que igualmente defiende la Iglesia Católica y su Pontífice, León XIV, quien en un discurso al cuerpo diplomático, tras ser elegido, subrayó que: «La paz se construye en el corazón y a partir del corazón, arrancando el orgullo y las reivindicaciones y midiendo el lenguaje, porque también se puede herir y matar con las palabras, no solo con las armas». En esa óptica consideró fundamental el aporte que las religiones y el diálogo interreligioso pueden brindar para favorecer contextos de paz. «Eso, naturalmente –subrayó– exige el pleno respeto de la libertad religiosa en cada país, porque la experiencia religiosa es una dimensión fundamental de la persona humana, sin la cual es difícil —si no imposible— realizar esa purificación del corazón necesaria para construir relaciones de paz».

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