Premio Nobel para María Corina Machado
La línea Macorina
Uno no sabe si es peor no saludar que se premie a una luchadora por la libertad que se ha jugado y se juega su propia vida por conseguir lo que es justo –por conseguir que la elección legítima del pueblo venezolano, robada por un tirano, sea reconocida algún día y la transición democrática sea posible– o, queriendo hacerlo, decidir no hacerlo por afecta a la cuota de poder de uno o a su bolsillo.
Artículo
Si quieres apoyar el periodismo de calidad y comprometido puedes hacerte socio de Ethic y recibir en tu casa los 4 números en papel que editamos al año a partir de una cuota mínima de 30 euros, (IVA y gastos de envío a ESPAÑA incluidos).
COLABORA2025

Artículo
Nunca un Premio Nobel de la Paz reveló tanto sobre la podredumbre ética que la ideología es capaz de producir.
El Comité Noruego del Nobel le ha otorgado el galardón a María Corina Machado por «su incansable labor en la promoción de los derechos democráticos del pueblo venezolano y su lucha por lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia». Quienes conceden el premio destacan su valentía y compromiso en un contexto de creciente represión política en Venezuela. El presidente del Comité, Jørgen Watne Frydnes, ha subrayado que Machado cumple con los tres criterios establecidos en el testamento de Alfred Nobel: ha cohesionado a la oposición de su país, ha resistido la militarización de la sociedad venezolana y ha sido firme en su apoyo a una transición pacífica hacia la democracia. Luego de expresar su sorpresa, ella se declaró mero símbolo de un empeño colectivo del pueblo venezolano.
Hubo un tiempo, no demasiado lejano, en que la comunidad hispana en general (excepción hecha de quienes le bailan el agua al orondo sátrapa venezolano) y nuestro país en particular habrían aplaudido sin reservas este galardón. A fin de cuentas, la lucha contra la dictadura, tan cara a la práctica totalidad de los españoles, es de esas causas que depara una respuesta neta y rotunda: todo aquel que atente contra la libertad de los pueblos merece nuestra repulsa. Pero a nuestra joven democracia le ha salido una nueva necrosis por el flanco izquierdo, de tal modo que hay personas dispuestas a comparar a Machado con Putin o incluso Hitler, personas que, también es verdad, tienen menos luces que un submarino, como demuestra que un día pidan la paz en Ucrania incluso al precio de rendirse al pequeño zar ruso y al día siguiente rechacen un plan de paz que hasta unos terroristas suscriben. Esa gente.
A nuestra joven democracia le ha salido una nueva necrosis por el flanco izquierdo, de tal modo que hay personas dispuestas a comparar a Machado con Putin o incluso Hitler
A esa gente sin más brújula ética que su bando ideológico irracional se le ha unido otra tal vez más peligrosa, en tanto en cuanto milita en uno de los dos únicos partidos políticos que han gobernado en este país y por lo tanto son una opción mayoritaria: la gente que se ha puesto de perfil cuando se le ha preguntado por el premio. Aquí no hablamos tanto de estropicio ideológico como de nauseabundo cálculo electoral, de cobardía, en suma; del lamentable espectáculo de no ser capaz de expresar ni el más elemental regocijo moral por si dificulta presentes o futuras aritméticas parlamentarias y en definitiva poltronas. Uno no sabe si es peor no saludar que se premie a una luchadora por la libertad que se ha jugado y se juega su propia vida por conseguir lo que es justo –por conseguir que la elección legítima del pueblo venezolano, robada por un tirano, sea reconocida algún día y la transición democrática sea posible– o, queriendo hacerlo, decidir no hacerlo por afecta a la cuota de poder de uno o a su bolsillo (valga la redundancia).
Todo lo anterior es una desgracia y una afrenta para quienes creemos que los totalitarios son lo peor que existe para la vida en comunidad, especialmente si además son tan insaciablemente ladrones como Maduro, capaz de matar de hambre a todo un país con tal de seguir lucrándose y atrincherarse en el poder. Recordemos, para valorar estos repudios y estos silencios, de qué clase de basura estamos hablando. Diversos informes y declaraciones de agencias gubernamentales y organizaciones internacionales han señalado que Maduro y su círculo cercano están involucrados en actividades de narcotráfico para mantener su poder en Venezuela. Su apéndice criminal es el Cartel de los Soles, vinculado al Cartel de Sinaloa, una organización que mueve en torno a la cuarta parte de la cocaína que se consume en el mundo. Un informe de Insight Crime indica que Venezuela ha dejado de ser solo un puente para el narcotráfico y se ha convertido en un terreno fértil para la producción de drogas, con la presencia de laboratorios de cocaína en estados como Zulia y Apure, controlados por grupos guerrilleros colombianos vinculados a elementos del Estado venezolano. Contra todo esto combate, escondida para seguir con vida, María Corina.
Un informe indica que Venezuela ha dejado de ser solo un puente para el narcotráfico y se ha convertido en un terreno fértil para la producción de drogas
Lo único bueno que cabe sacar de esta historia es que los españoles establezcamos mentalmente una nueva frontera, bien nítida, que podríamos llamar Línea Macorina. Esa línea separa a quienes se alegran del Nobel de quienes no y demarca hasta qué punto se respeta la democracia como lucha sin cuartel contra los totalitarios. Mi deseo, y sé que es el de muchos, es que jamás olvidemos esa línea cuando decidamos quienes nos gobiernan e incluso qué propuestas políticas deben importarnos; deseo de corazón que quienes estén al otro lado pasen rápidamente a la irrelevancia parlamentaria. Se trata, por cierto, de una línea siempre abierta a que cualquiera que lo decida cambie de lado, y no uno de esos truculentos, pétreos y polarizantes muros que a ciertos políticos irresponsables les gusta erigir para enfrentarnos a los españoles en beneficio propio.
«Macorina» es un apelativo que se emplea en Venezuela para quienes se llaman como la señora Machado, quien, ya que estamos, no tiene que ser un ser de luz en sus inclinaciones políticas ni en sus concepciones sobre el mundo para resultar heroica frente a un tirano. Hay una canción que se llama así, de Chavela Vargas, que no la nombró de esa manera en honor a una María Corina, sino de María Calvo Nodarse, una cubana indómita, hermosa, elegante, y absolutamente libre en una época –finales del XIX y principios del XX– en que comportarse así podía ser una afrenta con graves consecuencias (en esto es igual a Macorina Machado). Son de sobra conocidas las simpatías políticas de la Vargas, que se relacionó con muchos artistas, poetas e intelectuales de izquierda, como Diego Rivera, Frida Kahlo, Pablo Neruda o José Alfredo Jiménez. Pero Chavela no militó en ningún partido político, nunca se declaró comunista, socialista ni de ninguna corriente política organizada. Su postura era existencial y moral, no ideológica: rechazaba la opresión, los prejuicios y las hipocresías sociales, y defendía la libertad individual y la autenticidad al tiempo que desconfiaba de los estamentos y las manadas.
Se puede ser honestamente conservador o progresista, de centro, se puede ser con honor, en términos políticos, cualquier cosa, pero lo que no se puede ser, sin ser además un o una miserable, es alguien que apoya a quienes con armas, poder y drogas asfixian a un pueblo, ni se puede despreciar llamando golpista a quien da voz a un pueblo al que han robado su soberanía –un pueblo que se ahoga– sin ser despreciable. Que los días venideros sirvan para entender de qué lado está cada cual y a ver si tenemos suerte y tenemos alguna declaración a este respecto de un tal José Luis Rodríguez Zapatero.
David Cerdá es el autor de ‘El bien es universal. Una defensa de la moral objetiva’ (Editorial Rialp).
COMENTARIOS